Icono del sitio La Razón

Violador en España, ‘padrecito’ en Bolivia

ruben_atahuichi.jpg

Rubén Atahuichi

En 1992, el sacerdote jesuita Luis Tó González llegó a Bolivia en misión pastoral para la Compañía de Jesús. Lo hacía con una aureola de santo sacerdote para la feligresía católica. Quizás muchos de sus compañeros lo consideraron un cura ejemplar y otros, como alguien de mucho cuidado; tenía el antecedente de haber sido sentenciado en España a prisión por la violación de una niña de ocho años en un colegio de la orden religiosa en Barcelona.

No pisó la cárcel. Tenía orden de no acercarse más a los niños. En Bolivia, la Compañía de Jesús se apuró en aclarar que sobre Tó González —confidente del cura pederasta Alfonso Pedrajas— “se tuvo una supervisión y acompañamiento constantes”.

¡Cómo habrá pasado sus años en Bolivia hasta su muerte en 2017! Quizás desapercibido respecto de su pasado o adulado “padrecito”, como es la costumbre ingenua e inocente de los fieles de llamar así a los sacerdotes.

Lo cierto es que fue un eminente miembro de la Iglesia Católica, como el mismo Pedrajas, director por años del colegio Juan XXII de Cochabamba. Como Alejandro Mestre, secretario general de la Conferencia Episcopal Boliviana (CEB), o Luis Roma Padrosa (que filmaba sus miserias con niños y niñas en Charagua), quienes también fueron denunciados por pederastia. Como Francesc Peris o Carlos Villamil, que también fueron autoridades en ese colegio. Como Antonio Gausset. Como todos ellos, acusados de abusos clericales durante su misión pastoral.

Lea también: El periodismo que transitamos

Convivieron con ellos centenares de niños, niñas y adolescentes en colegios e instituciones dependientes de la orden sin saber que detrás de su sotana y su título de “padrecito” se escondía la peor de las aberraciones de un guía espiritual o un adalid de la moral.

Ahora que aparecen poco a poco más acusados, no solo de la Compañía de Jesús, sino de otras órdenes religiosas, la indignación es casi generalizada en el país, que demanda justicia para las víctimas. Aunque también aparecen los defensores de la “santidad” de esos curas. El mismo arzobispo de Santa Cruz, René Leigue, se compadeció de la Compañía de Jesús por los “errores” de algunos de sus miembros, y no así de las víctimas.

Esa conmiseración se extiende incluso en alguna ciudadanía que acuña la frase “mi colegio no se toca” o que defiende a la Iglesia Católica del “odio” de sus detractores, como el periodista Jhon Arandia, que dejó frases de antología y apológicas a favor de Pedrajas y sus congéneres: “Lo más importante no es el tema sexual, homosexual o la pedofilia, sino la necesidad de ternura y cariño”, quien “está detrás de un hábito es un ser humano con necesidades básicas, incluso sexuales” o que “un sacerdote tiene necesidades sexuales, porque, según su religión y su mandato, estaba prohibido relacionarse con mujeres, por eso buscó niños”.

O titulares que cuestionan la “arremetida” contra la Iglesia Católica desde varios flancos, cuando, al contrario, desde distintos flancos, distintas órdenes, distintas diócesis o distintas parroquias aparecen más casos de sacerdotes abusadores de niños, niñas, adolescentes e incluso seminaristas, como el caso que vincula al cura carmelita en Tarija ahora detenido.

O las dudas del ministro de Justicia, Iván Lima, sobre el número “exagerado” (85) de víctimas develado por el mismo Pedrajas.

Finalmente, los peros al repudio de estos actos en los que incurrieron algunos sacerdotes. Pero no son solo ellos, también hay ciudadanos comunes o políticos… Sobran los comentarios que buscan socapar los abusos clericales o la miseria de ciertos sacerdotes.

Esto aún no termina. Quizás experimentemos otros episodios que indignen o sorprendan aún más. La Iglesia Católica está en cuestión, pero su poder está incólume.

(*) Rubén Atahuichi es periodista