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Monday 29 Apr 2024 | Actualizado a 05:21 AM

El envejecimiento

Los médicos usamos la edad para contextualizar la historia del paciente y en efecto medir su nivel de tragedia

/ 9 de enero de 2023 / 01:41

Cuando los médicos hablamos sobre los pacientes en el hospital, por lo general, su edad es de lo primero que mencionamos. Un hombre de 75 años con dificultad para respirar. Una mujer de 30 años con inflamación articular. Saber las edades de nuestros pacientes nos permite enfocarnos en el diagnóstico más probable y desarrollar una imagen mental del paciente antes de entrar a su habitación.

Pero esto también tiene otra función. Los médicos usamos la edad para contextualizar la historia del paciente y en efecto medir su nivel de tragedia. Esto solía ser lógico para mí. La expectativa de vida de un ser humano tiene un arco claro que termina por naturaleza en algún momento entre la octava o incluso la novena década. Pero en fechas más recientes, a medida que mis padres envejecen y yo me convierto en madre a mis 41 años con un “embarazo geriátrico”, he descubierto que pienso de otro modo en la edad y su significado en la medicina.

Estamos viviendo en una época única en Estados Unidos con respecto al envejecimiento. Hace poco, nuestro presidente cumplió 80 años y los miembros del Senado, en promedio, son los más viejos de la historia. Hoy, personas sobreviven diagnósticos médicos que en años pasados habrían derivado en una muerte prematura.

Al mismo tiempo, el ámbito del antienvejecimiento está ganando credibilidad, con datos tentadores que sugieren que la ciencia podría ser capaz de prolongar no solo la vida, sino también “la esperanza de vida saludable”, es decir, el tiempo que la gente permanece sana y activa, con una buena calidad de vida. Aunque soy médica de terapia intensiva y les digo a mis pacientes y a sus familiares que miren a la muerte de frente y admitan la realidad, me cautiva la promesa de la medicina de la longevidad.

Los investigadores especializados en la longevidad te dirían que el envejecimiento en sí mismo es una enfermedad que podemos comprender y tratar, y que el cáncer, las cardiopatías y la demencia son solo sus síntomas. Te dirían que la primera persona en vivir hasta los 150 años ya nació. De cierta manera, esto suena absurdo, un sueño de multimillonarios del sector de la biotecnología, alimentado por la negación, el miedo a la muerte y una ilusión de control. Pero por otro lado, la ciencia que lo respalda es real. Así que, me permito imaginar que quizá mi padre sí llegará a esa graduación de bachillerato.

El simple hecho de poder contemplar esta realidad y, lo que es más, pensar que esto es algo que podemos controlar, es un privilegio, tal como lo fue decidir que quería tener una familia después de cumplir 40 años. Las personas más ricas, en promedio, viven casi 10 años más libres de limitantes físicas que las más pobres. Conforme los datos que sustentan la ciencia del antienvejecimiento se vuelven más sólidos y factibles, es probable que esta diferencia se haga aún más profunda.

En el hospital, vemos esto de primera mano. Hace poco, atendí a un hombre de 50 años que estaba en tratamiento de diálisis, pues fumó y bebió durante gran parte de su vida, se había caído en la bañera de su casa y se había quedado ahí durante un día o más esperando a que alguien lo escuchara pedir ayuda. De pie, fuera de su habitación en el hospital, su enfermera y yo notamos su edad, era unos cuantos años más joven que la enfermera y no era ni diez años más grande que yo. “Un anciano de 50 años”, comentó su enfermera, una forma rápida de describir un cuerpo castigado por la enfermedad, por décadas de estrés crónico, por factores que están dentro y fuera de nuestro control.

Si pudieras calcular la edad fisiológica, no cronológica, de mis pacientes, ¿qué cifra le darías? Hablamos de medir la fragilidad: la debilidad, la fatiga y la resiliencia fisiológica debilitada. Puede que esto sea más significativo que la edad cronológica a la hora de tomar decisiones médicas sobre las intervenciones que un paciente puede tolerar, pero esta métrica es difusa y no tiene un criterio de referencia.

A la vanguardia de la ciencia de la longevidad hay empresas que ofrecen respuestas sencillas. Si te pinchas el dedo y les envías unas cuantas gotas de sangre, te mandan un informe con un estimado de tu edad genética, basado en las impurezas de tu AND y la longitud de tus telómeros, es decir, la protección en la base de nuestro ADN que se acorta y se desgasta con el tiempo. Tal vez este valor sea significativo, pero no está del todo claro si tener una edad genética más joven que la cronológica te concede una vida más larga o mejor.

Pero podría ser, así que una parte de mí se siente tentada a enviar una muestra de sangre, pero no estoy segura de querer saber la información que obtendría a cambio. Quizá me preocuparía; tal vez me brindaría una falsa tranquilidad. En todo caso, mientras visito a mis pacientes en la unidad de terapia intensiva y de repente siento cómo se mueve el bebé que crece en mi vientre, estoy consciente de que, aunque pudiera desacelerar el reloj, nunca hay suficiente tiempo.

