Elogio a la heterodoxia
A ratos parecería que el debate sobre la cuestión económica se resume a una defensa cerrada de los principios supuestamente anti-neoliberales de las políticas económicas aplicadas por el oficialismo, y por otra, a una predica casi evangélica en favor del retorno a un liberalismo de manual que exorcice nuestras tentaciones populistas.
Ambas lógicas coinciden en una descalificación absoluta de todas las orientaciones que identifican como contrarias a sus principios y una notable incapacidad para ver los matices, adaptaciones y ambigüedades que caracterizan las políticas económicas realmente existentes.
Es así que, para nuestros liberales criollos, el modelo económico social comunitario productivo no podía en ningún caso tener algún éxito, debía colapsar tarde o temprano porque supuestamente transgredía todos los dogmas que sustentan su fe casi religiosa en los beneficios del libre mercado y el individualismo sociológico. Para ellos, es casi un detalle que ese modelo haya funcionado por casi 15 años permitiendo acumulación de riqueza, cambios socioeconómicos, mejoras en el bienestar bastante evidentes y, por supuesto, acumulando también desequilibrios e insuficiencias.
Desde el dogma, esas políticas siempre fueron un error, una anomalía. Ahora, 15 años después, la historia les estaría dando la razón, ya era tiempo que todos nos diéramos cuenta de eso y que nos arrepintiéramos de nuestros espejismos populistas. Incluso sería mejor para ellos si el colapso es contundente porque solo así todos nos purificaremos y no volveremos a equivocar el camino.
En la otra vereda, tenemos a los críticos acérrimos del neoliberalismo, el cual es descrito siempre como una máquina únicamente pensada para producir desigualdad, pobreza y concentración de la riqueza y del poder. Desde esa perspectiva, las políticas aplicadas desde 2006 en Bolivia fueron una ruptura conceptual y revolucionaria que debería tener obviamente éxito porque está naturalmente a tono con el sentido de la historia de liberación del ser humano.
Para ellos es difícil explicar cómo en estos 15 años de revolución coexistieron orientaciones liberales, por ejemplo, en la política cambiaria y monetaria, con las fuertes pulsiones desarrollistas y distribucionistas. Es de igual modo paradójico observar que los resultados del modelo económico masista sean también el crecimiento del sector servicio, el fortalecimiento de la informalidad o la expansión del consumismo en todos los segmentos de la sociedad.
Se hace difícil explicar desde la simplificación ideológica, por ejemplo, que los bolsones de mayor voto por el oficialismo se sitúen en el mundo socioeconómico informal y entre los millones de emprendedores y trabajadores por cuenta propia populares del campo y de las ciudades. Agentes económicos y grupos sociales bastante diferentes al idealizado proletariado revolucionario industrial al cual parecería que aspiran a consolidar las élites dirigenciales oficialistas.
Una somera observación de las dinámicas económicas y sociales de los últimos decenios nos muestra, al contrario, un panorama más complejo de adaptaciones de la política a la realidad, innovaciones desde una lógica de una prueba y error, en suma, una notable heterodoxia y pragmatismo que, desde mi punto de vista, es el secreto de la sostenibilidad de eso que llamamos “modelo económico”. Luces que están obviamente acompañadas de inercias estructurales que siguen impidiendo un mayor crecimiento y de varios errores en las políticas y enfoques de desarrollo.
Sospecho además que las salidas más viables a los límites reales que está encontrando el modelo económico tienen que ver con una mayor capacidad adaptativa y una heterodoxia que combine disciplina macroeconómica, preocupaciones de corto y largo plazo, bastante Estado y mucho mercado a la vez, dosis razonables de nacionalismo económico, políticas sociales renovadas y una gran transformación microeconómica y educativa que refuerce las capacidades productivas y de emprendimiento de las mayorías.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.