Voces

Sunday 1 Oct 2023 | Actualizado a 13:58 PM

Lema

/ 11 de abril de 2023 / 01:05

Hace unos días leí un artículo sobre Virginio Lema y su programa El Bunker en que se lo pintaba muy cómicamente, presentándolo más como un síntoma de la decadencia mediática que como la causa del declive democrático que viene atravesando el mundo entero, con la irrupción de las nuevas derechas. El artículo, aunque seguramente bienintencionado, peca de ingenuo. Virginio Lema no es la causa de la radicalización conservadora y reaccionaria que se ha estado dando en el país, pero contribuye a ello en no poca medida. Hitler también era un payaso, al igual que Mussolini, pero aquello no evitó que sus disparatados mensajes cuajaran en ingentes masas de resentidos sociales que luego contribuyeron a uno de los episodios más terribles de la historia europea.

Tratemos de tener presente aquello que decía Arendt sobre la banalidad del mal, por la cual los peores actos podían ser perpetrados no por personas guiadas por una ideología o doctrina particularmente perversa, sino por aquellas quienes justamente por carecer de ideas y sentido común les resultaba muy fácil prestarse a literalmente lo que sea, como los oficiales administrativos que gestionaron el Holocausto creyendo que se salvaban de toda responsabilidad solo porque “seguían órdenes”. El movimiento “pitita” fue una versión caricaturizada de un hecho históricamente grotesco, el fascismo de entreguerras, cuyos miembros son incapaces de percibir la magnitud de sus atrocidades porque no fueron sus propias manos las que jalaron del gatillo en Sacaba y Senkata, aunque hayan aplaudido las masacres.

¿Qué tiene todo esto que ver con Lema? No solo es una musa de la ira, sino que también sintetiza todo lo que hay de malo en el campo de los medios de comunicación y las redes sociales el día de hoy: como su inclinación a la desinformación, la incitación a la violencia y la simplificación de la realidad a partir de datos parciales o irrelevantes. Invitó a su programa a desinformantes profesionales sobre el COVID, insiste en que las elecciones de 2020 fueron un fraude y no hay programa suyo que no tenga alguna amenaza (violenta) contra el masismo.

Tal como Hitler y Mussolini, contribuye con su programa a la radicalización de una sociedad profundamente polarizada, pero a partir de sus peores prejuicios, como el racismo, que se sublima de forma nada sutil en el antimasismo. Que sus argumentos sean absurdos no quita que su mensaje sea perverso: “a los masistas hay que hacerles pedir perdón de rodillas”. Lastimosamente, a él llegan cientos de incautos ya predispuestos a creer sus estupideces tal como son susceptibles para unirse a círculos kukluxcanistas, terraplanistas, antivacunas, niega-holocausto, píldora-roja, defensores de la familia y demás modas derechistas. Es decir, todos los fracasados y perdedores que pueden simpatizar con él, inofensivos individualmente, pero peligrosísimos en masa, como los nazis.

Por todo ello, deberíamos preguntarnos si debería ser legal que tipos como él tengan libertad para decir cuanto se les venga en gana, sin ninguna consecuencia. ¿No le hace daño a la democracia cada vez que este tipo abre la boca? Miente, amenaza e incita a la violencia con cada una de sus palabras, como los que aplaudían y vitoreaban la apertura de los campos de concentración. Los payasos también pueden ser peligrosos con un megáfono o poder de decisión ¿Se acuerdan de Murillo?

Una vergüenza para el ámbito periodístico y una peor para los que recurren a él… como Romero, Carlos.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.

Mea Culpa

El autor lamenta que en la versión impresa de este artículo confundió el nombre de Gonzalo Lema por Virginio Lema. Pide disculpas a los lectores y, sobre todo, a Gonzalo Lema, premiado novelista y exvocal de la Corte Nacional Electoral.

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Bolivia y lo fáustico

Mucho depende de lo que hagamos con nuestro litio, nuestra Amazonía y nuestros nevados

Carlos Moldiz Castillo

/ 26 de septiembre de 2023 / 09:05

Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la Modernidad, es una de las obras más importantes del estadounidense Bernard Marshall y una referencia obligatoria para quienes quieran estudiar la Modernidad de la forma más comprehensiva posible, a partir de quienes fueron sus primeros exponentes literarios y filosóficos, desde Rousseau hasta Dostoievski y más allá, con el histórico Manifiesto de Marx como hilo conductor de sus páginas.