Hace unos meses, tuve un ataque de pánico por un lunar que tenía en la espalda, estaba segura de que había desarrollado un melanoma. Este no es un miedo inverosímil, vemos historias que comienzan así todo el tiempo en la unidad de terapia intensiva. Ya podía imaginar mi presentación de paciente: mujer de 41 años sin antecedentes médicos relevantes, tenía seis meses de embarazo cuando se le diagnosticó melanoma metastásico. Agendé una cita urgente con una dermatóloga que echó un solo vistazo a mi espalda y anunció que no tenía nada de qué preocuparme. Solo son “manchas de la edad”. Por un momento, el comentario me tomó por sorpresa. “¿Manchas de la edad? Pero tengo…”.

“Tiene más de 40 años”, me interrumpió, con amabilidad y firmeza. “Es natural”.

Daniela J. Lamas es doctora y columnista de The New York Times.

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Vivir más

/ 13 de febrero de 2023 / 01:08

Imagina que supieras, desde que tienes uso de razón, que es poco probable que vivas más allá de los 20 años. Acabarías la preparatoria, pero ¿la universidad? ¿Te permitirías enamorarte? ¿Cuánto invertirías en un futuro que quizá nunca llegues a ver?

Es una experiencia extraordinaria y complicada. Y ahora que la ciencia avanza a toda velocidad con la terapia génica y los tratamientos específicos contra el cáncer que prometen convertir las enfermedades terminales en crónicas, es también una lección de lo que podría estar por venir.

Desde su aprobación en 2019, el tratamiento farmacológico Trikafta se ha anunciado como un cambio radical para la mayoría de las personas con fibrosis quística. La enfermedad es causada por defectos en una proteína que afecta a las células y tejidos del cuerpo, dando lugar a mucosidad que se acumula en los pulmones y otros órganos. Trikafta, una combinación de tres medicamentos, ayuda a que la proteína defectuosa funcione con mayor eficacia. Sin la mucosidad espesa, y las infecciones y cicatrices que la acompañan, los pacientes pueden evitar el deterioro respiratorio que caracteriza la vida con fibrosis quística.

Algunas personas tienen mutaciones genéticas que no les permiten beneficiarse de Trikafta, que actúa sobre la mutación más frecuente de la fibrosis quística.

Aun así, muchos de los que nacen hoy con la enfermedad pueden tener una expectativa de vida de hasta 60 años, un pronóstico que muy probablemente seguirá mejorando a lo largo de su vida. Crecerán con una perspectiva totalmente distinta, con una enfermedad que para muchos será crónica y manejable.

Para algunos, la respuesta es comprometerse plenamente con el futuro e incluso replantearse decisiones anteriores sobre la familia. La Trikafta puede aumentar la fertilidad, y mujeres que hace tiempo dejaron de utilizar métodos anticonceptivos ahora se encuentran embarazadas, y lo bastante sanas como para gestar de manera segura. Es una especie de despertar, cuerpos que funcionan como nunca lo habían hecho.

Hay otras opciones, actos de esperanza pequeños pero conmovedores. Un especialista en fibrosis quística me habló de una paciente de más de 40 años que por fin había decidido ponerse ortodoncia para enderezar sus dientes y de otra que planeaba someterse a una intervención estética en los ojos que llevaba tiempo aplazando. Mientras hablábamos, me acordé de una joven con fibrosis quística que conocí hace años. Me contó que llegó un momento en que decidió empezar a usar protección solar, pensando que quizá viviría lo suficiente como para que el daño solar tuviera importancia.

Un médico llamó a esta generación de pacientes con fibrosis quística, los que tienen entre 30 y 40 años e incluso 50, una “generación de transición”. Muchos de los que son más jóvenes nunca sabrán cómo fue para personas como ellos en sus primeros años, cuando les dijeron que quizá no vivirían más de 30 años. Quienes ya se han sometido a un trasplante de pulmón pueden observar ese cambio desde afuera, pero quizá no se beneficien directamente. Hay muchas cosas que aún no sabemos. ¿Cómo evolucionará la enfermedad para quienes toman Trikafta? ¿Qué pasará con los pacientes que tienen una discapacidad y que ahora están más sanos, pero quizá no lo suficiente como para volver a trabajar a tiempo completo? ¿Qué terapias vendrán después? ¿Los medicamentos de la competencia lograrán reducir el elevado costo de la Trikafta y poner ese tratamiento al alcance de la población de países de ingresos bajos y medios? Pero lo que pasa en este momento es extraordinario.

Daniela j. Lamas es columnista de The New York Times.

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¿Qué harías ante una enfermedad terminal?

/ 2 de junio de 2022 / 01:26

Mi paciente estaba tan cerca. Después de escribir correos electrónicos a políticos y ejecutivos de farmacéuticas, organizar una campaña en redes sociales y pasar meses entre la esperanza y el miedo, Michael Forbes lo había logrado. Una farmacéutica había decidido que podía recibir un medicamento nuevo, cuyo uso aún no estaba aprobado, para el tratamiento del cáncer avanzado de pulmón, el cual podría prolongar su vida. Cuando su familia se enteró de la noticia, publicó un video de Forbes, de 55 años, bailando la canción Lovely Day en un balcón con vista al mar.

