Como una persona de Sri Lanka, ver la cobertura de noticias internacionales de la implosión económica y política de mi país es como asistir a tu propio funeral: todos especulan cómo fue que moriste. Pero, desde mi punto de vista, la culpa final recae en el sistema neoliberal dominado por Occidente que mantiene a los países en desarrollo en una forma de colonización impulsada por la deuda. El sistema está en crisis, sus cimientos vacilantes quedaron expuestos por las fichas de dominó de la guerra de Ucrania, que derivó en escasez de alimentos y combustible, la pandemia y la insolvencia inminente y el hambre en todo el mundo.

Sri Lanka es el primer ejemplo. Después de 450 años de colonialismo, 40 años de neoliberalismo y cuatro años del fracaso absoluto de nuestros políticos, Sri Lanka y su pueblo han caído en la ruina. Los últimos meses se han sentido así. Tengo un coche, que se convirtió en un pisapapeles gigante. Sri Lanka se quedó, literalmente, sin gasolina. La rupia ha perdido casi la mitad de su valor desde marzo y muchos productos están agotados.

Las primeras protestas importantes empezaron en marzo. El mes pasado, los manifestantes irrumpieron en la residencia presidencial y la oficina del primer ministro, y fue lo único que se sintió bien. Pero lo que por un momento se había sentido como una verdadera democracia no duró. El Parlamento reemplazó a Gotabaya Rajapaksa con uno de sus cómplices, Ranil Wickremesinghe, quien había sido primer ministro varias veces pero perdió su escaño en 2020. Ordenó a los militares a enfrentar a las personas que protestan y ha arrestado a manifestantes y sindicalistas. Todo ha sido “constitucional”, lo que ha erosionado la esperanza en todo el sistema democrático liberal.

Sri Lanka, como tantos otros países que luchan por la liquidez, sigue siendo una colonia con una administración subcontratada al Fondo Monetario Internacional (FMI). Todavía exportamos mano de obra y recursos baratos e importamos productos terminados caros: el modelo colonial básico. El país aún está dividido y dominado por las élites locales, mientras que el control económico real se mantiene en el exterior. El FMI le ha otorgado préstamos a Sri Lanka 16 veces, siempre con condiciones estrictas. Nos sigue reestructurando para una mayor explotación por parte de los acreedores.

Y por mucho que Occidente culpe a los prestamistas depredadores chinos, solo entre el 10 y el 20% de la deuda externa de Sri Lanka se le debe a China. La mayoría se debe a instituciones financieras estadounidenses y europeas o a aliados occidentales como Japón. Sucumbimos en una trampa de deuda en buena medida occidental.

Otros países enfrentan el mismo peligro. Alrededor del 60% de las naciones de bajos ingresos y el 30% de los países de ingresos medios están en peligro por la deuda o corren un alto riesgo de estarlo. Se cree que el 60% de la fuerza laboral mundial tiene ingresos reales más bajos que antes de la pandemia, y los países ricos ofrecen poca o ninguna ayuda. Pero las grandes economías también están afectadas. Europa enfrenta incertidumbre energética, los estadounidenses batallan por llenar sus tanques de gasolina, es posible que Estados Unidos ya esté en recesión — su burbuja económica amenaza con estallar— y las familias británicas afrontan inseguridad alimentaria.

Va a empeorar: el FMI acaba de advertir que aumenta la probabilidad de una recesión global. A medida que las economías colapsen, los préstamos occidentales no se reembolsarán y los países pobres quedarán fuera del sistema del dólar que impulsa el estilo de vida occidental. Entonces, incluso los estadounidenses no podrán imprimir dinero para salir del problema. Ya comenzó. Sri Lanka empezó a liquidar préstamos en rupias indias e India está comprando petróleo ruso en rublos. China podría comprar petróleo saudí con yuanes.

El levantamiento en Sri Lanka que expulsó a nuestros líderes se ha llamado aragalaya. Significa “lucha”. Va a ser una lucha prolongada, y se está extendiendo por todo el mundo.

Indrajit Samarajiva es columnista de The New York Times.