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In-certidumbres

ABRELATAS

Las personas necesitamos certezas para vivir, más de lo que necesitamos muchas otras cosas. Las certezas empiezan en pequeño, con un radio de algunos centímetros alrededor de nuestros cuerpos: por la noche, al acostarnos, tenemos la singular certeza de que vamos a despertar mañana para comenzar otro día como el que estamos terminando. El reloj, el calendario, las estaciones y los ciclos nos ayudan a consolidar esa certeza de que estamos vivos y por tanto podemos desear, planear y (con suerte) alcanzar algunos de nuestros sueños. Si no es este año, talvez el próximo. La certeza esencial que (lamentablemente) no todos tienen: la de saber que hay alguien que nos ama, que tenemos padres, hermanas, amigos, vecinos, una red de almas que nos sostendrán en caso de que nuestros planes fracasen o nuestra salud se quiebre.

Pero no solo necesitamos las certezas pequeñas y personales, sino también certezas más largas y amplias, como paraguas sobre la vida cotidiana. Saber que hay normas, acuerdos y reglas que van a ponerse a funcionar en caso de que haga falta. Saber que hay quienes tienen por obligación y función prever situaciones malas y encontrar soluciones a los problemas de cada día. Saber que hay una estructura social que ordena los intereses, prioriza lo importante y contiene la violencia, para que cada uno pueda tranquilamente hornear sus humintas, escribir sus informes, negociar sus productos o imaginar sus obras de arte.

Y como no estamos aislados del resto del planeta, también nos afectan las incertidumbres extranjeras, por lejanas que parezcan. ¿Cuánto tiempo más durará la guerra en Europa? ¿Será que se convierte en una guerra mundial o nuclear? ¿Qué significa para nosotros la lenta pero inminente desdolarización de las economías? ¿Será que la inflación global terminará por sentirse también en nuestros mercados y tiendas? ¿Y qué pasó al final con la crisis climática? Si ya nadie habla de ella ¿será que ya no es un problema?

Necesitamos tanto de certidumbres para vivir que hemos inventado oráculos, rituales, conjuros y fórmulas para predecir lo que no es certero y poder tomar decisiones “informadas”. Le preguntamos al i-Ching, a la coca, al tarot o a las aplicaciones en el teléfono: ¿Lloverá hoy día? ¿Vale la pena invertir en este negocio ahora? ¿Será que este tratamiento me cura?

Necesitamos tanto de certidumbres para vivir y ahora mismo no hay casi ninguna. Preguntas a dos gurús, a dos medios de comunicación, a dos pastores o a dos sabios y cada cual te dará una respuesta diferente o incluso opuesta a la otra. Hay tanta información que al final te quedas a oscuras. La certidumbre de la religión fue hace mucho superada por la de la ciencia. Pero ahora la ciencia está también en duda. Ya no hay certidumbre en la academia, en la prensa ni en las instituciones llamadas democráticas. Ya no hay verdad, nos dicen los filósofos, como antes nos decían que ya no hay historia. Entonces ¿qué es lo que queda?

“Espantado de todo, me refugio en ti”, le escribió José Martí a su hijo. “Tengo fe en el mejoramiento humano; en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti”.

Si nos queda solo una certeza, que sea esa.

Verónica Córdova Como por arte de ma- es cineasta.