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Cartago, gran ciudad del pasado

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Patricia Vargas

Cartago fue una de las ciudades más importantes del mundo antiguo. Estaba ubicada sobre la costa del norte de África, cerca de Túnez, y se caracterizaba por ser una región híbrida de influencia Mediterráneo Oriental. Su historia da cuenta de que se fundó entre los años 825 y 820 a.C. con el nombre de Ciudad Nueva.

Se destacó como una de las ciudades más grandes en esos tiempos, por lo que representó una amenaza para Occidente, pues supo desarrollar hasta transformarse en ciudad Estado.

Al ser una región con cierto carácter monárquico y tirano —como afirman los escritos—, evolucionó en un sistema republicano y llegó a ser tan próspera y rica que sorprendió incluso a los romanos. Un ejemplo de ciudad nueva que motivó a que Roma se propusiera entrar en guerra por esa razón.

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Alcanzó a tener hasta 400.000 habitantes, por lo que supo concebir edificaciones en altura, baños públicos y un sistema de alcantarillado funcional; ruinas que se pueden observar hasta nuestros días.

Su poder radicó en el comercio marítimo, lo que la convirtió en una ciudad pujante gracias a esa actividad estratégica que demostró que fue concebida acorde a sus prácticas comerciales. De este modo, era una ciudad que recibía diariamente infinidad de embarcaciones, lo que la llevó a edificar dos grandes puertos en pleno mar, uno para el comercio y el otro para los barcos.

Un hecho por demás sorprendente para esos tiempos por los desafíos que representaba la construcción de volúmenes circulares sumergidos en el mar, divididos por espacios bien dimensionados para el parqueo de las embarcaciones.

Esta idea de características monumentales no solo fue de valor funcional y constructivo para su época, sino que fue una especie de signo para que Cartago sea definida como una ciudad desarrollada y singular.

Lo interesante en ese parqueadero de grandes dimensiones es descubrir cómo esas columnas laterales de división entre uno y otro parqueo estaban remarcadas por coronamientos de estilo, vale decir, pensadas para delimitar los espacios calculados entre uno y otro parqueo. Un detalle que lleva a pensar en cómo en esos tiempos se podía sostener aquella viga de arriostre circundante de las columnas, las cuales se hallaban sumergidas en el agua.

En definitiva, la propuesta de Cartago destacó en su época no solo por su gran dimensión, sino por su forma circular. Una bella estructura que se asemeja hoy a algunas obras contemporáneas semicirculares con áreas centrales abiertas, concebidas para proyectar grandes espacios urbanos de concentración ciudadana.

También resulta ineludible mencionar que la ciudad de Cartago se fue transformando de una región pequeña a la más rica del Mediterráneo. Un territorio con gran visión de futuro que llevó a los romanos a poner la mirada en él como ejemplo de crecimiento, por tanto, digno de ser imitado, sobre todo por la diversidad de sus valores.

Sin embargo, luego de un apogeo indiscutible, Cartago estaba destinada a desaparecer, como afirmaba Catón el Viejo en el año 150 a.C. Lamentablemente, pese a que en la guerra contra los romanos les demostró supuestamente que sobrepasaba su desarrollo, aquellos vencieron y vieron cumplido —también en el citado año— su deseo de ver destruida a la ciudad fenicia de Cartago.

Como testigo del paso de esta acrópolis por la historia del mundo, hoy queda un sitio arqueológico sorprendente que muestra las ruinas de la antigua ciudad comercial de Cartago, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979.

(*) Patricia Vargas es arquitecta