Ciudad fragmentada
No es fruto de la casualidad que la vida de las ciudades esté pasando por una especie de ruptura con el pasado inmediato. De aquel ayer cercano lleno de esperanzas y planes para el futuro, el planeta ha sido sorprendido con una nueva realidad, la del dolor, el contagio, la desesperación, la inseguridad económica, por tanto un futuro incierto. Una especie de crisis que ha fragmentado la existencia de todo ser humano, sus sueños, y no solo ello, sino esencialmente el tiempo que estaba programado para concretar sus planes de nuevos haceres o quizá su traslado a un nuevo espacio donde pueda reinventarse.
Una fragmentación de la libertad que no deja de ser una responsabilidad si no se quiere vivir tiempos de dolor e inseguridad, por tanto, una realidad inobjetable que ha resquebrajado el tiempo y el espacio del sujeto. Esta situación ha puesto en alerta a la humanidad, por lo cual la mayoría de los países ha considerado prudente reducir los tiempos en cuanto a la libertad de salidas de la ciudadanía para evitar la propagación del COVID-19. Una medida que cumple la mayor parte de la población del planeta, aunque no faltan los que gustan el entremezclarse en la vida pública.
En todo este tiempo de cuarentena, el uso del espacio público ha dibujado la nueva geografía de límites que vive el individuo a partir de su restricción de contacto con el resto del mundo. Esto no es del agrado de la ciudadanía, especialmente de los adolescentes, quienes buscan relacionarse entre sí y con la ciudad, porque su necesidad de libertad y movimiento son vitales en su existencia. De ahí que no siempre acatan las normas impuestas y los vemos en medio de hechos peligrosos que están a la orden del día.
Lo maravilloso es que la adolescencia y juventud, además de otra parte de la población, han logrado romper toda brecha y limitación que ayer indicaba que solo los grandes países estaban preparados para vivir en el siglo XXI, pues habían logrado ingresar a la era de la información. Pero, gracias a la famosa pandemia y al encierro, nuestra población joven y menos joven se ha abierto con mayor fuerza a la vida informacional y ha sacado lo mejor de su creatividad para entablar contacto comunicacional. Una cualidad que colabora al espacio y que va de la mano del tiempo. Una relación con la era informática y la realidad virtual que ha sido adoptada como parte de la cotidianidad ciudadana.
Sin embargo, el otro fragmento de la ciudad, el de los adultos mayores, si bien son los que más necesitan cuidarse del coronavirus, no dejan de lado su productividad y algunos escriben libros, preparan textos, memorias, la docencia virtual y demás. Una verdadera producción intelectual. Tampoco podemos dejar de mencionar la fragmentación espacial urbana, que —entreverada con el tiempo— tiene presencia esencialmente en puntos estratégicos de La Paz, donde se vende, se compra, se come, se observa, se extrae; por lo que allí, dadas las altas condiciones de contagio, se podría decir que subsisten la vida y el peligro de perderla.
Y más lamentable aún es la fragmentación del territorio, que se manifiesta con la invasión de espacios algo alejados por personas en situación de calle, cerca de arborizaciones que van desapareciendo. Una situación que vive el bosquecillo de Pura Pura, donde se provocan pequeños incendios que abren fragmentos espaciales destinados de seguro a futuros asentamientos. Un hecho lamentable debido a que éste se constituye en el único verdadero pulmón de La Paz. Todo ello nos hace rememorar a Baudrillard, quien afirmaba: La trascendencia ha estallado en mil fragmentos que son como las esquirlas de un espejo donde todavía vemos reflejarse furtivamente imágenes, poco antes de desaparecer.
Esto indica que todo fragmento, como el de un holograma, es como una esquirla, la cual contiene un universo de representaciones.
Patricia Vargas es arquitecta