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Saturday 5 Oct 2024 | Actualizado a 15:42 PM

Bosques para la salud y bienestar

/ 15 de marzo de 2023 / 01:18

El 21 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques. Este año, la Organización de Naciones Unidas (ONU) eligió el tema “Bosques y salud” como un llamado a cuidar los bosques y conservarlos para mantener la salud de la gente.

Los bosques son clave para combatir el cambio climático. Cumplen funciones fundamentales de producción de agua dulce, controlan inundaciones, regulan el microclima y la fertilidad del suelo, entre otras. Nos proporcionan alimentos y medicinas. Están amenazados por la deforestación, los incendios forestales, sequías y plagas.

De manera directa o indirecta está comprobado que contribuyen a la salud física y mental de poblaciones rurales y urbanas. Diversas investigaciones sobre estos beneficios están relacionadas con su función para combatir enfermedades no transmisibles como afecciones respiratorias y cardiovasculares, cáncer y enfermedades crónicas como diabetes, asociadas, entre otras causas, al estrés.

En 2011, Hasnki et al. planteó la “hipótesis de la biodiversidad”, que propone que el reducido contacto con la naturaleza y la biodiversidad lleva a una insuficiente estimulación de los circuitos que regulan el sistema inmune, aumentando la aparición de enfermedades inflamatorias crónicas.

Los baños de bosque o Shinrin-yoku es una práctica tradicional japonesa que trata de pasar tiempo rodeado de árboles para conectar con la naturaleza y desintoxicarse del estrés de la vida moderna. Yoshifumi Miyazaki fue el pionero en explicar la ciencia detrás de los baños de bosque y describir sus beneficios como la reducción del estrés, la regulación de la presión arterial, la mejora del estado de ánimo y el aumento de la energía y concentración de las personas.

Miyazaki señala que el contacto con la naturaleza nos ayuda a entrar a un estado de relajación que puede traernos de vuelta a nuestro “estado humano”, en un mundo moderno que nos desafía a condiciones de estrés y ansiedad. El concepto científico detrás de esta idea es que, a medida que se incrementa el estado de relajación fisiológica, esta actúa como una medicina preventiva que aumenta la resistencia natural del cuerpo a enfermedades, condición que no es posible bajo estrés.

Las fitoncidas son sustancias volátiles o aceites esenciales que emiten los árboles y otras plantas. Tienen la función de defenderlos y protegerlos de hongos, bacterias e insectos. El doctor Qing Li, experto mundial en baños de bosque, demostró científicamente que dos horas de caminata por el bosque son suficientes para “absorber su atmósfera” cargada de fitoncidas. A través de nuestra respiración, estas pasan a la sangre, contribuyendo al aumento de células NK (Natural Killer en inglés), un tipo de glóbulos blancos que combaten infecciones y reducen las hormonas del estrés y la excesiva actividad del sistema nervioso.

Pasar tiempo en la naturaleza fortalece nuestra salud. Algo tan sencillo como caminar en el bosque y respirar, desconectarse y disfrutar la naturaleza nos mantiene saludables y felices. Que estos beneficios que recibimos del bosque y la biodiversidad nos despierten una mayor conciencia y compromiso para apreciarlos y conservarlos.

Heidy Resnikowski es gerente de Proyecto de la FAN.

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Un día para reflexionar

Nos enfrentamos a una rápida degradación ambiental y al agotamiento de los recursos naturales

Heidy Resnikowski

/ 24 de abril de 2024 / 06:51

El 22 de abril fue declarado por las Naciones Unidas como el Día Internacional de la Tierra. Es una fecha para reflexionar sobre nuestro planeta, recordar que es nuestro hogar común y que es necesario promover la armonía entre el ser humano y la naturaleza, y equilibrar tanto las necesidades económicas, sociales y ambientales en el presente y para el futuro.

Los esfuerzos para tomar conciencia mundial sobre la interdependencia entre la humanidad, otros seres vivos y el planeta datan de mucho tiempo atrás. En el siglo XVIII, Voltaire presentaba un diálogo filosófico con la naturaleza en que ella, entre otras, le respondía: “Soy el gran todo”, “soy agua, tierra, fuego, atmósfera, metal, mineral, piedra, vegetal y animal”, como dándose una oportunidad de ser escuchada. 