Uno de sus capítulos aborda el significado de la Modernidad a través de la figura de Fausto, el protagonista de la epónima obra de Goethe, como representación del desarrollismo incesante del capitalismo, en su obsesión por establecer el reino de la libertad en este mundo y deshacerse de toda rémora del pasado; para ello, está dispuesto a cometer hasta los actos más crueles, pero en nombre de un objetivo emancipador. Un héroe trágico.

Lea también: Pensamiento político ‘pitita’

Marshall me interesa por la diferencia que hace entre lo fáustico y lo pseudo fáustico, donde lo primero se caracteriza por grandes obras de transporte y energía que requieren la movilización y sacrificio de ingentes masas de mano de obra, y donde el deseo de lucro se combina con la planificación a largo plazo; mientras que lo pseudo fáustico, por otro lado, sacrifica a multitudes pero generalmente en vano: solo para romper sus lazos con el pasado, sin mucha perspectiva de futuro, guiado por un ideal modernizador mal entendido. 

Un ejemplo de la primera tendencia es Robert Moses en EEUU, que destruyó comunidades enteras, generalmente afrodescendientes, para levantar sobre sus ruinas inmensas carreteras en ciudades como New York. Al otro lado, creo, estaría Evo Morales, con sus canchas, coliseos y museos dedicados a una visión cortoplacista de desarrollo y condicionada, además, por cálculos electorales.

No fue una gestión mezquina, debo aclarar. Se pretendía mejorar las condiciones de vida de la población rural a través de proyectos de impacto variable, pero numerosos, que lograron elevar los índices de desarrollo humano de regiones que hasta entonces no conocían servicios como electricidad o agua potable. Algo que el reportaje de Daniel Rivera sobre el Bolivia Cambia no entiende. Dicho programa era urgente y necesario.

Empero, la brecha urbana/rural todavía es inmensa. Los teóricos de las ciudades inteligentes no entienden que el progreso de la sociedad boliviana no pasa por la consolidación de grandes urbes que reproducirán la desigualdad dentro de sus límites, sino en la superación del desequilibrio que impulsa la decadencia rural como fuente de una urbanización perversa. Si algo debía hacer el anterior gobierno del MAS, eso era cerrar aquel abismo que nos separa del campo. Por otro lado, sin aquellos 14 años, ese abismo hubiera desgarrado al país.  

Pero más allá de las limitaciones del evismo como proyecto de desarrollo, consideremos ahora que el mundo entero atraviesa actualmente una situación fáustica. Es decir, una en la que se tendrán que hacer grandes transformaciones en términos de transporte, energía, producción y consumo, ya no a escala nacional, sino planetaria.

Un artículo del último número de la prestigiosa revista Nueva Sociedad advierte que el paso del neo-extractivismo al extractivismo verde requerirá disponer de zonas de sacrificio a lo largo de todo el mundo subdesarrollado, en orden de darle un nuevo y quizá último aliento a un capitalismo moribundo.

Regiones enteras de África, Asia y Latinoamérica entrarán a una nueva división internacional del trabajo tal vez más injusta que la anterior, condenadas a morir de sed para que gente de otras latitudes pueda conducir un Tesla. Y esto mientras situaciones de escasez de agua se multiplican por doquier, superando la capacidad de gestión de Estados atrasados que eran inútiles hasta para enfrentar los problemas del siglo XX.

Estamos, ante una encrucijada todavía mayor que la geopolítica. El mundo multipolar vendrá, es inevitable. Lo que no sabemos es si estaremos ahí como parte de aquellas zonas de sacrificio faustiano en el altar de un nuevo capitalismo verde pero ecocida, o como parte de la rebelión del Sur Global contra los dueños de ese altar.

