El modelo de desarrollo promovido por el gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia, en el Plan de Desarrollo Económico y Social 2020-2025, rescata el enfoque filosófico del “vivir bien”, además efectiviza la reconstrucción económica por los efectos de la pandemia e incluye términos conceptuales de la escuela del pensamiento cepalino y la aplicación del modelo de sustitución de importaciones, pero con connotaciones propias de nuestra economía.

Pero, ¿qué hay del “vivir bien” y todo lo relacionado con la Madre Tierra? Desde la teorización de la economía en términos ecológicos y ambientales, ésta basa su generación conceptual, teórica y de implantación en los principios del mercado, el crecimiento, la acumulación de riqueza y la naturaleza, es decir la naturaleza como tal es concebida como cosa o stock de materias primas.

Un debate importante es el referente a la cuestión de si los recursos naturales son una “bendición” o una “maldición” para el desarrollo económico de los países. Aunque los economistas han considerado tradicionalmente la dotación de recursos naturales como un determinante básico de la ventaja comparativa y esencial para el crecimiento económico, algunos consideran que una dependencia excesiva de la exportación de este tipo de recursos puede ocasionar que los países queden sumidos en una situación de “subdesarrollo”.

Nuestro modelo económico es conceptualmente híbrido, ya que los instrumentos económicos de mercado y la ideología del “vivir bien” están presentes, en razón de tomar en cuenta la economía comunitaria y campesina, además, la normativa y el aparato estatal han institucionalizado los principios y valores de la Ley de la Madre Tierra, como parte del modelo de desarrollo.

Sin embargo, si parafraseamos a las lógicas del activismo ambiental, que toman esencial atención en ideas de “cambio de paradigma”, “la tierra no está muriendo, está siendo asesinada”, podría dar una imagen sine qua non de que no cambió el sistema económico y, por lo tanto, no existe una política estatal sobre la Madre Tierra; además podrían afirmar que los mecanismos de la economía verde están en pleno auge, ya que la biodiversidad y todo lo que emana de la Pachamama, tienen un precio.

Ahora bien, cambiar o incluir factores resulta realizar un giro de 180 grados a la institucionalidad del Estado y la forma de hacer las cosas y plantear las políticas públicas. Puede existir más de una solución, más de una tesis y una antítesis para la formulación de una política. Para que lo anterior trascienda, es necesario desarrollar políticas propias sobre la Madre Tierra, con estrategias, planes, programas y proyectos con esta magnitud de respeto y armonía.

En efecto, a la fórmula de la economía verde se contrapone la visión de la economía de la Madre Tierra y el “vivir bien”, es decir, la lógica del pago de servicios ecosistémicos se confronta a la propuesta de la “gestión de los sistemas de vida” (término manejado por Diego Pacheco Balanza en el libro Vivir bien en armonía y equilibrio con la Madre Tierra).

Creemos que este último punto es el medular, ya que para establecer una nueva política económica sobre la gestión de los sistemas de vida, se tiene que seguir los pasos correspondientes desde la ideología del Gobierno, la instrumentalización y la técnica, es decir, mutar nuestros sistemas de planificación, ejecución, control y toda la economía normativa del Estado.

En ese marco, esperemos que esta transformación sea en el mediano plazo, que rompa con el enfoque del patrón colonial, que dé la relevancia a la Madre Tierra como sujeto de derechos por sobre los derechos económicos, con indicadores y métrica propia. Es decir, pensar en esto es creer que la economía debe evolucionar y revolucionar con sus actores, ya que no es proactivo entrar a la lucha de si es más el Estado o es más el mercado, sino la verdad material, preservar nuestra hacienda, nuestra casa, nuestra Madre Tierra.

Ronald Guzman Agramont es economista y docente de la UPEA.