Lema

Hace unos días leí un artículo sobre Virginio Lema y su programa El Bunker en que se lo pintaba muy cómicamente, presentándolo más como un síntoma de la decadencia mediática que como la causa del declive democrático que viene atravesando el mundo entero, con la irrupción de las nuevas derechas. El artículo, aunque seguramente bienintencionado, peca de ingenuo. Virginio Lema no es la causa de la radicalización conservadora y reaccionaria que se ha estado dando en el país, pero contribuye a ello en no poca medida. Hitler también era un payaso, al igual que Mussolini, pero aquello no evitó que sus disparatados mensajes cuajaran en ingentes masas de resentidos sociales que luego contribuyeron a uno de los episodios más terribles de la historia europea.
Tratemos de tener presente aquello que decía Arendt sobre la banalidad del mal, por la cual los peores actos podían ser perpetrados no por personas guiadas por una ideología o doctrina particularmente perversa, sino por aquellas quienes justamente por carecer de ideas y sentido común les resultaba muy fácil prestarse a literalmente lo que sea, como los oficiales administrativos que gestionaron el Holocausto creyendo que se salvaban de toda responsabilidad solo porque “seguían órdenes”. El movimiento “pitita” fue una versión caricaturizada de un hecho históricamente grotesco, el fascismo de entreguerras, cuyos miembros son incapaces de percibir la magnitud de sus atrocidades porque no fueron sus propias manos las que jalaron del gatillo en Sacaba y Senkata, aunque hayan aplaudido las masacres.
¿Qué tiene todo esto que ver con Lema? No solo es una musa de la ira, sino que también sintetiza todo lo que hay de malo en el campo de los medios de comunicación y las redes sociales el día de hoy: como su inclinación a la desinformación, la incitación a la violencia y la simplificación de la realidad a partir de datos parciales o irrelevantes. Invitó a su programa a desinformantes profesionales sobre el COVID, insiste en que las elecciones de 2020 fueron un fraude y no hay programa suyo que no tenga alguna amenaza (violenta) contra el masismo.
Tal como Hitler y Mussolini, contribuye con su programa a la radicalización de una sociedad profundamente polarizada, pero a partir de sus peores prejuicios, como el racismo, que se sublima de forma nada sutil en el antimasismo. Que sus argumentos sean absurdos no quita que su mensaje sea perverso: “a los masistas hay que hacerles pedir perdón de rodillas”. Lastimosamente, a él llegan cientos de incautos ya predispuestos a creer sus estupideces tal como son susceptibles para unirse a círculos kukluxcanistas, terraplanistas, antivacunas, niega-holocausto, píldora-roja, defensores de la familia y demás modas derechistas. Es decir, todos los fracasados y perdedores que pueden simpatizar con él, inofensivos individualmente, pero peligrosísimos en masa, como los nazis.
Por todo ello, deberíamos preguntarnos si debería ser legal que tipos como él tengan libertad para decir cuanto se les venga en gana, sin ninguna consecuencia. ¿No le hace daño a la democracia cada vez que este tipo abre la boca? Miente, amenaza e incita a la violencia con cada una de sus palabras, como los que aplaudían y vitoreaban la apertura de los campos de concentración. Los payasos también pueden ser peligrosos con un megáfono o poder de decisión ¿Se acuerdan de Murillo?
Una vergüenza para el ámbito periodístico y una peor para los que recurren a él… como Romero, Carlos.
Carlos Moldiz Castillo es politólogo.
Mea Culpa
El autor lamenta que en la versión impresa de este artículo confundió el nombre de Gonzalo Lema por Virginio Lema. Pide disculpas a los lectores y, sobre todo, a Gonzalo Lema, premiado novelista y exvocal de la Corte Nacional Electoral.