Explicando nuestro déficit estatal
La disfuncionalidad del Estado boliviano es difícilmente explicable a partir de un gobierno. No es que no haya responsables por la actual situación de la justicia, la educación o la salud, pero la dificultad para reformar su institucionalidad sugiere que se trata de un problema que requiere algo más que voluntad política, por lo cual es necesario reconsiderar lo que creemos que sabemos sobre el Estado.
Las primeras reflexiones acerca del Estado moderno se concentraron más en justificar su existencia que en explicarlo, si bien no científicamente, al menos bajo una lógica coherente que parta de la realidad y que en las ciencias sociales llamamos teoría. Así, para poder comprender efectivamente qué es el Estado, es necesario dar al traste con toda la tradición del contrato social desarrollada durante el iluminismo y adentrarnos en el mundo de la teoría crítica del Estado, que en su pretensión por cambiar el mundo debió primero comprenderlo ( fustigándolo, claro).
Esta tradición se inaugura con Marx, quien, como diría Zavaleta, se refirió a estos temas durante toda su vida sin llegar, sin embargo, a sistematizarlos en un tratado extenso y coherente. No le alcanzó el tiempo, es todo lo que podemos decir. Pero lo que dijo al respecto es imprescindible para comprender esta forma de organización social.
En lo fundamental, para entender al Estado, debemos remitirnos primero a la sociedad y sus contradicciones de clase, de las cuales emerge como una forma de garantizar su unidad, siempre amenazada por intereses contrapuestos. Es más que una herramienta de dominación de clase, aunque esa sea su función esencial, pues también debe justificar dicha dominación mediante la generación de cierto consenso que luego Gramsci llamó hegemonía, que consiste básicamente en la construcción de legitimidad.
El problema con las sociedades latinoamericanas en general, es que el Estado está doblemente condicionado, como señalan Hernán Ouviña y Mabel Thwaites: primero, por un sistema interestatal que expresa la división internacional del trabajo, lo cual dificulta el pleno ejercicio de su soberanía en términos objetivos; y segundo, por la forma en la que se expresa la correlación de fuerzas entre las diferentes clases que componen su sociedad, atravesadas por más de un clivaje, algunos de los cuales imprimen un sello distintivo. Bolivia y lo étnico, por poner un ejemplo.
Ahora bien, la teoría crítica del Estado también señala que dicha correlación de fuerzas se cristaliza bajo formas específicas de institucionalidad, por las cuales, por ejemplo, ciertos sectores tienen derecho a determinado tipo de privilegios mientras que otros, más débiles, no pueden gozar de tales prerrogativas. Instituciones como la justicia y la educación tienen un carácter de clase que se expresa, por ejemplo, en la existencia de colegios de primera y de tercera, o en tribunales judiciales que se venden al mejor postor.
Tal correlación de fuerzas, al mismo tiempo, se configura no solo por factores endógenos o nativos, sino por la influencia de poderes extraterritoriales como el imperialismo estadounidense, que a estas alturas debería ser un fenómeno incuestionable para las ciencias sociales. Un ejemplo en extremo didáctico lo brinda la asistencia gringa al gobierno de la Revolución Nacional a cambio de que estableciera mecanismos de disciplinamiento social en contra del movimiento obrero durante la segunda mitad del siglo XX, que derivó en el largo periodo de dictaduras militares, así como la represión selectiva del movimiento cocalero durante los años 90.
Para transformar el Estado y dar efectividad a sus instituciones en beneficio de todos y sobre todo en favor de los menos privilegiados, es ineludible modificar dicha correlación de fuerzas e incluso, oponer resistencia a la influencia de potencias como los EEUU, aunque suene demasiado quijotesco. Si el imperialismo fuera benévolo para Bolivia no sería condenable ser proimperialista. No obstante, la evidencia empírica sugiere lo contrario.
Nada de esto es ideología. Ideología es lo que nos quieren vender cuando dicen que fallamos como sociedad por los impulsos populistas de nuestro pueblo.
Carlos Moldiz Castillo es politólogo.