Nos salvamos todos, o nadie
Imagine un naufragio donde, en una pequeña barca, un conjunto de desconocidos nos reconocemos frágiles, asustados y dependientes de las decisiones del colectivo. Nuestra primera reacción tal vez es abrazarnos como sobrevivientes de una enorme tormenta que se cobró la vida de al menos uno de nuestros seres queridos; y luego, con premura y recurriendo a todas nuestras fuerzas, nos empeñamos juntos en alcanzar la orilla. Hoy, nuestra ribera, es lograr la inmunidad colectiva en todos los países.
Hace un año exactamente el mundo se descubrió en esa pequeña barca al enfrentar la primera pandemia del siglo XXI. Y es que el COVID-19, de un empellón, nos confrontó con la pertenencia común de un todo llamado humanidad. Mientras todavía buscábamos aferrarnos al mito moderno de la autonomía de Robinson Crusoe, Paolo Giordano nos soltaba en la cara: “en tiempos de contagio, somos un solo organismo, una sola comunidad”. Por ello, nuestro sentido común hoy nos demanda: o nos vacunamos todos o aquí nadie se salva.
Pero la maquinaria del privilegio y la exclusión ya comenzó a funcionar. Las naciones más ricas, buscando disminuir su vulnerabilidad, han comprado suficientes dosis para vacunar a toda su población casi tres veces más de lo necesario. Según denuncia la ONU, 10 países han acaparado el 75% de la producción de vacunas. Canadá encabeza la clasificación con suficientes dosis para vacunar a cada canadiense cinco veces. Los países ricos, que representan apenas el 16% de la población mundial, han adquirido el 60% de todas las vacunas. Debido a que la capacidad de fabricación global es limitada, esto deja menos dosis para todos los demás. Como resultado, se estima que el 90% de los habitantes de 70 países de bajos ingresos tendrán pocas posibilidades de vacunarse contra el COVID-19 incluso en 2022.
Sin embargo, esta es una carrera en la cual no gana el primero en llegar, ya que los expertos temen que, de continuar como va el actual sistema de distribución, el virus podría seguir propagándose y mutando, aumentando el riesgo de que la lista de vacunas no cubra eficazmente nuevas cepas. Así, como en la peor de sus pesadillas, los países que tienen mayores recursos no podrán poner a salvo a su población si no comparten las dosis que han acaparado con sus vecinos menos favorecidos. Como sostuvo António Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), “debemos asegurarnos de que todos, en todas partes, puedan ser vacunados lo antes posible”.
En este esfuerzo global es indudable que el Covax es necesario, pero insuficiente. Se trata de un acuerdo de 190 países para garantizar la producción y el acceso equitativo a una vacuna. El mecanismo ya ha asegurado la provisión de 2.000 millones de dosis para su uso en todo el mundo, con lo que asegura la cobertura de 20% de la población. Si bien se trata de un avance fundamental en la solución, los países pobres seguirán enfrentando brechas masivas de un 40 a 50% de su población para alcanzar la inmunidad colectiva.
Así, Noruega ya ha comprendido que la colaboración es necesaria para su autoconservación y ha declarado que donará dosis en paralelo con el lanzamiento de su propia campaña de inmunización. Científicos especialistas en pandemias sostienen que los líderes de los países ricos deben comenzar a donar dosis a los países más pobres sin dejar de vacunar a sus propias poblaciones. Las proyecciones recientes demuestran que de no hacerlo probablemente devastará las economías y creará una situación en la que nunca estaremos libres del virus.
Es evidente que todos los países del mundo deben tener acceso a las vacunas, y para que funcione la inmunidad colectiva deben hacerlo al mismo tiempo. Sin duda, los líderes de los países ricos deben entender que nadie está a salvo hasta que todos alcancemos la otra orilla.
Lourdes Montero es cientista social.