Mucho depende de lo que hagamos con nuestro litio, nuestra Amazonía y nuestros nevados. Ecorregiones que compartimos con otros países pero de las que también desea apropiarse el capital monopólico transnacional. El concepto de soberanía acaba de romper sus límites nacionales. El 78 periodo de sesiones de la ONU ilustró muy bien el tamaño de este desafío.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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Pensamiento político ‘pitita’

Dicen defender la meritocracia, pero asignan puestos de autoridad a personas solo por su abolengo

Carlos Moldiz Castillo

/ 12 de septiembre de 2023 / 07:46

Sostuve hace un tiempo que la principal idea que defienden personas como Ayo o Rivera no es la de que el gobierno del MAS sea uno corrupto, autoritario e incompetente, sino la de que en Bolivia deberían mandar los que “saben”. Tal cual es la propuesta del “gobierno de los universitarios” de Ayo. No le reprochan a Evo o Arce ninguno de sus errores en la administración del Estado, sino la procedencia plebeya de sus autoridades. En un país donde la educación de calidad es solo un privilegio de pocos, estos críticos de la realidad boliviana proponen que gobiernen solo aquellos que pueden pagarla. Toda su filosofía puede resumirse como una crítica a la razón popular, que claman que no existe. El prejuicio de que los indios no pueden gobernar.

Pero retrocedamos solo un par de años atrás, cuando estos distinguidos caballeros tuvieron la oportunidad de justificar su derecho al poder. No solo reprodujeron con mayor intensidad todo aquello que criticaban, sino que lo hicieron con los índices de eficacia más bajos imaginables: más de una veintena de escándalos de corrupción de grueso calibre, y una virtual paralización del Estado son su legado, por mucho que sus ministros salieran de las más prestigiosas familias. El gobierno de los universitarios pregonado por Ayo terminó siendo mucho peor que el gobierno de las masas impolutas que no se bañan. Un gobierno dirigido por un gánster tan extravagante como peligroso: el Bolas Murillo es el arquetipo del caudillo jailón. Su límite.

Lea también: El evismo a pesar de Evo

Aún con un excedente mucho menos abundante que el de los tiempos de Evo, nuevamente un gobierno plebeyo demostró que no solo puede restituir el orden y la democracia en tiempos de vacas flacas, sino que mejor aún que en tiempos de bonanza. A esa paradoja, estos ilustrados amantes de las tertulias arguedianas solo pueden responder atribuyendo esos logros a la suerte, como todo mal perdedor. Nuevamente en ello se reitera su prejuicio por la supuesta blancura del saber, fervorosamente reclamada por un exministro de ojos verdes que no podía por ello ser masista. Nótese la disonancia entre sus ideas y sus acciones. Les sería más rentable reclamarse como conservadores que como liberales. Mancilla al menos tiene más honestidad intelectual cuando apuesta abiertamente por la aristocracia. Le resta disculparse ante la evidencia de los hechos.

Esta incoherencia se repite en todas las dimensiones del pensamiento político “pitita”.

Dicen defender la meritocracia, pero asignan puestos de autoridad a personas solo por su abolengo; se declaraban como los campeones de la libertad cuando denunciaban toda crítica a su gobierno de facto como un acto de sedición, y se aferran a la idea de que defienden la democracia mientras aplauden carnicerías o, peor, las ignoran. Y todo ello, con la mayúscula hipocresía de hablar en nombre de una ciudadanía que insisten que es individual, pero que niegan a todos aquellos que no hayan salido de sus maltrechos colegios. Toda esa impostura moldeada por el terco prejuicio de que los indios son indios nomás y que para ser mejores deben dejar el sindicato y asumirse como individuos, en una individualidad que igual condenan cuando cuestiona su señorial potestad.

Se los debe desenmascarar. Estos supuestos doctores horondos que legitiman su saber solo porque creen ser los únicos que pueden escribir. Son apologistas del fracaso, que se reafirman señalando que todos los demás no son más que escribidores. Una superficial mirada a su prosa, en novela o en pasquín, revela que no son más que aves de rapiña que creen haber triunfado solo por pararse sobre un enemigo que tal vez los vio como demasiado insignificantes para sacudírselos de encima. Tal vez por ello ni el Mallku ni otros se molestaban en responder. No es tan así, sin embargo, porque sus mentiras van un largo trecho, aunque tengan patas cortas. Es necesario acusar la falsedad de sus premisas.

