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¿Cómo seguirá la guerra?

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Wim Kamerbeek Romero

Las fuerzas rusas habrían tardado 10 meses en conquistar Bakhmut. La importancia de la ciudad radica en que ayudaría a las fuerzas rusas a salir de la ocupación en el este y acercarse un poco más a Kiev. Sin embargo, su toma se da en el momento menos favorable para Putin: EEUU y la OTAN se han abierto a que otros países puedan contribuir con aviación a Ucrania que, desde el 27 de abril, está recibiendo a 1.550 vehículos, 230 tanques, 30.000 unidades de combate y, más importante, es que toda esta ayuda implica entrenamiento militar y tecnología en aviación, misiles teledirigidos y drones de última tecnología.

Pero además del hecho que la OTAN parece haber unificado criterios y que tanto el ingreso de Ucrania como de Moldavia parecen cuestión de tiempo (Henry Kissinger dijo hace poco, de hecho, que tener a Ucrania dentro de la OTAN conviene más a Putin que a Zelenski, porque la OTAN podría contener cualquier agresión de Ucrania en la frontera entre ambos países), es necesario tomar en cuenta que, independientemente del resultado de la guerra, Putin buscaría una narrativa para justificarse y que la guerra puede trasladarse a otras regiones. O sea, la única solución al fin de la guerra, sea con Ucrania o en África, es que Putin no sea más presidente de Rusia, aunque su popularidad ronda el 80% en abril de 2023. 

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De proteger a Kiev y el este como en febrero de 2022, hoy el conflicto se centra en expulsar a las fuerzas rusas de territorio ucraniano. Antes de 2022, el ejército ruso superaba en una proporción de casi 3 a 1 en tanques, personal y artillería, 4 a 1 en vehículos de guerra, 20 a 1 en misiles, y el gasto militar ruso de $us 65.000 millones en comparación a los $us 5.000 millones ucraniano en 2021. Hoy, por la ayuda de la OTAN y aliados, el gasto militar en Ucrania se habría incrementado en 640% porque el Mar Negro es una potencial zona de conflictos. No debería resultar extraño que el objetivo principal esté en la recuperación de Crimea, que significaría que las fuerzas aliadas dominen el área que comprende Jersón hasta el Mar de Azov, cortando los puentes entre Rusia y Crimea, y aislando Crimea de más ataques de fuerzas rusas por tierra. Pero esto daría tiempo a las fuerzas pro rusas a replegarse sobre los territorios del este, lo que lleva a los otros dos probables escenarios: retomar Mariupol para adueñarse de Donetsk, y tomar el área que comprende Kharkiv a Luhansk, que es ocupar territorio en las fronteras con Rusia. El objetivo principal requiere de fuerzas combinadas en al menos tres frentes.

La lucha de Putin también está en quedarse al mando de Rusia. El reforzamiento de la OTAN y su excesiva ayuda a Ucrania potencian una narrativa “anti-occidente” que tiene éxito en Oriente Medio y África. Hay 15 países africanos que se abstienen de condenar la invasión de Rusia a Ucrania en la ONU, y hay evidencias de presencia rusa en varios de ellos. En Sudán, el jefe del grupo Wagner ha instalado una planta de procesamiento de oro (y hay evidencias de la exportación a Rusia de 37 toneladas de oro) y apoya al grupo paramilitar FAR, que está en lucha con el actual presidente de ese país. En Libia, la presencia de 1.200 mercenarios del grupo Wagner apoyando la dictadura del Ejército Nacional de Libia, el respaldo a la Junta Militar en Mali y Eritrea y el envío de armas del gobierno sudafricano a Rusia que ha sido denunciado en la última semana. Además del interés de Putin por recursos naturales en África como oro, manganeso, silicio y uranio, y el apoyo diplomático, África es otra región donde Rusia y occidente tienen intereses encontrados. Pero también cabe mencionar los acercamientos en Oriente Medio con los intentos de unir al líder sirio Al Assad a los Estados del Golfo; la visita del presidente de Irán, Ebrahim Raisi, a varios países de la región; el encuentro reciente entre representantes de Arabia Saudi, Siria, Iraq y Egipto, y la fabricación de drones iraníes en apoyo a Putin.

La guerra en Ucrania puede ser el comienzo de réplicas en África y Oriente Medio. Algunas conclusiones: el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania depende más de la continuidad de Putin como presidente de Rusia; “neutralidad” no significa abstención, sino posiciones que el Sur Global toma en función a intereses muy delimitados, como en África; la retórica antioccidente encuentra ecos en el incremento en gasto militar de la OTAN en Ucrania, que potencia conflictos en Oriente Medio; y si el mundo está cambiando de orden, la neutralidad boliviana necesita adoptar más pragmatismo y dinamicidad, en vez de anclarse al Acuerdo de 1979, sobre su neutralidad frente a la Guerra Fría.

(*) Wim Kamerbeek Romero es politólogo