El tono rojo de nuestro progresismo
Si seguimos la discusión política en la región en torno a que la política se lee cada vez menos con la imagen y los textos del Che o de Marx, y más con la identidad de Pluto o Goofy; entonces podremos convenir que estamos frente a un escenario que invita a la movilización cada vez menos motivada por criterios ideológicos, cada vez más por la identidad política que se tiene, y mucho más aún por el interés que busco obtener a partir del gremio al que pertenezco o de la identidad que profeso.
Este asunto identitario está obligando a los candidatos de izquierda en el continente a moderar —conservadurizar— el discurso, primero porque el discurso que se posicione en un extremo del polo es el que menos incentivo genera a los ismos urbanos de hoy: ecologismo, feminismo, ambientalismo, etc.
Segundo, el contexto político y social que sufrimos en los últimos tres años ha invadido la política de miedo, enfado y desesperanza. Casi nadie está dispuesto por apostar su futuro por algo que no conoce, esto nos hace más cautos de alguna forma a la hora de apoyar algún liderazgo, y también nos inclina a revivir lo añejo en aquello que representa la nostalgia en la que pensamos que vivíamos más cómodamente.
Estos rasgos, grosso modo, son los que se evidenciaron en al menos los dos últimos procesos electorales como los casos chileno y colombiano; es decir, si la hipótesis es que la región de este continente se encuentra en una nueva ola de izquierda de similar impulso como la tenía el socialismo del siglo XXI con Evo, Chávez, Correa y Kirchner; en este caso no es así, porque así, o bien los presidentes de hoy son vistos como figuras tuteladas por otros líderes anteriores a ellos, o bien porque carecen de la fuerza política suficiente como para tomar decisiones de fondo.
Por tanto, quizá esto que se dice que es una ola, solamente alcanza a ser considerado como una brisa con un aliento significativo que viene desde distintas direcciones y no con una fuerza unificada. Con esto no me suscribo tampoco en esas visiones que ya le dieron fecha de caducidad al progresismo latinoamericano usando el atajo más simple y mecánico para denostar esta corriente a través de decir que es mero populismo.
Lo que estamos viviendo en la región es tan incierto que no alcanza como para que los partidarios de la izquierda latinoamericana, cada vez que alguno de sus partidarios triunfa en una elección, entonces se abra demasiado las compuertas como para lanzar vivas en torno a que el bien estaría triunfando sobre el mal. O del otro lado, simplificar demasiado las cosas pensando que todo se reduce a una lucha entre la democracia contra una dictadura.
Son tiempos cuyo color para describirlo se me ocurre que son grises, en distintas tonalidades cuando se habla de la disputa izquierdaderecha. Y para el caso del progresismo latinoamericano diría que es menos color rojo intenso de combate y más tenue hacia un rosado ecléctico; quizá no sería mala idea replantearse el alcance de esto porque en la vereda de la derecha lo que se trabaja últimamente y mucho es cohesionar en torno a valores a su electorado con el marco de que lo que vivimos hoy son auténticos tiempos del libertinaje.
Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.