Petro-Francia: segundo tiempo
La muy esperada y celebrada victoria electoral de Gustavo Petro y Francia Márquez el domingo pasado en Colombia fue una suerte de revancha, digamos un segundo tiempo. No respecto a las elecciones presidenciales de 2018, que Petro perdió en segunda vuelta ante Iván Duque, esa marioneta impresentable del uribismo. Fue una revancha respecto al plebiscito sobre los acuerdos de paz, en octubre de 2016, cuando por menos de 54.000 votos se impuso el No.
El resultado del plebiscito de 2016 fue una gran sorpresa. No solo porque todas las encuestas anticipaban un cómodo triunfo del Sí ratificatorio de los acuerdos de paz, sino por algo en principio incomprensible. ¿Cómo es posible que después de medio siglo de guerra, con más de 220.000 muertos, la sociedad colombiana rechazara unos acuerdos, difícilmente logrados, para poner fin a esa guerra? Estuve ese 2 de octubre en Bogotá y la sensación de desazón fue enorme.
Cuesta entender que solo el 37% de los votantes haya ido a las urnas para decidir sobre un tema de semejante trascendencia (a la mayoría le sobró indiferencia). Y cuesta entender que, de quienes participaron, el 50,21% haya optado por el No. Hay debate sobre las razones de este resultado. Me quedo con las palabras del escritor Juan Gabriel Vásquez: “El plebiscito se convirtió en el símbolo de nuestras fracturas, nuestras supersticiones, nuestros resentimientos y nuestros odios”.
El pasado domingo tuve el gusto de acompañar las elecciones. Cuando se inició el preconteo, la sensación de incertidumbre era predominante. La pregunta incómoda estaba instalada en las conversaciones desde días antes: ¿será posible que gane Rodolfo Hernández, ese raro candidato de la barbarie, tras el cual se alinearon todas las fuerzas de la mentira y la violencia? ¿O habrá llegado finalmente en Colombia, como ocurrió, el tiempo de un gobierno de izquierda y progresista, de los “nadies”?
Celebro la victoria de Petro y Francia por las luchas, la inclusión, las dignidades y el cambio que representan. La esperanza le ganó al miedo. Entiendo que el Pacto Histórico no habría sido posible sin los acuerdos de paz. Y en este segundo tiempo, la revancha en las urnas, venció el Sí. Claro que el camino está lejos de ser expedito: ya están en curso las resistencias a la apuesta de paz con justicia social y ambiental. Lo más difícil será curar heridas (reconciliarse) y cerrar brechas (lograr igualdad).
Hay otro segundo tiempo en el que la contribución de Petro y Francia puede ser fundamental. Es el actual vuelco a la izquierda en la región, con nuevos rostros y renovada agenda respecto al claroscuro ciclo del socialismo del siglo XXI. Andamios, andamos.
FadoCracia inmoral
1. La Unión Juvenil Cruceñista no deja de superarse. Esta vez se metió, nada menos, con “la naturaleza del ser humano” (sic). 2. El objeto de (re)acción de los unionistas fue la muestra Arte y cultura LGBTIQ+ y feminismos diversos en Santa Cruz, organizada en el Museo Altillo Beni. El solo nombre les provocó ira y comezón en iguales dosis. 3. Más allá de su irrisorio resguardo del escudo nacional, la UJC defiende ahora la naturaleza de nuestro cuerpo a fin de darle “el uso correspondiente a cada parte de este” (recontra sic). 4. Ahora imaginen lo que hacen los matones unionistas con cada parte de su cuerpo. Es de terror. No habría muestra que pueda con tanta “imagen libidinosa”. 5. Pero la UJC no está sola. Vecinos del Casco Viejo cruceño forzaron, bajo amenaza de hoguera, el retiro de banderas LGBTIQ+ de la fachada del museo. 6. Otros fueron más lejos e irrumpieron con insultos en la muestra destruyendo una obra. Hay que cuidar a la familia. Y respetar la voluntad de Dios. 7. Si así es la “reserva moral” de los cruceños, ¿cómo será la reserva inmoral? Pobre reserva, pobre moralidad, pobres cruceños.
José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.