Me sale espuma
Hace semanas que este espacio ha estado callado. No he escrito. Podría poner muchas excusas: hay tantas cosas que se acumulan en la vida diaria, hay tantas clases que preparar, tanta supervivencia que perseguir, tantas horas que perder en nimiedades, tanto tiempo que se va sin que uno se dé cuenta dónde. Pero la verdad es que no pude. Quiero escribir, pero me sale espuma — decía con intensidad y altura el gran César Vallejo.
Miro por la ventana, del país para afuera hay una guerra horrible. Y lo es más porque está rodeada de mentiras, de exageraciones, de falacias y de hipocresías. Hay quien la comenta a diario en podcasts, hay quien la reporta en vivo en redes sociales, con todo y los muertos desperdigados por las calles que ya a nadie importan. Dice el excorresponsal de guerra Chris Hedges que si la gente común pudiera oler la guerra, no habría opinión pública que la apoye y, por tanto, no habría guerra que dure. El olor es visceral, es emotivo, revuelve más que cualquier imagen o cualquier sonido. Pero no podemos oler esa guerra maldita, que nos venden como una epopeya de valientes y es en realidad un escaparate de la actual podredumbre.
Miro por la ventana, y del país para adentro hay otra guerra triste. Las heridas que nos desgarraron en 2019 siguen sin haber sanado, aunque las disimulemos con ungüentos y tapujos. Hemos barrido bajo la alfombra la verdadera dimensión del desgarro, nos miramos en la calle y nos sonreímos en el supermercado, pero en el fondo sabemos que bajo los disimulos hierve un dolor que en cualquier momento va a envenenarnos de nuevo. Pero no somos capaces de sacar la herida al sol y lavarla con agua limpia para intentar que cure. El miedo al dolor es más fuerte que el dolor mismo y negamos que exista la razón principal que nos divide: racismo, racismo, racismo. Hay que repetir esa palabra hasta que cale, hasta entender que si no resolvemos esa infección, no habrá otra salida que amputarnos las manos y los ojos antes de que sea tarde para todos.
Miro por la ventana y no encuentro palabras ni ideas que valga la pena escribir, que digan algo distinto a lo que ya sabemos. ¡Tanto ruido y jamás! Parece que nadie ya se calla. Opina cada quien (y con derecho), pero ya no hay claridad posible entre tantos criterios. La burbuja de pensamiento que nos rodea se hace tan densa que ya aparece como el mundo en sí mismo. Pocos tienen la lucidez de desconectarse del Facebook y el WhatsApp y el Twitter y el YouTube, y buscar la paz que teníamos cuando para insultar a alguien teníamos que mirarlo a los ojos. La violencia ha mutado y ahora está en las esquinas más improbables de las relaciones humanas. Lamen mi sombra leones y el ratón me muerde el nombre, escribía Vallejo como si hubiera sabido de las redes sociales.
Y entonces, así: quiero escribir, pero me siento puma. Me propuse hacer un esfuerzo y retomar este espacio en este mes, abril, que parece nuevo en su página inocente de la agenda. Me propuse esperar a que pase la lluvia, mirar por la ventana y encontrar otras cosas sobre qué escribir, como Vallejo: un hombre pasa con un pan al hombro; otro tiembla de frío, tose, escupe sangre; alguien va en un entierro sollozando; alguien limpia un fusil en su cocina.
Verónica Córdova es cineasta