Voces

Friday 24 Mar 2023 | Actualizado a 10:32 AM

Dos iniciativas destacables en América Latina

/ 29 de enero de 2023 / 01:23

El complejo tablero mundial de riesgos se examina periódicamente en diferentes foros globales y regionales. Destaca entre ellos el Foro Económico Mundial de Davos, puesto que ahí se reúnen miles de líderes políticos y empresariales de todas las regiones del mundo, junto con los directivos de los principales organismos financieros multilaterales.

En la reunión de principios de este año en Davos, se ha constatado un consenso generalizado en cuanto a la existencia de una crisis global con múltiples dimensiones, con repercusiones de diversa intensidad en los distintos ámbitos y zonas del mundo, que no permite por consiguiente adoptar una única fórmula de interpretación que abarque todos los problemas y se traduzca en una única recomendación de políticas, como solía ser en el pasado. La propia globalización dejó de ser una panacea en dicho evento.

Salvedad hecha de algunas pocas opiniones, se reconoce en efecto la necesidad de que los gobiernos intervengan con financiamiento adicional y políticas efectivas para mitigar las repercusiones del cambio climático, de la crisis alimentaria, de los millones de migrantes, de la reconfiguración de las cadenas globales de suministro con miras a garantizar seguridad a todos los países, y también para apoyar la reprogramación de la deuda externa en algunos países del Sur Global.

De acuerdo con indicadores de fecha reciente, parece que se hubieran atenuado los niveles de la inflación en algunos países industrializados, aunque existen grandes diferencias en la apreciación sobre las terapias aplicadas contra la inflación y mucho mayores todavía respecto de los riesgos inminentes de una recesión que afectaría al menos a un tercio de las economías del mundo en el curso del presente año.

En el tablero de las mayores incertidumbres se inscriben las consecuencias internacionales de la guerra en Ucrania, de la reorganización del sistema de producción y abastecimientos de hidrocarburos a nivel global y de la polarización política en los Estados Unidos.

Por otra parte, con la suspensión de la política del COVIDcero en China, existen expectativas de un vigoroso retorno de ese país a los mercados de energía, alimentos y minerales, que podrían rebasar largamente la oferta de corto plazo de esos productos en el mundo, lo cual daría un nuevo impulso a la inflación internacional ya existente.

Baste mencionar todos esos aspectos, para comprender que la variedad de vectores geopolíticos, económicos, financieros y tecnológicos que actúan en simultáneo han provocado ya una profunda desorganización del orden internacional, con efectos dispares en términos de regiones, grupos de países y alianzas.

Ante los cambios geopolíticos y las transformaciones tecnológicas en curso, lo menos recomendable consiste en replegarse en una retórica vacía, esperando que la demanda de China vuelva a impulsar la agroindustria y la minería, en lugar de explorar algunas iniciativas con posibilidades de prosperar en el marco de una nueva integración y cooperación en América Latina. Tal es el caso, por ejemplo, del fortalecimiento efectivo del Tratado de Cooperación Amazónico y también de la adopción de un sistema tributario regional incluyente, sostenible y equitativo que impulsa el Gobierno de Colombia.

En ambos casos, está previsto que se lleven a cabo en este año reuniones de consulta y coordinación conducentes a poner en marcha acuerdos vinculantes entre gobiernos, actores estratégicos y organismos financieros. Se trata de dos destacados ejemplos destinados a fortalecer la capacidad negociadora de la región latinoamericana en cuestiones relevantes de la compleja agenda internacional de esta época.

No es lo mismo que se puede decir de la reciente Cumbre de la CELAC en Buenos Aires, cuyos resultados contrastan con la dimensión de los desafíos de América Latina en esta coyuntura.

Horst Grebe es economista.

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El reto de los nuevos agrupamientos internacionales

/ 12 de marzo de 2023 / 01:20

Las consecuencias internacionales de la guerra en Ucrania tienen mucho mayor alcance que cualquiera de los otros conflictos militares que se despliegan en esta época en el mundo. Baste mencionar, por ejemplo, el enorme aumento de la producción de armamentos, municiones, artefactos electrónicos y otros pertrechos bélicos que está siendo impulsado en varios países del mundo, con el consiguiente desvío de recursos financieros que se restan del cambio climático, pero así también la reubicación de importantes cadenas globales de valor, en el contexto del desacoplamiento hacia localizaciones más próximas, especialmente en el caso de los Estados Unidos.

