Amparar depredadores
El muro de Facebook “El Confesionario UCB” nos ha permitido asomarnos a la cultura de la violación que comparten los ámbitos universitarios. La treintena de relatos sobre abusos sexuales que sufrieron colegialas y universitarias durante fiestas, donde eran emborrachadas y drogadas, es estremecedor. Semejante nivel de brutalidad, de humillación, de cosificación extrema nos revuelve el hígado. Pero los relatos se vuelven más estremecedores cuando concluyen sosteniendo que “todos sabían”, “era normal”, “al día siguiente, todo seguía como si nada hubiera pasado”, confirmando el pacto de silencio que ampara la violación y permite que una red de depredadores sexuales ejerza la extorsión y el miedo. Eso, ejercido impunemente en una universidad que se jacta de sus valores religiosos, solo puede ser reflejo de un orden político que siente desprecio por las mujeres.
¿Qué tan mal puede estar nuestra sociedad para que esto ocurra en una de las universidades más prestigiosas (y caras) del país? ¿En qué cultura de la impunidad se amparan esos jóvenes para abusar de su poder de esta manera? ¿Qué les hizo pensar que tenían total libertad para violar? La respuesta es contundente: en Bolivia, la cultura de la violación es omnipresente, está grabada en nuestra forma de pensar, de hacer bromas; incluso en el derecho que sienten muchos hombres de abordarnos cuando caminamos por las calles.
Parte del amparo social del que goza la cultura de la violación proviene de las instituciones que deciden mirar hacia el costado y lavarse las manos. Ese fue el tono del primer comunicado de la Universidad Católica Boliviana, Regional La Paz, al sostener: “sobre los hechos que afectarían a algunos estudiantes de nuestra comunidad, aclaramos que los mismos no se produjeron en ámbitos de nuestra casa de estudios ni en eventos organizados por la institución”. Ni una sola palabra de empatía con las víctimas y todo el comunicado en “masculino” solo afirmaba el pacto patriarcal de sus autoridades con la impunidad. Es como decir “reconocemos que nuestra comunidad puede albergar un asesino, pero si éste comete su crimen del otro lado de la cerca, nosotros no nos involucramos. Eso sí, nos ponemos a disposición de quien pueda tener interés en investigar el caso”. Una avalancha de críticas hizo cambiar la actitud de la universidad en cuestión y días después tuvo que publicar un mensaje comprometiendo su apoyo a las víctimas.
Hemos aprendido de Rita Segato que los hechos de violación son actos moralizadores que buscan disciplinarnos. Quien viola es la autoridad, quien viola es el sujeto moral que coloca a la mujer en su lugar. Y la sociedad, a través de sus instituciones, amparan al depredador volcando la acusación a la víctima: “qué hacía tomando en la fiesta”, “por qué no se hizo respetar” son los discursos que limitan la vida de las mujeres hasta lugares insospechados. Por ello comprendemos que la violación no está fundamentada en un deseo sexual descontrolado, ni siquiera es un acto sexual: es un acto de poder, de dominación, es un acto político. Un acto que se apropia, controla y reduce a la mujer a través de apoderarse de su intimidad.
Los relatos del Confesionario UCB son el mejor ejemplo de esta afirmación. Por ello, las alumnas y exalumnas de la Universidad Católica nos sentimos en el derecho de exigir de sus autoridades no solo acompañamiento legal y psicológico a las víctimas, sino un liderazgo claro y firme como investigadores y acusadores de los hechos de violencia para dejar en claro de qué lado de la historia quieren que las mujeres los recordemos.
Como nunca resuena en nuestros oídos el estribillo del grupo chileno Lastesis que, poniendo el dedo acusador en las instituciones afirma “el violador eres tú”.
Lourdes Montero es cientista social.