El tema del momento
En este momento hay una guerra en curso en Yemen, Siria todavía aguanta los coletazos de una guerra civil iniciada hace más de 10 años. Recién en 2021 los talibanes ganaron una larga guerra civil contra los poderes instalados por EEUU luego de la invasión y en el Congo todavía sufren los embates de un conflicto civil que no termina de decantarse.
Pero es Ucrania la que concita nuestra atención en estos momentos. Llamados humanitarios —siempre pertinentes en contra de toda guerra— se hacen sentir a lo largo y ancho del mundo, pero no faltan quienes —masivamente, además— toman partido por uno u otro bando. Más bien el Estado boliviano ha dejado claramente establecida su posición neutral y pacifista.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, el mapa de Europa mostró una serie de cambios que se iniciaron con la caída del muro de Berlín en 1989 y la consecuente ruptura de la URSS en 15 países; dichos cambios —aparentemente— habían terminado con la implosión de Yugoslavia y la creación de los cuatro países que quedan en aquel territorio, luego de la guerra de los Balcanes —que incluyó el bombardeo de la OTAN a la República Federal de Yugoslavia en 1999—. Eran los tiempos del superpoder solitario del que nos hablaba Huntington.
Pero con el advenimiento del nuevo siglo, Rusia intenta revivir sus viejas conquistas anexando Crimea en 2014. Y esa vez nadie pudo impedirlo. Ahora, Rusia va por todo e invade Ucrania. La invasión de Ucrania tiene una relevancia particular debido a que involucra directamente a una potencia con capacidad nuclear —Rusia— en un territorio en el que hay otras potencias con capacidad nuclear. Todos se sienten amenazados —y todos tienen parte de razón—.
Pero existen varios otros motivos que hacen que el conflicto de Ucrania sea particularmente relevante, aparte del ya importante giro que significa para el replanteo de las potencias mundiales, y tiene que ver con el impacto de este conflicto en los mercados mundiales de commodities.
Europa consume el 18% del gas natural del mundo y más de la mitad de ese gas es importado —principalmente de Rusia—, así que lo que pase o deje de pasar en esta guerra impacta directamente los mercados de gas. Rusia es el tercer productor mundial de petróleo, así que los mercados de hidrocarburos han sido fuertemente impactados, con un alto nivel de incertidumbre acerca de lo que pasará en el futuro inmediato. Alemania está suspendiendo sus importaciones de gas desde Rusia y aumentará el peso del carbón en su matriz energética. A la larga, no es improbable que la energía nuclear se vea como una opción cada vez más interesante.
Rusia es el cuarto productor mundial de trigo y Ucrania ocupa el séptimo lugar; en la última semana el precio del trigo se ha disparado en 14% y desde diciembre, la subida es del 21%; el arroz está en su precio más alto en los últimos dos años y el precio del carbón se ha disparado.
La guerra está haciendo más agudos los cuellos de botella que un amplio conjunto de cadenas de abastecimiento estaban ya enfrentando luego de la irrupción del COVID-19; los fabricantes de automóviles están parando sus plantas debido a la falta de materiales y suministros.
El transporte marítimo y aéreo de mercaderías está experimentando costos crecientes, en magnitudes que exceden el 100%. Y esos costos son trasladados de inmediato a los consumidores.
Los diversos impactos de los movimientos de los mercados internacionales —según varios analistas— pueden desatar una situación de estanflación (estancamiento económico e inflación). Sin duda habrá que estar pendientes para analizar qué sucede con nuestra economía.
Detalles más, detalles menos, lo más seguro es que tengamos que prepararnos para un escenario en el que sea necesario invertir para insertarnos en cadenas sudamericanas de valor o simplemente fomentar la producción de algunos insumos y mercaderías que experimentarán contracciones de oferta a escala global.
Pablo Rossell Arce es economista.