En efecto, con el objetivo de garantizar su seguridad nacional, los Estados Unidos han adoptado una serie de medidas para la relocalización de la producción de microprocesadores de alta potencia hacia su territorio o su vecindario próximo, al propio tiempo que tratan de bloquear el acceso a dichos componentes por parte de Rusia y China.

Lo que se puede designar como un neoproteccionismo estratégico constituye en los hechos un impulso efectivo hacia la fragmentación del orden económico internacional vigente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, bajo el predominio de los Estados Unidos y sus aliados de Europa occidental en el marco transatlántico, y con Japón, Australia y Corea del Sur en la zona del Pacífico Sur. Empezó esto como respuesta al desafío planteado por la irrupción de la China en cuanto único país con potencial para disputar la primacía de los Estados Unidos y sus aliados en el establecimiento de las reglas, normas y valores de las relaciones económicas internacionales, pero se ha acelerado a partir de la invasión de Rusia a Ucrania.

Al cabo del primer año de esta guerra, parece que se abre una nueva etapa caracterizada a la vez por exigencias de armamentos más potentes, por un lado, así como de importantes iniciativas de mediación conducentes a propiciar el inicio de las negociaciones diplomáticas, por otro. A tales efectos, se requiere, sin embargo, que los actores involucrados directamente y sus respectivos respaldos indirectos definan los objetivos políticos que enmarcarían dichas negociaciones.

La reciente visita de Biden a Ucrania y Polonia y luego su reunión con los países bálticos (Estonia, Lituania y Letonia) y los países pertenecientes a la ex Unión Soviética (Bulgaria, República Checa, Estonia, Polonia, Hungría, Rumania y Eslovaquia) ha dejado establecido que los Estados Unidos ejercen y ejercerán el liderazgo de las operaciones de la OTAN, con lo cual Alemania y Francia pasan en realidad a un segundo plano. Este desplazamiento pone en evidencia que está lejos el momento en que la Unión Europea pueda constituirse en un actor internacional con autonomía suficiente para garantizar su propia seguridad y defensa.

Otro alineamiento destacable estriba en la decisión de ampliar el BRICS con la inclusión de Arabia Saudita, Egipto y Turquía, por una parte, y de Argentina, por otra. Dicha ampliación podría hacerse efectiva en la reunión que tendrá lugar en África del Sur en el segundo semestre de este año.

Este breve recuento pone una vez más de manifiesto la necesidad de que América Latina realice todos los esfuerzos diplomáticos necesarios para adoptar una posición unificada frente a las nuevas realidades geopolíticas que se vienen consolidando en el mundo.

Parece algo imposible a partir de las diferentes posiciones de los países latinoamericanos en la reciente votación de la Asamblea de las Naciones Unidas para que Rusia retire inmediatamente sus tropas de Ucrania.

Quizás se necesite diseñar entendimientos parciales por etapas. El primer paso podría consistir en una concertación de prioridades suramericanas, que facilite el restablecimiento de Unasur en mejores condiciones que en el pasado.

Horst Grebe es economista.

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Las consecuencias internacionales de la guerra

/ 26 de febrero de 2023 / 00:43

En el año transcurrido desde la invasión rusa a Ucrania se han sumado calamidades y pérdidas humanas, destrucción de viviendas y equipamientos urbanos, así como una emigración de más de cuatro millones de ucranianos hacia Polonia y otros países europeos. Para sorpresa de muchos, la ocupación de Ucrania por parte de las tropas rusas en febrero del año pasado no ha ocurrido con la rapidez prevista y, por el contrario, la resistencia de Ucrania se ha fortalecido con un formidable apoyo en armamentos y logística proporcionados por los Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y otros países de la OTAN, lo que se ha traducido en cientos de miles de soldados rusos fallecidos en territorio ucraniano.

La responsabilidad de todo esto recae sin lugar a dudas en Putin y sus pretensiones explícitas de borrar a Ucrania del mapa. Pero tampoco se puede olvidar en esta evaluación que los países de la alianza occidental encabezada por los Estados Unidos incumplieron los compromisos de que la OTAN no avanzaría hasta la frontera rusa.

