Diplomacia en pandemia
Desde aquel fatídico diciembre de 2019, cuando se anunciaba la aparición del COVID-19, la humanidad entera entra en pánico, justificado, por cierto; urbes y territorios en todas partes del mundo se van paralizando, atemorizados por un virus invisible.
Después de 18 meses de una batalla sin precedentes, en la medida que el virus se va coronando con su conquista, contagiando a 180 millones de personas y provocando el deceso de 3,9 millones, aún el mundo no vislumbra una solución a corto plazo.
Los distintos gobiernos, cada uno a su manera, implementaron medidas extraordinarias para paliar la crisis económica que sufren las familias, principalmente en los países en desarrollo. La evolución de la economía mundial cada vez es más incierta con la caída del precio internacional de petróleo, seguido de las bolsas de valores.
Es evidente que la vida en el planeta dio un giro sin retorno. Las familias, las comunidades, las ciudades, el mundo entero recrean nuevas formas de convivencia y relacionamiento. La práctica diplomática, no ha sido la excepción.
La diplomacia, entendida en su concepto más básico del relacionamiento entre los Estados, a través de sus representantes, también ha sufrido las consecuencias del COVID-19. Las cumbres presidenciales y conferencias ministeriales, los foros multilaterales, las reuniones bilaterales y el mismo comercio exterior entraron en un “silencio dinámico”. Sin embargo, los conflictos mundiales continuaron a su propio ritmo.
Los debates multilaterales se han virtualizado, como muchas cosas de la dinámica cotidiana, gracias a la magia de los avances tecnológicos del último siglo y han permitido mantener un diálogo casi silencioso.
Cada representante diplomático, a su turno detrás de una computadora o a través de un video, expresa su posición y/o propuesta de país, sin tener la certeza de que el mensaje haya sido efectivamente escuchado o mínimamente oído, quedando, al menos, para los registros de la historia. Aquí el primer y central elemento de esta reflexión de diplomacia en tiempos de pandemia, ya que, las percepciones, los gestos y los diálogos de pasillo, no solo son importantes, sino imprescindibles para el avance de negociaciones y suma a posiciones país dentro el multilateralismo.
Por otro lado, el bilateralismo, ahora centrado en el control de fronteras para contener el ingreso del virus invisible, ha dejado de lado los asuntos relacionados a la integración, la cooperación, el intercambio comercial y muchos asuntos que generalmente solían ser asuntos del día a día de los ministerios de Relaciones Exteriores, efectivizados en las distintas comisiones políticas y/o comisiones técnicas binacionales.
Al final del camino, la diplomacia de palabra y en persona, nacida en los viejos imperios griego y romano, renacerá, seguramente con sus matices y adaptaciones al nuevo tiempo para una vez más facilitar el diálogo fluido entre Estados y fortalecer las relaciones, pero también para resolver los conflictos más lacerantes que aún enfrentan a muchos pueblos.
El viejo refrán dice “días mejores vendrán”, sin embargo, aún la incertidumbre es parte del día a día. Los expertos y la Organización Mundial de la Salud prevén que cuando el 70% de la población mundial haya recibido la vacuna, podría lograrse superar la crisis sanitaria. Este objetivo aún se vislumbra lejano, se requieren mayores esfuerzos y voluntad política de los gobiernos y de los organismos internacionales, para al menos, intentar acercarse en el mediano plazo.
Con el pasar del tiempo, también el virus pasará, como todo en la vida, y la humanidad nunca más volverá a ser la misma.
Diego Pary Rodríguez es embajador de Bolivia ante las Naciones Unidas.