No se les pide que sean correctos, pero sí que sean honestos. Dejen de hablar en nombre de la democracia y admitan que prefieren a los aristogatos; que no creen que todos somos iguales y que no les importa sobornar a una pistola de vez en cuando para probar que tienen la razón, así sea disparando sobre un pueblo desarmado. Vaya demócratas.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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El evismo a pesar de Evo

Ni Bolívar se hubiera atrevido a reclamar lealtad luego de mostrar que la libertad era posible

Carlos Moldiz Castillo

/ 29 de agosto de 2023 / 07:30

Cuando Evo Morales fue derrocado por un golpe de Estado en 2019 muchos diagnosticaron el fin del evismo, quizá anticipadamente. El impacto que provocó la conquista del poder por un indígena con trayectoria sindical no era un hecho a ser subestimado en la historia de Bolivia, un país con antecedentes tan conservadores y enraizados en su cultura política que hacían impensable tal acontecimiento. Un hecho tan trascendental que incluso su propio protagonista estaba lejos de comprender a cabalidad. A partir de aquel día, todos eran factualmente iguales, incluso más allá de la ley, y ciertamente más allá de quien abrió la puerta.

Sus detractores esperaban que su alejamiento de la presidencia debilitara el mito de su ejemplo incluso a pesar de sus propios intereses de clase, razón por la cual recibieron a su sucesor electoral con más tolerancia de la que cabría esperar después de un gobierno de facto. Se dejaron engañar por sus prejuicios más vergonzosos, creyendo que el color de la piel del nuevo presidente podría conducir hacia una mayor empatía racial. Así de estrecha era su inteligencia.

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No obstante, las masas no renunciaron a su dominio sobre las calles y las urnas, y pronto los celosos guardianes del abolengo comprendieron que ya era tarde para tocar las puertas de los cuarteles, que sólo desenfundan sus armas cuando el oponente carece de toda legitimidad. No era el caso: más del 50% de la población había preferido arriesgarse a un futuro incierto que a un pasado que hasta Pizarro hubiera encontrado difícil de justificar.

Pero la situación resultaba en todo extraña incluso para el propio Evo, todavía cautivado por el reflejo del espejo y sus glorias pasadas. Muy pronto llegó a advertir que la maquina que despertó se movía por si sola, independientemente de quien estuviera en la cúspide del Estado. Ya no era el evismo limitado a Evo, sino el evismo más allá de Evo y a pesar de él. Como sucede siempre en la historia, el movimiento termina por comerse a sus propios hijos, sin ninguna consideración afectiva ni gratitud emocional. La lucha de clases requiere pragmatismo. Ni Bolívar se hubiera atrevido a reclamar lealtad luego de mostrar que la libertad era posible. En eso consiste, pues, ser libre: libre contigo o libre sin ti.

Las clases medias, en tanto, acostumbradas a recibir el poder por inercia, tampoco podían advertir la transformación cualitativa de la realidad. Ya no se trataba de masas confundidas guiadas por una dirigencia sobornable, sino de verdaderos creyentes en la movilidad social del capitalismo, que no es daltónico. Sólo unos pocos son demasiado estúpidos como para pensar en términos de blancos y morenos. Pronto ser burgués dejará de ser sinónimo de rubio y ojos azules, sino de pelo negro y párpados almendrados.

Por otro lado, y por mucho que los máximos representantes sindicales juraran lealtad a un proyecto o a un caudillo, todos sabían que una vez que el Estado entrara en crisis, serían ellos y sólo ellos quienes podrían enfrentarse a las armas. Todas las crisis previas terminaron en masacres, pero ninguna masacre se llevó alguna vez a un blanco en Bolivia. Tal vez en la Harrington. No es indios contra indios, sino indios contra todos los demás. Los hijos de Sopocachi pelean sus guerras en cafés, no con armas.

Sin embargo, una parte de la dirigencia todavía era incapaz de superar la emocionalidad que evocaba la imagen de su caudillo caducado, y se aferraron a su figura como si se tratará de la única salvación de un naufragio del que ya habían escapado hace mucho. Más temprano que tarde, comprendieron que estaban realmente solos, pero no solos de sí mismos. Aunque nunca se lo propusieron, aunque trataron de venderse a una tradición prebendal o a consignas de lealtad, eran por fin libres para escribir su propia historia. Ya dirá el futuro si será la historia de un fracaso o de una victoria.