También vea: Que ningún humedal desaparezca

En 1972, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, en Estocolmo, fue un primer paso para asumir el respeto y cuidado del planeta como una tarea global. Allí se sentaron las bases para el desarrollo sostenible, y se establecieron los principios para la conservación y mejora del medio ambiente, y se plantearon recomendaciones para la acción ambiental internacional.

Un hito clave en la historia medioambiental fue la Cumbre de la Tierra en 1992, en Río de Janeiro. En ésta se buscaba ayudar a los gobiernos a repensar el desarrollo económico y encontrar formas de dejar de contaminar el planeta y agotar sus recursos naturales. La Declaración de Río resalta la responsabilidad de los seres humanos por el desarrollo sostenible, la protección y el restablecimiento de la salud y la integridad de la Tierra. Establece que los Estados deben cooperar con la conservación del planeta, basándose en un espíritu de solidaridad mundial entre países.

Desde entonces y hasta hoy, se han llevado adelante otros grandes esfuerzos como la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo, en 2002; la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible Río+20, en 2012, así como otras cumbres por el clima, los bosques y el agua, para generar mayor entendimiento y compromiso de la humanidad y los tomadores de decisión hacia la salud del planeta.

Sin embargo, pareciera que todas estas grandes cumbres y acuerdos globales aún son insuficientes para lograr un sincero compromiso y acciones más tangibles en favor de la naturaleza. Las cifras sobre la acelerada pérdida de la biodiversidad, el imparable avance de la deforestación, el cambio climático, la contaminación y la desertificación son cada vez más desalentadoras.

Nos enfrentamos a una rápida degradación ambiental y al agotamiento de los recursos naturales como resultado de patrones de desarrollo insostenibles y patrones de consumo desmedidos. Trabajos científicos recientes señalan que estamos transgrediendo una serie de límites planetarios con el riesgo de llegar al punto de no retorno.

Hoy más que nunca, días como estos nos sirven para hacer un alto en nuestra vida cotidiana y reflexionar sobre esta desoladora realidad, darnos tiempo para reconectar con la naturaleza, y por qué no honrarla. Esta desafiante misión de cuidar el mundo no solo depende de las iniciativas globales y los tomadores de decisión, sino de todos y cada uno de nosotros. Que podamos comprometernos desde nuestras pequeñas decisiones y acciones, por más irrelevantes que parezcan, a respetar y cuidar la Tierra por su salud y el bien común de la humanidad.

(*) Heidy Resnikowski es subgerente de Planes de Manejo en la FAN

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Que ningún humedal desaparezca

Heidy Resnikowski

/ 31 de enero de 2024 / 10:16

Estimado lector, en esta columna lo invito a conocer más sobre los humedales, los ecosistemas en los que el agua es el factor principal que interviene en el ambiente y determina las plantas y los animales que los habitan. En el planeta tenemos humedales continentales, más familiares para nosotros, como pantanos, ríos, llanuras, lagos y bofedales, también humedales marinos como los manglares y arrecifes. Están entre los ecosistemas más diversos y productivos y si bien cubren solo el 6% de la superficie terrestre, son el hábitat del 40% de las especies de plantas y animales que existen.

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Estos sistemas benefician a las personas, a otros ecosistemas y al clima a través de la regulación de las inundaciones y la reducción del riesgo de desastres, la provisión de alimentos y principalmente el suministro y purificación del agua, entre otros. Además, los humedales sostienen los medios de vida de más de 1.000 millones de personas en el mundo, tanto en el campo como en las ciudades proporcionando alimentos, transporte y trabajo como la pesca, el turismo y actividades recreativas. Inclusive la ciencia afirma que estos paisajes mejoran la salud mental de las personas.

A pesar de conocer los múltiples beneficios que nos dan, los estamos destruyendo por actividades humanas insostenibles como la minería, el cambio de uso de la tierra y deforestación, el crecimiento desordenado de las ciudades, los estamos desecando, desviando sus aguas y los estamos contaminando con agroquímicos y basura, situación que se agrava por eventos extremos de sequía a consecuencia del cambio climático.

