Épicas decadentes
Quizás me equivoque, pero hay un estado de ánimo raro estos días. Los grandes relatos de la polarización se están consumiendo poco a poco. El desacople entre una mayoría social que desea que no le frieguen la vida y las dirigencias empeñadas en su enésima pelea pseudo-épica es grande. Para mantener la tensión se está teniendo que recurrir a las más bajas pasiones y hasta eso ya es difícil.
El conflicto por el Censo es posiblemente uno de los más tontos de nuestra historia reciente. Reflejo de la incomunicación radical de nuestras élites políticas, del despliegue del más burdo ilusionismo y de la preeminencia del egoísmo de algunos líderes por encima del bien común. Si la polarización se parece a veces a una neurosis, los sucesos de las últimas dos semanas solamente nos lo están confirmando.
A estas alturas del partido, el conflicto se resume más o menos a hacer un censo de población entre noviembre de 2023 y abril 2024. Seis meses es la diferencia y nosotros ya nos hemos gastado dos en idas y venidas al cohete. Una ciudad de un millón de habitantes está funcionando a medias desde hace dos semanas y cientos de miles de ciudadanos están perdiendo ingresos y esperanzas por una diferencia de meses para realizar una investigación sociodemográfica que, digámoslo de una vez, no nos va a cambiar la vida ni va a modificar sustantivamente ningún equilibrio político estructural. Y el que les diga lo contrario les está mintiendo.
Aunque los medios hegemónicos siguen alimentando los sueños húmedos del radicalismo opositor, la evidencia es que el conflicto sigue localizado en la capital oriental, con grandes dificultades para trascender a otras regiones. Y si no pasa algo sorpresivo, la misa está casi cantada, la dirigencia cívica tendrá que buscar una salida que les permita salvar algo de su capital o seguir rezando por un cisne negro que les permita acorralar al Gobierno.
Exigirle más sacrificios a la gente en Santa Cruz por las fantasías políticas del gobernador y sus afines parece cada día más complicado, ya sea por fatiga o simplemente porque el bolsillo ya no aguanta, aún más si la victoria definitiva frente al “monstruo” azul no aparece en el horizonte.
Precisemos que en ese nuevo impasse opositor me parece que tuvieron que ver poco las proverbiales habilidades políticas y comunicacionales del Gobierno. Al contrario, si no fuera por la retorcida lógica de combatir un bloqueo con un cerco y tener escasa empatía con las emociones e intereses cruceños, posiblemente ese desenlace habría llegado más temprano. Es el gran fastidio e indiferencia de la mayoría de los ciudadanos ante un conflicto casi sin sentido lo que está impidiendo que los incendiarios logren su cometido.
Un paseo por las redes sociales de los fieles de ambas religiones es sintomático de su encapsulamiento en sus respectivas burbujas de temores, suposiciones y fantasías. Mientras en un lado el combustible residual es nomás el miedo a la “invasión” y la fe en que toda Bolivia está a punto de levantarse para apoyarles, como se lo sugieren sus periódicos de cabecera, en el otro cunde el temor por el inminente “golpe fascista”. Como me dijo una amiga muy inteligente: la ignorancia sobre el otro provoca miedo y de ahí el trechito a la violencia es corto. Ese sigue siendo el riesgo y por eso indigna, ni una vida más puede perderse debido a semejante insensatez.
Pero, las masas son sabias, aunque no parezcan, y frente a esos comportamientos neuróticos, la respuesta han sido los miles en las calles disfrazados de zombis y calaveras, los otros tantos bailando y chupando, y la mayoría laburando porque en este mundo a nadie le regalan nada. Como me decía un taxista: “hay que dejar que los borrachitos se peleen hasta cansarse, cuidado con meterse, te pueden meter un piñazo”. Otros no pueden hacer eso lamentablemente porque están encerrados por sus salvadores.
Hace un mes en la televisión un gremialista cruceño resumía un sentimiento que muchos empezamos a compartir: “déjense de joder, no nos molesten, ellos tienen que resolver, fueron elegidos para eso”. Pues, estamos ahí, la solución tarda en llegar y las justificaciones son cada día más esotéricas, mientras miles se friegan por muy poco. El fastidio se está acumulando, la desconexión de las dirigencias políticas es cada vez más costosa para la sociedad, cuidado que eso se traduzca en cosas raras en las urnas. Al tiempo.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.