Dependencia cibercultural
El lunes pasado tuvimos la prueba irrefutable de nuestra dependencia cibercultural. Por siete horas las redes Facebook, WhatsApp e Instagram dejaron de funcionar y millones de usuarios entraron en ansiedad y zozobra. Esa dependencia, que ya es una adicción, se llama nomofobia: la perturbación irracional al no tener celular o no estar comunicado al Internet. Muchos padecen esta nueva adicción, pero el propietario de las empresas la pasó peor, perdió en unas horas el tamaño de varias economías latinoamericanas.
Como respuesta a ese apagón, la joven líder americana Alexandria Ocasio-Cortez (latina de familia sacrificada, obvio si el papá era arquitecto), ante la caída temporal del monopolio Zuckerberg, pidió a todos sus allegados compartir historias verdaderas de la democracia ¿dónde?, pues en la otra red social monopólica favorita de la clase política, el Twitter. Vaya acto revolucionario.
Todavía no comprendemos el ingreso paulatino a una nueva era distópica y cruel. Estamos todavía en la prehistoria de un imperio cibertecnológico que nos volverá más dependientes y sometidos de lo que somos, y en profundidades que nunca vivió la historia humana. Pasaremos del actual capitalismo tardío cognitivo a la sumisión tecnológica por medio de la Inteligencia Artificial, la IA, que ya nos ubica en una escala infrahumana. Algunas personalidades están abogando por un control de los monopolios de la cibertecnología antes de que sea muy tarde, entre ellas, Michelle Bachelet. Esos monopolios operan en la cuarta revolución industrial por encima de los Estados nación. Su desterritorialización los vuelve ectoplasmas cibernéticos difíciles de legislar como fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. ¿Qué tipo de acuerdos multilaterales serán necesarios en este tiempo?
La dependencia cibercultural, en países como el nuestro, es una caja de paradojas. Se usan las RRSS en colectivos sociales que son motivos para el optimismo de Pierre Levy. Soy más escéptico. Los grupos de WhatsApp son un mecanismo de relacionamiento para todos los temas: familiares, académicos, de trabajo, en la pequeña empresa, para compartir memes, para el narcotráfico, el contrabando, la ciberpornografía, y por supuesto para la lucha política. Todos esos grupos dependen de imperios que están por encima de los conocidos: el imperialismo gringo y el chino.
Un mundo distópico se avecina. La pandemia se llevó vidas humanas y dejó sobrevivientes a los que amaestró sutilmente en esta dependencia brutal y sañuda. Por ello, en este nuevo siglo, algunos toman el camino inverso: de la ciudad al campo, y algunas cifras demográficas muestran tímidamente esa tendencia.
Carlos Villagómez es arquitecto.