El 2 de febrero se conmemora el día internacional de los humedales y el tema elegido por Naciones Unidas para 2024 es “Los humedales y el bienestar humano”, para resaltar la interconexión entre estos ecosistemas y la vida humana. La fecha recuerda la adopción de la Convención Ramsar sobre los Humedales instaurada en 1971 con la misión conservar y usar racionalmente estos ecosistemas como aporte al desarrollo sostenible global. La lista Ramsar reconoce más de 2.400 sitios en 172 países, por su gran valor para cada país y la humanidad en su conjunto. Bolivia es el país con la mayor extensión de sitios Ramsar del mundo con 14.842,405 ha bajo protección en 11 sitios que son los Bañados del Izozog y el río Parapetí, la cuenca de Tajzara, el Pantanal Boliviano, los lagos Poopó y Uru Uru, Lago Titicaca, la Laguna Concepción, el Palmar de las Islas y las Salinas de San José, los ríos Blanco, Matos y Yata.  

Lamentablemente, el ritmo de degradación de los humedales es creciente y los escenarios que parecían lejanos y hasta imposibles están ocurriendo ahora. En 2015 fuimos testigos de la desaparición completa del lago Poopó junto a las especies de flora y fauna y las comunidades que subsistían de este humedal. En 2021 se borró del mapa la laguna Concepción donde la deforestación ha llegado hasta sus orillas y sus aguas han sido desviadas. En octubre de 2023 vimos como el lago Titicaca registraba niveles de agua por debajo de la mínima histórica en un paulatino proceso de desecamiento y deterioro ambiental.

Estimado lector, que esta fecha sea una oportunidad para mirar a nuestros humedales con otros ojos, entendiendo cuántos beneficios recibimos de ellos. Que también podamos reflexionar sobre las acciones grandes y pequeñas que podemos tomar para protegerlos y conservarlos. Y que los tomadores de decisiones se comprometan a que, a solo seis años para cumplir los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), ni un solo humedal más desaparezca.

(*) Heidy Resnikowski es Subgerente de Planes de Manejo, Fundación Amigos de la Naturaleza

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Parques nacionales

Un parque nacional es un área protegida con la categoría de protección más estricta

Heidy Resnikowski

/ 30 de agosto de 2023 / 08:44

Las áreas protegidas son una pieza fundamental para proteger la naturaleza y enfrentar los desafíos globales como la provisión de agua y alimentos, el cambio climático y la pérdida acelerada de la biodiversidad. El 24 de agosto se conmemoró el Día Internacional de los Parques Nacionales, una oportunidad para conocerlos, recordarlos y aumentar la conciencia sobre su importancia para todos los bolivianos.

En nuestro país, un parque nacional es un área protegida con la categoría de protección más estricta. Tiene el objetivo de resguardar de manera permanente muestras representativas de ecosistemas y provincias biogeográficas, así como también la flora y fauna, recursos geomorfológicos escénicos y de gran belleza paisajística. Además, su tamaño debe garantizar la funcionalidad de los ecosistemas y sus procesos evolutivos.

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De las 22 áreas protegidas nacionales que tenemos, 13 son parques nacionales. La mayoría de estos incluyen como parte de su territorio la categoría de Área Natural de Manejo Integrado (ANMI), donde vive gente y se tiene como objetivo compatibilizar la conservación de la diversidad biológica y el desarrollo sostenible de la población local. En 1939 se creó nuestra primera área protegida, el Parque Nacional Sajama, en el departamento de Oruro que protege los bosques de queñua, los más altos del mundo, así como ecosistemas andinos y cabeceras de cuencas.

El departamento que concentra la mayor cantidad y extensión de parques nacionales es Santa Cruz, donde se encuentran el Parque Nacional y Área de Manejo Integral Amboró, Otuquis, Kaa Iya Gran Chaco y el Parque Nacional Noel Kempff Mercado. En el resto del país están el Parque Nacional y Área de Manejo Integral Cotapata, Madidi, Serranía del Iñao, Serranías de Aguaragüe, Sajama y los parques nacionales Carrasco, Toro Toro, Tunari y el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure.