Sin embargo, unas semanas después, estaba intubado en nuestra unidad de terapia intensiva. Mientras el tratamiento en desarrollo pasaba por el papeleo y los protocolos obligatorios para poder suministrarlo a mi paciente, su condición empeoró. Y si no mejoraba lo suficiente para respirar sin ayuda de un ventilador, sería demasiado tarde. ¿Sería este su fin?

Tener acceso a un medicamento experimental suele implicar la participación en un ensayo clínico donde dicho medicamento está a prueba. Aquellos que no son candidatos a un ensayo y ya agotaron los tratamientos disponibles pueden recurrir al proceso de acceso expandido de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) de Estados Unidos para recibir estos tratamientos prometedores, pero que todavía carecen de aprobación, si la compañía farmacéutica acepta.

El calvario de Forbes comenzó en 2018, cuando sintió algo en el pecho y poco después se enteró que tenía cáncer pulmonar en etapa 4. Al agotarse las opciones estándar de tratamiento, su oncólogo mencionó en 2021 el ensayo para un medicamento nuevo destinado a pacientes con la mutación de cáncer pulmonar específica que él presentaba. En los primeros estudios, alrededor del 40% de los pacientes vieron cómo disminuía su cáncer y este efecto duraba alrededor de siete meses. No era una cura, pero para alguien desahuciado, siete meses más pueden parecer toda una vida.

La familia puso todas sus esperanzas en este medicamento. Su oncólogo lo solicitó a la farmacéutica, pero no se lo otorgaron. En respuesta, su familia unió fuerzas y se puso en contacto con amigos y familiares de todo el país. Poco después, la farmacéutica acordó hacer una excepción y le permitió a Forbes recibir el medicamento a través de un protocolo de paciente único, que en esencia es un ensayo clínico para una sola persona.

Luego, Forbes esperó, primero para que su oncólogo escribiera el protocolo y luego para que el hospital y la FDA lo aprobaran. Esto tomaría unas seis semanas, tiempo durante el cual su salud se deterioró y fue en ese momento que Forbes se convirtió en mi paciente. Aunque su esposa se preguntó por un momento si podría mantener a su marido conectado al respirador hasta que llegara el medicamento, sabía que eso no era lo que él quería. Había accedido a utilizar el respirador si había una posibilidad razonable de recuperación, pero eso ya no era posible. Murió apenas tres días después de que lo conocí y ella estuvo a su lado.

Resulta tentador pensar que mi paciente tal vez seguiría con vida de haber recibido el medicamento antes, pero es imposible saber qué habría ocurrido. Tengo que preguntarme, como lo hizo su familia, si hay otra mejor opción.

Se ha intentado mejorar el proceso muchas veces. La controvertida y muy publicitada ley federal del derecho al tratamiento de 2018 les permite a los pacientes y a los médicos solicitar directamente a las farmacéuticas el acceso a tratamientos sin aprobación ni intervención de la FDA. Algunos expertos argumentan que esta ley es corta de miras. La FDA no parece ser el impedimento para ello. Más bien, el principal obstáculo, como sucedió en el caso de la familia Forbes, es si la farmacéutica cuenta con un programa de acceso expandido para un medicamento específico y, de ser así, si aprueba la solicitud del medicamento.

Y lo que tal vez sea más importante, se desconoce si las campañas mediáticas de las familias influyen en estas decisiones. Esta cuestión preocupa a Arthur Caplan, profesor de Bioética de la Escuela Grossman de Medicina de la Universidad de Nueva York. “Si tienes recursos; entonces, contratas a publirrelacionistas, creas tu sitio web y tienes muy buenas posibilidades de avergonzar o culpar a una farmacéutica y hacer que te proporcione lo que quieres”, me dijo el catedrático. “Entiendo por qué la gente lo hace, pero dista de ser un sistema equitativo”.

Caplan desarrolló una posible solución. Dirige un comité asesor de médicos, eticistas y miembros de la comunidad que evalúan estas solicitudes y luego hacen una recomendación a la farmacéutica. Este es un comienzo, en especial cuando viene de la mano de un mejor seguimiento de los resultados y una mejor educación para los médicos clínicos de cómo inscribir a sus pacientes en ensayos médicos y solicitar un acceso expandido si dichos ensayos no están disponibles.

Aunque Forbes no alcanzó a recibir el medicamento mediante el proceso de acceso expandido, su esposa no lamenta que hayan dedicado tanto del tiempo que les quedaba y esfuerzo por conseguirlo. Creían que este medicamento funcionaría, dijo, pero también eran capaces de contemplar la realidad en la que su esposo no viviría para verlo. “A pesar del desenlace, a Michael le hizo bien mantenerse positivo y con esperanza”, dijo. “Fue muy bueno para mí, porque no escatimé ningún esfuerzo”. No es el tipo de victoria que querían, pero es algo.

Daniela J. Lamas es columnista de The New York Times.

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