En cuanto al futuro, nada hace pensar que ya esté próximo el momento para que se suspenda el fuego y se pase a las negociaciones diplomáticas. No van en esa dirección ni el reciente discurso de Putin ni las visitas de Biden a Kiev y Varsovia. Pero al mismo tiempo conviene tomar en cuenta el anuncio de China sobre una iniciativa que está prevista para estos días, la cual podría abrir un resquicio para mediaciones internacionales de algunos países, estimulados a su turno por importantes movilizaciones ciudadanas en varios países europeos. Todo hace pensar que el primer objetivo de estos esfuerzos consiste en evitar el uso de armas nucleares por parte de Rusia. En efecto, la entrega a lo largo del año de armamento de tipo ofensivo cada vez más potente a Ucrania, ha traído consigo nuevas amenazas de escalamiento nuclear por parte de Putin.

Dos conclusiones se pueden plantear provisionalmente. En primer lugar, la invasión de Ucrania ha generado una situación que afecta en términos de su seguridad a los países de Europa central y del Báltico y a la propia Unión Europea, y en términos de abastecimiento energético y de alimentos a países asiáticos y africanos. Ha tenido también importantes repercusiones inflacionarias sobre la economía internacional a partir del alza de los precios del petróleo y del gas, así como de los alimentos y los fertilizantes. Por último, ha ocasionado una desviación enorme de recursos hacia las industrias de armamentos en todos sus eslabones y componentes con el consiguiente aumento de los beneficios privados correspondientes.

En segundo lugar, está ocurriendo un reacomodo de las alianzas y los agrupamientos de países que no están motivados por razones políticas e ideológicas como fue el caso de la Guerra Fría entre 1946 y 1991. No hay visos de que se configuren dos bloques con sus respectivas potencias que lideran amplias zonas de influencia de composición rígida.

Los escenarios del orden geopolítico internacional a mediano plazo son mucho más complejos e inestables de lo que fueron durante la Guerra Fría, y es posible prever en consecuencia que durante varias décadas habrá un orden internacional fragmentado en varios niveles y agendas temáticas, acompañado de una aceleración de la revolución tecnológica con múltiples repercusiones sobre la producción y el empleo, así como una reorganización de las cadenas de suministros, en particular en lo que se refiere a los insumos para los microprocesadores de alta potencia.

No veo probable una reforma efectiva del sistema multilateral de las Naciones Unidas a mediano plazo, salvedad quizás de una mayor atención para los temas globales del cambio climático y de las migraciones.

América Latina tiene que defender ciertamente sus intereses en los escenarios internacionales, pero requiere actuar con una sola voz.

Horst Grebe es economista.

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Las divisas y los precios relativos

/ 12 de febrero de 2023 / 00:58

La guerra en Ucrania, que no muestra señales de acabar a corto plazo, ha traído consigo grandes cambios en el mercado de hidrocarburos a nivel mundial, los cuales han afectado a su vez de manera muy diferente a los exportadores netos y a los importadores netos de hidrocarburos. Bolivia solía estar entre los exportadores netos de hidrocarburos, que obtienen mayores ingresos cuando las cotizaciones internacionales aumentan. Ocurre, sin embargo, que ahora el país se ha convertido en un importador neto de hidrocarburos, lo que significa que el aumento de los precios internacionales de los hidrocarburos nos perjudica considerablemente.

En efecto, de acuerdo con la información oficial, Bolivia exportó $us 2.249 millones de gas natural en 2021, y esa cifra aumentó a $us 2.972 millones en 2022. En cuanto a las importaciones por concepto de gasolina y diésel, las cifras correspondientes son de $us 2.249 millones en 2021 y $us 4.363 millones en 2022. En consecuencia, el déficit comercial en el rubro de hidrocarburos alcanzó a $us 1.391 millones en 2022.

Habrá por supuesto quien argumente que, en realidad, lo que importa en verdad es el saldo comercial global y no los saldos comerciales de rubros parciales. Afirmación que también se podría aplicar a las relaciones comerciales con los diferentes países y a la situación de la balanza de pagos en cuenta corriente y en cuenta de capital: importan más que nada los resultados totales y no los superávits o déficits parciales por rubros y países. Y cuentan también las partidas de ingresos de inversiones extranjeras, así como de las remesas de los trabajadores emigrados, entre otras.

Al final, se puede convenir en que es el saldo de las reservas internacionales el que indica la capacidad del país para cubrir el valor de sus importaciones y el pago de sus deudas con acreedores del exterior, motivo por el cual el nivel de dichas reservas constituye una de las variables que se toma en cuenta para calificar la solvencia de las distintas economías.