En esta ocasión daremos especial atención al maravilloso Parque Nacional Noel Kempff Mercado, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Está ubicado al noreste del departamento de Santa Cruz, en el municipio de San Ignacio y una pequeña parte está en Baures, en el Beni. Protege un territorio poco alterado de 1.523.446 hectáreas. Está en un área de transición entre la selva húmeda amazónica, el bosque seco chiquitano y las sabanas del cerrado con gran diversidad de hábitats, y una extraordinaria riqueza de especies de plantas y animales de significativo valor para la conservación de la biodiversidad.

Tiene paisajes singulares como la meseta de Caparuch, las impresionantes cataratas Arco Iris y Ahlfeld, los ríos Paraguá e Itenez, lagunas y humedales con un gran potencial para el desarrollo de actividades de turismo de naturaleza. A su riqueza natural se suma el patrimonio cultural representado por comunidades chiquitanas y guarasug’wes que conviven entorno a este paraíso.

Lamentablemente, nuestros parques nacionales enfrentan una serie de amenazas como la deforestación y cambio de uso de la tierra, la minería ilegal, los incendios forestales, la cacería y tráfico de animales, la construcción de obras de infraestructura que fragmentan y generan presiones sobre sus ecosistemas, así como el cambio climático.

A pesar de que han pasado 84 años desde la creación del primer parque en el país, aún falta que reconozcamos plenamente que son un patrimonio invaluable de todos los bolivianos y las futuras generaciones. Que esta fecha conmemorativa sea una oportunidad para comprometernos a ser los defensores de este tesoro que tenemos en nuestro país.

(*) Heidy Resnikowski es subgerente de Planes de Manejo de la FAN

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Retomando a la naturaleza en las urbes

/ 28 de septiembre de 2022 / 00:36

Hace unas semanas veía cómo mi vecino cortaba un árbol que “ensuciaba” su acera. Sentí una gran impotencia y pena al ver cómo este maravilloso ser era tumbado en cuestión de horas. Día a día, somos testigos de cómo nuestras ciudades van “comiéndose” a los árboles y a los espacios verdes, dando paso a la infraestructura de cemento en una paulatina desvalorización de la naturaleza y desconexión con ella.

La pérdida de la biodiversidad, los ecosistemas naturales y sus funciones ambientales esenciales, dan paso a un sistema urbano funcionalmente incompleto que depende de otros ecosistemas a grandes distancias, donde ocurren los procesos imprescindibles para su subsistencia, como la producción del agua.

Asimismo, las evidencias muestran que lejos de lo estético, las áreas verdes, como bosques urbanos, parques, jardines y calles arboladas, cumplen un papel fundamental para aportar a dicha funcionalidad ecosistémica que la ciudad necesita, y contribuyen significativamente al bienestar de sus habitantes.

Gracias a estos espacios, la purificación del aire, la regulación microclimática, la reducción de los ruidos, el hábitat y refugio para diversidad de especies son posibles. Además, eventos extremos debidos al cambio climático, como las inundaciones, pueden ser controladas reduciendo los flujos de agua de lluvia, permitiendo la infiltración y mejorando la permeabilidad de los suelos. No menos relevantes son otros beneficios como el esparcimiento y recreación que mejoran la salud mental y emocional de la gente. Inclusive un solo árbol urbano es capaz de proporcionar todos estos beneficios.

La crisis del COVID-19 nos mostró que las ciudades no están aisladas de los desafíos globales y cuán importante es que estén preparadas para dar a las personas buenas condiciones de vida. Retos como la lucha contra el cambio climático, la pobreza y la desigualdad deben ser encarados desde y en las ciudades. A su vez, éstos son clave para definir qué tipo de ciudades necesitamos para soportar un futuro impredecible.

Las cifras muestran que el crecimiento urbano es una tendencia mundial. Hasta 2021, el 56% de la población del planeta estaba concentrada en ciudades y se espera que hasta 2050 llegue al 68%. En Bolivia, la población urbana alcanza el 65% y se estima que llegue al 75% en 2025. Las ciudades demandan gran cantidad de recursos, consumen el 70% de la energía mundial, emiten el 75% de los gases de efecto invernadero (GEI), generan grandes volúmenes de residuos sólidos y contaminación del agua.

