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Migraciones y los retos a los que nos enfrentamos

TRIBUNA

Cuando nos desplazamos de un país a otro, de una región a otra o de una ciudad a otra nos convertimos en migrantes. La tragedia de las migraciones forzosas y de los refugiados, que tienen que dejar todo para preservar sus vidas y emprenden traslados increíbles a través de mares y fronteras, no entran en el alcance de estas líneas, porque las violencias que están implicadas en esos trayectos exceden la comprensión de lo humano.

Pero sí nos vamos a enfocar en las experiencias que atravesamos cuando los países, regiones o ciudades nos reciben con cierta amabilidad y tenemos papeles que nos habilitan para vivir y trabajar. Y a pesar de que tenemos facilitado el traslado, nuestros conflictos de integración y exclusión, lealtades y traiciones están activados.

Nuestras experiencias van a ser totalmente diferentes si esos movimientos los hacemos solos, solas, en pareja, con otros o en familia. Y si fuimos nosotros quienes elegimos trasladarnos para mejorar las condiciones de nuestros estudios o trabajos o las decisiones de irnos las tomaron otros, por ejemplo, nuestros padres.

Si lo hacemos en grupo, en comunidad, nuestra vivencia vendrá con la posibilidad de mantener hábitos y costumbres que nos acompañaron hasta ese momento y nuestra implantación será con menos trauma. Si llegamos solos a un nuevo lugar, donde no conocemos, para empezar el idioma, las complicaciones se van a potenciar. Pero aun cuando el idioma sea el mismo, los códigos van a ser diferentes, así como los matices de las palabras, los tonos y la velocidad con la que se habla.

En esa línea, escuché el otro día a un señor (cochabambino viviendo en Santa Cruz) comentando en un negocio: “No sé ese qué se hace el camba. No hace ni dos meses que está en Santa Cruz y ya habla como si fuera de acá”, afirmando sin decir “cuánto me molesta que estés traicionando tus raíces”. Inmediatamente evoqué el recuerdo de mi abuela por la situación contraria, una inmigrante de Europa del Este llegada a América a fines del siglo XIX siendo una niña pequeña, que vivió hasta superar los 90 y que nunca pudo pronunciar correctamente las palabras. ¿La dificultad para hablar como local responde a la resistencia a asimilarse a un destino al que nunca se quiso ir? ¿Tiene que ver con la decisión de mantenernos fieles a nuestros antepasados? Probablemente las dos cosas.

En el caso inverso, cuando la migración es producto de una elección, al adoptar los modismos e inflexiones del lenguaje del nuevo lugar, hablando por ejemplo como cambas siendo cochabambinos o paceños, ¿estamos haciendo un esfuerzo para sentirnos aceptados y parecernos lo más posible a los locales? Probablemente también.

Es que estos movimientos siempre tienen costo emocional, porque el cambio de entorno de pertenencia nos exige adaptarnos al nuevo lugar de adopción, renunciando a parte de nuestras cosas y recibiendo las nuevas en su lugar: amigos, ciudades, hábitos, palabras, costumbres y comidas.

Cuando nos trasladamos con niños pequeños, la necesidad por ser aceptados en los nuevos entornos les va a exigir adaptaciones con otros ritmos, y a nosotros, como adultos responsables de la decisión de ese traslado, la plasticidad para acompañar y comprender sus contradicciones, interpelados entre dos culturas.

En Argentina viven más de 1 millón de migrantes bolivianos. Muchos tuvieron allí a sus hijos, que son argentinos. Estos niños fueron adaptándose a vivir entre esas dos culturas que les exigen adherencia, teniendo que navegar en las aguas del respeto a sus padres y ancestros y, al mismo tiempo, a su identidad en el país de adopción, con otro acervo cultural, a donde necesitan pertenecer para integrarse. Si bien la Patria Grande Latinoamericana nos hermana, hay enormes brechas y diferencias que hacen a nuestras culturas e idiosincrasias.

Va un abrazo para todos los migrantes que atraviesan cada día el dilema de la asimilación al nuevo destino vs. adhesión al lugar de origen.

Les tocará a las nuevas generaciones el desafío de asimilarse y, a la vez, mantener el recuerdo de sus identidades. No hay respuestas correctas. Cada uno construirá su camino, con momentos en los que querrá volver atrás y otros en los que aceptará amorosamente el nuevo lugar, manteniendo la conciencia del origen y procurando transmitir a las nuevas generaciones las historias, creencias, idiomas y pautas con las que fueron criados en sus infancias.

Eugenia Vinocur es socióloga con experiencia en planificación y gestión de políticas públicas de salud materno infantil.