Semillas de innovación
Hace algunas semanas tuve el privilegio de asistir a la instancia clasificatoria departamental para el campeonato nacional de robótica, de donde finalmente salieron los ganadores que nos representan en el mundial de esa especialidad.
Lo primero que me llamó la atención es la enorme cantidad de talento entre estudiantes de colegio que se esmeraron con diseño e ingenio para fabricar sus robots y competir. Las pruebas eran estándar: se trataba de que los robots, manejados a control remoto, debían cargar la mayor cantidad de pelotas y llevarlas a un destino predeterminado en una pista diseñada especialmente.
La segunda característica que me llamó la atención fue la alta participación de chicas. Gracias a ellas, los temas técnico/científicos ya no están llenos de muchachos, y el mundo se beneficia de una composición más heterogénea de especialistas.
En tercer lugar, pude ver la conmovedora dedicación de los profesores que asesoraban a los proyectos de los equipos estudiantiles. Sufrían con sus alumnos cuando las cosas no salían como lo planeado, y festejaban sus triunfos, y participaban con una entrega ejemplarmente generosa.
Este evento se suma a otra buena noticia en el tema de robótica para los estudiantes bolivianos que inventaron el robot Tikats, que tiene la función de desinfectar ambientes para combatir el COVID-19. Además, habla y genera conciencia para mejorar los hábitos de la gente sobre dicha infección. Lo más interesante del equipo del proyecto Tikats es que sus miembros provienen del área rural y pertenecen a los urus, demostrando que el paisaje altiplánico boliviano está ya muy lejos de las inertes postales cinematográficas de la década de los 70.
Chicos y chicas de colegio le perdieron ya el miedo a la robótica y sus experiencias —por ahora pioneras y llenas de esfuerzos extraordinarios— allanan el camino para que las próximas generaciones estén cada vez más familiarizadas con temas de tecnología aplicada.
Por otro lado, LA RAZÓN nos informa de los esfuerzos de José Ernesto García, el “chico robótico”, una joven promesa de 20 años que inventó un robot de 3 centímetros. Desarrolló su pasión desde los 11 años y quiere especializarse en robótica, para lo cual solicita aportes monetarios. En breve tendrá su página de crowdfunding.
El país está lleno de pequeños genios y genias de la robótica y seguramente, aunque menos visibles, de la informática. Lo poco que vi está sesgado por la cobertura que se hace del tema en la zona occidental, pero quiero destacar que una de las representantes bolivianas al mundial de robótica viene de Pando.
Tenemos una masa de potentes semillas de innovación entre las nuevas generaciones, mucho más conectadas que las anteriores al mundo, gracias a su habilidad para descubrir lo que pasa más allá de nuestras fronteras en internet.
Estos genios y genias, portadores de las semillas de innovación, se enfrentarán en algún momento a un punto de bifurcación: persiguen su ambición y se profesionalizan en la materia o se conforman con un escritorio y las tradicionales ocho horas de trabajo donde sea. En todo caso, si perseveran y logran hacerse de un nombre en el país, será un esfuerzo individual.
Quienes no lo logren, seguramente verán terrenos más fértiles fuera de nuestras fronteras, lugares donde la semilla de la innovación tendrá mejores condiciones para germinar.
Como en todo, hay un lado bueno y uno malo del asunto: lo malo es que esa masa de semillas de innovación se puede quedar en un 1, 3 o 5% de emprendedores, que seguirán su camino pese al entorno educativo actual, cuyas taras las conocemos todos y en el que los y las docentes que realmente se quieren dedicar a su alumnado son lunares de excepcionalidad.
El lado bueno es que quienes realmente tengan la voluntad de seguir por el camino de la innovación, lograrán sus propósitos sin esperar a que su entorno cambie. Ellos mismos cambiarán su entorno, incluso si ello implica irse del país. Pasa en el deporte, pasa en la ciencia.
Pablo Rossell Arce es economista.