Las reservas internacionales del país alcanzaron su nivel máximo en 2014 con un valor de $us 15.123 millones. Desde entonces han caído año tras año hasta un nivel de $us 4.000 millones a fines de 2022. Conviene aclarar que dicha cifra se compone del valor del oro monetario y de las reservas líquidas, siendo así que el oro tiene una cotización fluctuante, que depende, al igual que los hidrocarburos, de varias circunstancias internacionales, entre las cuales las tensiones geopolíticas no son un dato menor.

En vista de que el valor de las divisas ya se ha ubicado desde finales del año pasado por debajo de los $us 1.000 millones, las autoridades han adoptado varias medidas con el fin de aumentar las reservas internacionales. Se trata del proyecto de ley de compra del oro, del bono-remesa y del reciente acuerdo con el Banco Unión para la compra de dólares a los exportadores a un precio ligeramente superior al que pagan los bancos.

Es todavía prematuro dar opiniones definitivas sobre el efecto a corto plazo de dichas medidas en términos de un aumento significativo de las reservas internacionales. Conviene, en cambio, plantear una reflexión preliminar en un contexto más amplio.

Resulta imprescindible a estas alturas emprender un ajuste coherente al sistema de los precios relativos (tarifas de servicios, precio de los carburantes, tipo de cambio, tasa de interés, niveles impositivos y de inversión pública, entre otros), que son lo que ha venido administrando el Gobierno sin mayores modificaciones desde la época del auge externo, no obstante que ahora impera una situación radicalmente diferente, en vista de que el Gobierno ha pasado de ser proveedor a ser comprador en el mercado de divisas, situación que no es probable que cambie a corto plazo, al menos mientras no cambien las circunstancias internacionales.

Horst Grebe es economista.

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Para soslayar el nuevo año horrible

/ 15 de enero de 2023 / 03:23

En pocas ocasiones anteriores se han registrado tantas discrepancias sobre la economía internacional: la caracterización de la situación actual, las perspectivas inmediatas y las principales tendencias de desarrollo en un sistema internacional fragmentado. Los principales organismos multilaterales y los analistas internacionales más reputados discrepan notoriamente sobre las perspectivas de una recesión prolongada en las economías más avanzadas, resultante de los diferentes niveles y momentos en que se adoptaron los aumentos de las tasas de interés. De igual manera, tampoco hay unanimidad de opiniones respecto de la dimensión de los efectos de las nuevas condiciones financieras respecto de las diversas zonas económicas del mundo, caracterizados por muy distintos niveles de endeudamiento y fortaleza fiscal.

Los indicadores de la inflación, el crecimiento económico y el nivel de empleo referidos a los Estados Unidos muestran un cuadro mucho menos preocupante que el de Europa y América Latina, que son las dos regiones con mayores problemas económicos y sociales en estos momentos, aunque en ambos casos existen situaciones individuales bastante diferenciadas, determinadas en buena medida por la situación de su abastecimiento energético, la composición y destino de sus principales exportaciones y el nivel de su endeudamiento externo.

En cuanto a la China, tampoco existen consensos definitivos sobre su desempeño en el futuro inmediato, habida cuenta de los problemas que ha acarreado la drástica política de contención del COVID en sus principales ciudades industriales, además de las dificultades que se arrastran desde hace años en el sector de la infraestructura urbana.

Es necesario señalar, por último, en este primer vistazo del año a las principales zonas económicas del mundo, que los países exportadores de petróleo y gas del Medio Oriente gozan por de pronto de una situación privilegiada en vista de sus niveles de reservas probadas en estos rubros, por un lado, y el súbito aumento de la demanda por parte de Europa, por otro, que antes de la guerra de Ucrania se abastecía de Rusia. Las sombrías perspectivas económicas que se acaban de mencionar, no permiten suponer que el cambio climático y, en particular, la transición global hacia fuentes renovables de energía, constituirán una prioridad de los acuerdos internacionales en los próximos años, al menos mientras dure la guerra en Ucrania.

Esta combinación desafortunada de circunstancias climáticas globales, que exigen respuestas urgentes y eficaces, con imposibilidad de que eso ocurra mediante acuerdos globales, debido a las condiciones geopolíticas imperantes, no constituye sin embargo un destino inexorable para los países latinoamericanos.