Y así es como llegamos a nuestro actual predicamento. Ni el carisma de un líder ni el frío cálculo político de sus otrora seguidores tienen el peso suficiente como para inclinar la balanza hacia una solución definitiva, porque en definitiva este rompecabezas es más grande que cualquiera de sus fichas, que solas no valen nada, pero juntas al menos pueden darle algo de coherencia a un destino que para el resto del país carece de sentido.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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De caras conocidas a capitalismo gansteril

La noción de acumulación originaria del capital debería ser suficiente para explicar por qué ningún millonario es inocente

Carlos Moldiz Castillo

/ 15 de agosto de 2023 / 08:14

No hace mucho Connectas publicó un artículo de Daniel Rivera titulado Ni Bolivia cambió ni Evo cumplió, centrado en el famoso programa de inversión pública que se auscultó detalladamente para evidenciar irregularidades supuestamente atribuibles al gobierno del MAS. Aunque su autor insistió en una entrevista con Tuffy Aré que su propósito no era el de asignar responsabilidades a nadie, cabría preguntar ¿por qué entonces la sentencia? ¿qué fue lo que Evo no cumplió? Fuera del siempre oportunista Rolando Cuéllar, nadie se tomó en serio la supuesta investigación, que pronto fue olvidada incluso por la misma oposición, Aré incluido.

Me interesa recordarla por su propósito, sin embargo, que no era otro que el de contribuir a la idea de que el gobierno del MAS, tanto bajo Morales como bajo Arce, era uno esencialmente corrupto. Mensaje que fue trabajado de forma similar mucho tiempo atrás por el politólogo Diego Ayo, en un corto trabajo titulado ¿Qué hay detrás de la CAMCE? Nuevo patrón, publicado por la Fundación Pazos Kanki.

Lea también: Sobre el Estado fallido

En éste se denunciaba la consolidación de un modelo de “capitalismo de caras conocidas” cuyo rasgo principal era el de promover el enriquecimiento de un reducido grupo de empresarios cuyo éxito no tendría mayor explicación que su cercanía con el poder, potenciado por capital chino, ¿sería diferente si fuera gringo? Una conclusión a la que también llega, vaya sorpresa, el joven Rivera en su poco original reportaje.

El concepto burlón de Ayo se deriva del de “capitalismo de camarillas”, que entró en boga hace poco más de una década y que pretende diferenciar entre un capitalismo “bueno” no regulado por el Estado sino por la competencia del mercado, frente a un capitalismo “malo”, donde son las clientelas políticas del gobierno las que se benefician por su relación con el poder. Conclusión, el Estado no es solo un mal administrador sino uno inevitablemente corrupto. Mejor volvamos al viejo orden neoliberal.

El problema es que se trata de un concepto engañoso que, de tomarse en serio, debería explicar antes que nada el proceso de privatizaciones de las que se beneficiaron, justamente por su cercanía con el poder, empresarios como Samuel Doria Medina, Branko Marinkovic, Gonzalo Sánchez de Lozada y Raúl Garafulic. Todos bendecidos con la compra de empresas del Estado a precio de gallina muerta. ¿No era Comsur un ejemplo insultante de aquel tipo de capitalismo, Diego?

No me interesa criticar su soberbia hipocresía, sin embargo. Los últimos años demuestran con un rigor casi científico que las élites bolivianas están genéticamente predispuestas al gansterismo político para reproducir su riqueza. Prueba: Jeanine Áñez, con sus respiradores fantasmas y su régimen generalizado de corrupción; las logias de Santa Cruz y sus ítems espectrales; y el Banco Fassil, que financió paramilitares, cooperativas, fondos de pensiones y constructoras, sin respetar la propiedad privada de sus ahorristas, llegando incluso a ser sospechoso de lavar dinero del narcotráfico.

