Empatía
Imagine a cientos de hinchas de un equipo fútbol coordinando juntos cánticos, gritos, insultos al oponente, muestras de emoción variadas, que los lleve incluso a terminar abrazados entre extraños; obviamente, se comportan así porque han sido parte de una compleja coordinación de coordinaciones conductuales en un partido de fútbol en el que los eventos los han llevado a sentirse juntos. Así, lloran, gritan, se agitan y lo hacen como si fueran un solo cuerpo.
Las responsables de estas coordinaciones de coordinaciones conductuales son las denominadas neuronas espejo. El biólogo argentino Diego Golombek, en su libro denominado Las neuronas de Dios (que ya lleva una segunda edición publicada a comienzos de 2022), explica que si vemos a alguien que acaba de darse un martillazo en el dedo y muestra una cara espantosa de dolor, a nosotros, que no recibimos el martillazo, pero que estamos ahí para verlo, también nos duele, también nos impresiona. Compartimos el dolor con solo verlo. Es decir, es posible el dolor a primera vista.
Puede suceder lo mismo al percibir felicidad, excitación, tristeza o éxtasis. Así es como funcionan las películas sensibles y tristes que nos hacen llorar. Como señala Golombek: “Estamos cableados, no para poner la otra mejilla, sino para sentir la mejilla del otro”, así las neuronas espejo son las responsables de la empatía, la misma que nos permite sentir que somos parte de una comunidad, de una religión, de una manera de vivir en conjunto las alegrías, los miedos, los riesgos y las preocupaciones. Ese mensaje de “no estar solos” es parte de este cableado que señala Golombek, y que también nos lleva a sentir “lo divino”. Entonces, podemos sentir sed ante un anuncio de una gaseosa popular, comprar X o Z producto para sentirnos felices como en la propaganda, compartir de manera conjunta una ideología y una creencia en un mundo mejor que llegará (algún día), sentirnos vulnerables ante el abuso a un ser débil o ponernos tristes e indignados ante las imágenes de una ciudad destruida por causa de la guerra. La publicidad, la comunicación política y hasta las relaciones internacionales entre Estados apelan a la empatía.
En un sentido similar, los mensajes en las redes sociales se combinan con emoticones; es decir, pequeñas imágenes que intentan otorgar un sentido más humano al mensaje. El biólogo chileno Humberto Maturana señala que más de un 90% de la comunicación humana es emotiva y por ello el éxito de los emoticones que pueden incluso llegar a reemplazar oraciones. Maturana nos recuerda que la palabra conversar, justamente tiene en su raíz etimológica la idea de caminar juntos. Somos humanos porque estamos biológicamente determinados a sentirnos y reconocernos como valiosos los unos a los otros; es decir, a sentir empatía.
Farit Rojas T. es abogado y filósofo.