La lección más importante que nos ha dejado la pandemia de COVID-19 es que lo único constante es el cambio. Las variantes se propagan, los casos aumentan y disminuyen, los tratamientos cambian y los conocimientos aumentan. Esto significa que todos debemos aprender de manera constante y adaptarnos con rapidez, bajo el entendimiento de que es poco probable que dure mucho la eficacia de cualquier respuesta política.

Es momento de poner en práctica esa flexibilidad. Los casos al alza en Europa, los estragos que está causando la variante Ómicron, sobre todo entre las personas mayores no vacunadas, en Hong Kong y la desaceleración de las campañas de vacunación son advertencias de que otra ola de infecciones podría estar a punto de desatarse en Estados Unidos. Pero de ninguna manera estamos desamparados. Podemos prepararnos mejor, salvar vidas y reducir la desorganización.

Aunque se desconocen los motivos exactos detrás del aumento veloz de casos en Europa, es casi una certeza que se debe a una combinación de la subvariante BA.2 de Ómicron —que es altamente contagiosa—, el cambio de comportamiento de la población y la inmunidad que declina. Por suerte, si bien las vacunas solo brindan una protección pasajera contra las infecciones generales, la protección que ofrecen contra las infecciones graves y la muerte es más duradera.

También hemos aprendido más acerca de la naturaleza de la amenaza. Se ha intentado resolver la pregunta de si Ómicron es una variante mucho menos grave del coronavirus que las cepas anteriores, o si ha causado enfermedades mucho menos graves porque se topó contra un muro de inmunidad otorgada por la vacunación e infecciones previas en Estados Unidos, Europa y partes de Asia con altos índices de vacunación. El brote mortal en Hong Kong responde esa pregunta: el COVID- 19 sigue siendo despiadado y la variante Ómicron es letal en una población ingenua a nivel inmunitario, sobre todo entre personas mayores que no están vacunadas.

Los riesgos que corre Estados Unidos son claros. La BA.2 se propaga con una velocidad cada vez mayor y es probable que pronto represente la mayoría de los casos nuevos en el país. Ya no se usan los cubrebocas y alrededor del 60% de los estadounidenses, incluyendo más de una tercera parte de las personas mayores de 65 años —más de 15 millones de adultos mayores— no cuentan con el esquema completo de vacunación. Esto no significa que será inevitable que la BA.2 cause un repunte mortal. Pero sí significa que los casos podrían aumentar pronto, y que las personas mayores que no están vacunadas o no cuentan con las dosis necesarias de la vacuna, así como las personas vulnerables por motivos médicos, podrían enfrentar una amenaza letal.

Los diagnósticos, los tratamientos y la vacunación contra el COVID-19 y otras amenazas seguirán siendo insuficientes hasta que los sistemas de atención médica primaria de Estados Unidos se vuelvan más robustos; mientras tanto, el COVID-19 continuará propagándose entre poblaciones que son mucho menos resistentes de lo que serían si recibieran cuidados preventivos adecuados.

“Sigue la ciencia” es un mantra, pero la ciencia puede ser sumamente lenta y es inevitable que deban tomarse decisiones antes de que los datos perfectos estén disponibles. Aún no sabemos qué provoca el surgimiento de las variantes ni qué deparan las futuras mutaciones. Tampoco conocemos los plazos óptimos de vacunación para los distintos grupos de personas, si será necesaria una cuarta dosis y, de ser así, cuándo deberá aplicarse y a quiénes.

Aun así, tenemos que intentarlo. La salud pública, así como la política, es el arte de lo posible. La epidemiología rigurosa, la gestión meticulosa de respuestas y la ciencia bien comunicada deben ser las bases de las medidas de salud pública. Aumentar la vacunación, incluyendo las dosis de refuerzo, entre las personas mayores y vulnerables es un reto de vida o muerte. Ampliar la vinculación de las pruebas y los tratamientos puede reducir las hospitalizaciones y las muertes de manera significativa y proteger los sistemas de atención médica. Estados Unidos también debe respaldar sistemas más rápidos de detección y respuesta a nivel nacional y global. Como complemento para el fortalecimiento de los sistemas de trazabilidad, el monitoreo de COVID en aguas residuales, como el que se hace con la polio y otras enfermedades, podría identificar la propagación de la enfermedad antes de que muchas personas se enfermen. Si los profesionales de salud pública descubren brotes justo cuando comienzan, los líderes podrían limitar la propagación.

Por ahora, la mayoría de nosotros podemos gozar el cálido sol primaveral en nuestros rostros libres de mascarillas. Pero también podemos hacer mucho más para contener el COVID-19. Si aprendemos y actuamos con rapidez, podemos aventajar al virus. Conforme el COVID siga adaptándose, nuestra respuesta debe adaptarse junto con ella. Podríamos estar en la antesala del desenlace de la pandemia del coronavirus. Nuestras acciones determinarán qué ocurrirá a continuación.

Tom Frieden fue el director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos de 2009 a 2017, y es columnista de The New York Times.