Elecciones truchas
¿Puede haber elecciones con un solo candidato? Claro, es posible, en un régimen de partido único o hegemónico. Sobran ejemplos. Pero en democracia los comicios deben ser, como mínimo, plurales y competitivos. Y con participación informada. Las “elecciones” por un candidato solitario, que se mira en el espejito-espejito, son un simulacro. Una formalidad para consagrar algo previamente decidido por unos pocos. En Bolivia hemos tenido experiencias de ello en los últimos años.
La más reciente, por primera vez en vitrina con malogrado debate, fue la “elección” del presidente del Comité pro Santa Cruz. Una cara conocida del establecimiento cívico. El proceso de postulación y habilitación de candidaturas, con arreglo a un estatuto excluyente, se encargó de que hubiese votación sin competencia. La presidencia del señor Larach fue resuelta tiempo antes. Y se legitimó en las urnas con 209 votos calificados (incluso un muchacho votó por su papá y por su abuelo).
Pero el mayor ensayo de simulación electoral fueron las fallidas primarias de binomios presidenciales, realizadas en enero de 2019 como forzado estreno de la Ley de Organizaciones Políticas. Concebidas en la letra y en el espíritu como un mecanismo obligatorio para alentar la democratización interna, las inéditas primarias solo sirvieron para que siete partidos y dos alianzas formalicen sus candidaturas decididas en la cúpula. No hubo competencia. Ni participación.
En agosto del año pasado asistimos a otra vergonzante maniobra de candidato único que se hizo pasar por elecciones. Me refiero a la votación realizada para “elegir” a la cabeza de una degradada Asociación de Periodistas de La Paz. En este caso, con un serio agravante de ilegitimidad: de más de un millar de afiliados, el nuevo directorio obtuvo menos de 80 votos (una cuarta parte votaron por ellos mismos). El pasanaku instrumental le ganó al pluralismo. Y a la democracia.
Comités cívicos, organizaciones políticas, asociaciones de periodistas. Ni hablemos de sindicatos, asambleas permanentes y otras instancias corporativas. Todos ellos proclaman con ruido la defensa de la democracia, pero puertas adentro, con raras excepciones, sus dirigencias operan de modo excluyente y autoritario. Así, entre “(re)elecciones” donde el candidato único, casi siempre hombre, obtiene la totalidad de los votos válidos, no hay construcción democrática.
Y estamos pensando en los mínimos de una democracia representativa, más allá del solo campo político y de la ritualidad del voto individual. La distancia/brecha es mayor respecto al horizonte de una democracia intercultural y paritaria. Que el desencanto, señorías, no salga tan caro.
FadoCracia (e)piscopal
1. La jerarquía eclesiástica, agrupada en la CEB, es hoy una de las principales fuerzas políticas de oposición en el país. No está mal. 2. Comparte ese lugar con algunos operadores mediáticos, comités cívicos y, con mayor debilidad, partidos, alianzas y plataformas. 3. La relevancia de la CEB es que tiene armas poderosas: Dios, la Biblia, la fe (que de antiguo mueve montañas y hasta autoproclamaciones). 4. Me tocó verlos en acción directa en mayo de 2008, cuando el cardenal bendijo un referéndum ilegal en Santa Cruz; y en febrero de 2009, cuando las iglesias exhibieron la Biblia en contra de la nueva Constitución. 5. El 10 de noviembre de 2019, cinco jerarcas de la Conferencia Episcopal, cuatro diplomáticos y tres opositores se reunieron en la Universidad Católica. De ahí salió el precoz llamado a Jeanine Áñez para consultarle su disponibilidad (sic) para asumir la presidencia del Estado. 6. Todo está contado por los obispos en su Memoria de los hechos del proceso de pacificación. 7. Bueno, casi todo. No se conocen todavía sus remembranzas ni su pesar por las masacres producidas en medio de la “facilitación”.
José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.