Y es que en un país con recursos tan limitados como el nuestro, las posibilidades de enriquecerse rápidamente son casi nulas si no se recurre al contrabando, al narco u otras formas de negocios ilícitos. La captura de ingresos provenientes de la explotación de recursos naturales desde el aparato público ofrece oportunidades, sin duda, pero nunca tan rentables como las que existen en las economías ilícitas, que son, por otra parte, consustanciales al capitalismo como tal. Suiza no es Suiza por los chocolates o los relojes, sino por sus paraísos fiscales. EEUU es lo que es no solo por el Complejo Militar Industrial, sino también por el contrabando de armas.

No es necesario redescubrir la pólvora. La noción de acumulación originaria del capital debería ser suficiente para explicar por qué ningún millonario es inocente, sobre todo Camacho.

Lo que si es necesario discutir es otra idea de fondo que ni Ayo ni Rivera se atreven a mencionar: el prejuicio jailón de que solo unos pocos tienen la capacidad de triunfar por sus propios méritos y que, por lo mismo, tienen derecho a gobernar. Sé que Ayo no responde con indirectas, como sí lo hace Archondo. Quedo atento.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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Sobre el Estado fallido

Estos son los aparatos a través de los cuales las clases dominantes construyen concretamente su hegemonía

Carlos Moldiz Castillo

/ 1 de agosto de 2023 / 07:51

Reflexionemos por un momento sobre los componentes fundamentales del Estado, algo así como su anatomía básica, cuyo funcionamiento no es el mismo que el de un sistema, al no estar siempre formalmente relacionados e incluso siendo presentados de forma ilusoriamente autónoma e independiente, pero que en todo caso forman parte de aparatos distinguibles.

El primero de estos es el aparato de coerción, que se sostiene sobre el ejercicio legítimo de la violencia, pero que va más allá de los destacamentos de hombres armados como el Ejército o la Policía, incluyendo también al derecho o, como dirían liberales ilustrados, el Poder Judicial, que, según Yevgueni Pashukanis, solo tiene sentido en el marco de relaciones mercantiles propias del capitalismo, después del cual solo podría extinguirse, al desaparecer la necesidad de coaccionar el sostenimiento de determinadas relaciones de producción. Soldados, policías, jueces y abogados, de esta forma, son los encargados de castigar y prevenir toda irrupción que pudiera atentar en contra de los intereses de las clases dominantes. Orden, no justicia.

Lea también: La culpa del MAS

El segundo componente lo conforman los aparatos ideológicos del Estado, cuyo rol es reproducir las relaciones de producción, pero en la superestructura y que, a diferencia del aparato represivo, no están unificados y centralizados, sino dispersos y descentralizados, muchas veces encontrándose incluso en la esfera privada de la vida social (sin dejar de pertenecer conceptualmente a este aparato de Estado). El principal teórico de su funcionamiento es Louis Althusser, quien también se nutre de Gramsci, señalando, sin embargo, que la ampliación del Estado más allá de la coerción no es un hecho reciente, sino que ya sucedía tan tempranamente como en la fase absolutista del Estado, solo que, a cargo de la Iglesia, para luego ser acompañada por las instituciones educativas, la familia y, hoy podríamos añadir, medios de comunicación, industria del entretenimiento y redes sociales. En todo caso, estos son los aparatos a través de los cuales las clases dominantes construyen concretamente su hegemonía.

Finalmente, como tercer componente del Estado se encuentra la burocracia, pero ya no solo como hecho de coerción o hegemonía, sino también como hecho administrativo, pues no se debe olvidar que junto con la organización de ejércitos profesionales, como señalábamos anteriormente, también se crearon instancias encargadas de gestionar los ingresos provenientes tanto de la tributación impuesta sobre la sociedad civil como del excedente generado a partir de la acumulación originaria y el botín de guerra. Una función tan esencial como la de monopolizar el ejercicio de la violencia o la de construir consenso, pues es en la correcta localización de los recursos económicos lo que permite al Estado moverse y funcionar efectivamente.

Componentes todos que se encuentran atrofiados en sociedades subdesarrolladas como la nuestra, lo que no implica que sean disfuncionales o “Estados fallidos” como sugiere cierta literatura, pues cumplen con la tarea de mantener dominadas a sus respectivas clases oprimidas, solo que bajo términos mucho más coercitivos de los que se dan en el mundo desarrollado y, sobre todo, garantizando el orden mundial en el cual se insertan de forma subordinada.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo

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