Temas desatendidos del debate político
A cinco semanas de las elecciones previstas para el 18 de octubre muy poco se sabe en realidad sobre las propuestas programáticas de los candidatos. Los documentos que entregaron al Órgano Electoral a comienzos de año ya no sirven de mucho, en vista de los profundos cambios ocurridos desde entonces. En efecto, las repercusiones del confinamiento para combatir el COVID-19, por una parte, y la nueva constelación política que surgirá seguramente de las elecciones, por otra, configuran un contexto distinto del que había hace nueve meses. A eso se suman también, por supuesto, las nuevas condiciones imperantes en la economía internacional.
De acuerdo con las previsiones de los organismos especializados, el crecimiento de la economía mundial en el próximo año estará lejos de las cifras que ostentó hasta 2014, y se ubicará incluso por debajo del modesto crecimiento de los últimos cuatro años, lo que implica que el tamaño de la economía mundial en 2021 será 10% menor que este año.
Dichas previsiones consideran además que la economía mundial se fraccionará en varias regiones relativamente desconectadas entre sí, y que las cadenas de valor serán rediseñadas según las nuevas realidades geográficas del comercio internacional. Dicha fragmentación regional del comercio estará acompañada de medidas proteccionistas de diverso alcance, lo que constituye ciertamente una pésima perspectiva para América Latina, habida cuenta de la considerable reducción del comercio intrarregional en los últimos años y del estado de postración en que se encuentran todos los mecanismos de integración.
Por otra parte, se anticipa que existirá una intensa competencia de los países en busca de financiamiento externo para cubrir el déficit fiscal en que han incurrido este año y, por supuesto, para financiar la reconstrucción de sus aparatos productivos en las nuevas condiciones de desglobalización parcial, contención del cambio climático y aceleración de la revolución tecnológica.
Si bien es cierto que las tasas de interés de referencia en los principales mercados están próximas a cero, las colocaciones de bonos por parte de los países latinoamericanos necesitan ofrecer rendimientos considerablemente más altos. El acceso individual a los mercados internacionales de capital resulta claramente muy desventajoso para las economías latinoamericanas, lo que podría cambiar si se adoptaran los acuerdos necesarios para la coordinación de las instituciones financieras latinoamericanas (CAF, FLAR, FONPLATA y Banco Centroamericano), y la consiguiente negociación conjunta con los organismos financieros internacionales (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial).
La idea de un sistema financiero propio de América Latina no es nueva. Es probable que ahora existan mejores condiciones objetivas para establecerlo, a condición, cierto es, de que la región supere las divisiones políticas y las tendencias centrífugas que prevalecen por el momento.
Y en lo que atañe a Bolivia, es obvio que participar en la integración latinoamericana es un componente imprescindible de la estrategia de desarrollo del país, a corto, mediano y largo plazos. Lo que ya no es tan obvio, sin embargo, es el modo y el contenido que debería adoptar el relacionamiento con los países de América del Sur, que es nuestro horizonte próximo de articulación estratégica, en particular si se trata de abandonar la pauta extractivista que ha caracterizado nuestro patrón de desarrollo hasta ahora.
Se trata de decisiones complejas, que necesitan debatirse en profundidad, y que no deberían empantanarse por causa de sectarismos políticos o intereses regionales de corto alcance o una combinación perversa de ambos. Pero quizás el tema deba esperar a la reconstrucción del sistema político, y eso dejaría temporalmente al país sin rumbo estratégico.
Horst Grebe es economista.