A medida que éstas crecen, su exposición al cambio climático y el riesgo de desastres también aumenta. En los países en desarrollo este proceso es más marcado, a medida que las ciudades crecen aceleradamente, y mayormente sin planificación, también aumenta la cantidad de población pobre y vulnerable a eventos extremos como inundaciones, olas de calor y sequías.

Nos enfrentamos a un futuro urbano que nos ofrece la oportunidad de construir ciudades más saludables, inclusivas, resilientes y sostenibles retomando a la naturaleza y asignándole un rol central a favor del bienestar integral de las personas. Mantener y aumentar la cantidad, calidad y diversidad de nuestros espacios verdes es una posibilidad para hacer frente al cambio climático y mejorar nuestra calidad de vida. Estamos llamados a poner nuestro granito de arena, mantener nuestros jardines y nuestras aceras, apreciar y respetar nuestras áreas verdes, y especialmente a reconstruir una relación más consciente con la naturaleza.

Heidy Resnikowski es subgerente de Planes de Manejo de la FAN.

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‘Una Salud’, por un planeta más saludable

/ 30 de marzo de 2022 / 01:22

A pesar de los grandes esfuerzos a nivel mundial y local, históricamente el cuidado del planeta y la conservación de la biodiversidad han sido encarados de manera separada o complementaria a temas como la alimentación y el desarrollo económico. Asimismo, el sector de la salud ha tenido una fuerte tendencia antropocéntrica, orientada casi únicamente en la salud humana. Sin embargo, los desafíos globales actuales como la salud mundial, el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y la contaminación, nos confrontan a una mayor integración de visiones.

En 1946 la Organización Mundial de la Salud (OMS) definía a la salud como el estado completo del bienestar físico, mental y social del ser humano, más allá de la noción de la ausencia de enfermedades. Actualmente, la definición se amplía mucho más hacia lo que se conoce como “Una Salud”.

Este concepto nace del trabajo de la OMS junto a la Organización Mundial para la Salud Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), junto a estrategias de la Unión Europea y varios países. Con la pandemia del COVID-19 esta nueva visión de la salud nos invita a romper viejos paradigmas, repensar y reconocer que el bienestar de la población humana es completamente interdependiente de otros seres vivos y de la salud de los ecosistemas alrededor nuestro. Es decir, la salud es un bien global compartido por humanos, animales y ecosistemas.

Existen más de 200 tipos conocidos de enfermedades o infecciones transmitidas de animales a los humanos (zoonosis). Alrededor de dos tercios de las enfermedades infecciosas humanas vienen del contacto directo con animales infectados o medios contaminados. Algunos ejemplos son la gripe aviar, la gripe porcina o el ébola. Éstas nos muestran la transmisión de enfermedades entre animales y los seres humanos, y cómo se ve agravada por contextos ambientales desfavorables o deteriorados.

La actual dinámica socioeconómica, demográfica y ecológica está aumentando la presión sobre la interface humanos-animales-naturaleza. El avance de las áreas urbanas y la mayor presencia del hombre en áreas naturales propician la destrucción del hábitat e incrementan el riesgo de enfermedades zoonóticas, creando un mayor contacto entre las personas, los animales y el entorno natural. Por otro lado, los crecientes impactos negativos y deterioro de los ecosistemas comprometen el bienestar general del planeta y aumentan el riesgo de reaparición y aparición de enfermedades y la dispersión de patógenos y microorganismos.

A partir de “Una Salud” estamos invitados a pensar distinto, a crear mayor conciencia y entendimiento sobre los vínculos entre la biodiversidad y los ecosistemas saludables, y la salud humana y animal. También nos invita a ser más responsables con nuestro planeta, a valorar y cuidar la naturaleza, nuestro entorno y sus funciones en favor de nuestro bienestar y calidad de vida.

Aún nos queda mucho por hacer para afrontar el desafío que promueve el concepto de “Una Salud”, empecemos por renovar nuestra visión de la salud en conexión con nuestro entorno y el planeta entero. Comencemos también por traducir ese cambio en acciones concretas a favor de nuestro medio ambiente, por más pequeñas que puedan parecer.

Heidy Resnikowski es subgerente de Planes de Manejo de la FAN.

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