Se presenta en cambio la oportunidad para la región de soslayar la adversidad global mediante iniciativas regionales eficaces, con la sola condición de superar las diferencias ideológicas existentes y el aprovechamiento coordinado de las enormes riquezas de biodiversidad, fuentes energéticas y recursos minerales de América del Sur.

Las dimensiones territoriales, económicas y demográficas de la región suramericana son suficientes para emprender las primeras etapas de un desarrollo dinámico, socialmente inclusivo y ambientalmente sostenible, en el marco de una estrategia de largo plazo que persiga mejorar la capacidad negociadora colectiva y las condiciones de autodeterminación de la región en conjunto.

A tal efecto se requiere, para comenzar, el establecimiento de una red de cooperación académica de alcance suramericano, orientada a elevar sustancialmente el dominio efectivo de las transformaciones tecnológicas mediante el fortalecimiento de los sistemas nacionales de innovación y la más amplia digitalización de la administración pública en sus diferentes niveles.

Horst Grebe es economista.

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Diversas tendencias internacionales

/ 1 de enero de 2023 / 01:20

Existen suficientes argumentos para calificar al año 2022 como uno en que se profundizaron las posiciones revisionistas del orden internacional que había prevalecido bajo hegemonía de los Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría a comienzos de los años 90 del siglo pasado. Se trata ciertamente de Rusia con su invasión abusiva e injustificada de Ucrania, pero también de la China que ha planteado explícitamente su propuesta de establecer un orden internacional que incluya los principios esgrimidos por ese país.

La incertidumbre y la inseguridad ya existentes hace 12 meses se han incrementado debido a la posibilidad de que la guerra en Ucrania se extienda a otros países, aumentando con eso el riesgo de una guerra abierta entre Estados Unidos y Rusia, que podría derivar hacia un conflicto nuclear con desenlace catastrófico. Existen argumentos, sin embargo, para pensar que tal situación es posible, pero poco probable.

La reforma del sistema multilateral en sus ámbitos político y comercial, pendiente hace décadas, se desplegará en el próximo futuro bajo la impronta de la razón geopolítica y la incorporación de nuevos grupos regionales con capacidad de negociar sus intereses particulares en los grandes foros internacionales. Es el caso, entre otros, de los países árabes exportadores de petróleo y el consiguiente fortalecimiento de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo, lo que trae consigo, entre otras cosas, complicadas repercusiones en los ámbitos de la transición global hacia energías renovables y la limitación de las emisiones de gases de efecto invernadero.

En ese nuevo contexto de desplazamientos y cambios de las relaciones de poder en el campo internacional, la región latinoamericana no ha mostrado iniciativa alguna para defender sus intereses sustantivos; ha puesto en evidencia por el contrario profundas divisiones ideológicas, que se han manifestado en las distintas ocasiones en que se trató el tema de la condena a Rusia por su invasión a Ucrania.

Se trata ciertamente de una circunstancia que tendría que evitarse, sobre todo a partir de los cambios políticos que han traído consigo las elecciones en Chile, Colombia y Brasil. La nueva orientación política de dichos países tendría que facilitar la posibilidad de que la región adopte iniciativas colectivas sobre temas globales, soslayando los inconvenientes que traen aparejados los alineamientos automáticos diferenciados detrás de alguna de las grandes potencias en pugna.

El no alineamiento activo, la defensa de la Amazonía, la seguridad energética y la seguridad alimentaria podrían constituir los primeros temas de acuerdos pragmáticos de cooperación con alcance suramericano, que más adelante podrían ampliarse con otras iniciativas relevantes para la región latinoamericana en su conjunto.

La existencia de un marco regional de referencia podría coadyuvar, además, a solucionar los inconvenientes de la actual inserción internacional de Bolivia y su correlato de alianzas contrarias a los principios fundamentales de la política internacional del país.

De igual manera, se podría esperar que la integración regional sea impulsada sobre nuevas bases y compromisos apropiados para proteger a la región en forma colectiva de las tendencias recesivas e inflacionarias que se pronostican para los próximos años en la economía internacional.

Conviene recordar, en efecto, que el verdadero blindaje de la economía de Bolivia está en la informalidad y sus diversos circuitos, lo que obviamente no constituye una estrategia de desarrollo propiamente dicha.

Sería por consiguiente imprescindible que un elenco de nuevos liderazgos de alcance nacional impulse este nuevo año los diálogos y acuerdos necesarios para encarar los graves desafíos nacionales e internacionales.

Bienvenido 2023.

 Horst Grebe es economista.

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