‘Bolivian Magic Circus’
Hace 20 años, un grupo de teatro presentó una obra titulada Bolivian Magic Circus, en la que teatralizaron la Guerra Federal (1898) con los actores enmascarados, ocultando las expresiones faciales para enfatizar los diálogos, convertirlos en emociones orales y estimular en el público la sensación de estar frente a marionetas que mentían y manipulaban para conseguir sus fines inmediatos. De esa manera, los públicos sacarían sus conclusiones sobre las historias que nos cuentan sobre el patriotismo; cuando en realidad esa guerra y las luchas por el poder son entre castas por mantener sus privilegios y bienes acumulados a través de la explotación y el dolo. En este caso, entre Pando y Fernández Alonso, quienes terminaron dándose la mano para conservar su comunidad imaginada eliminando a las huestes indígenas del Zárate Villca, que ponían en peligro su proyecto.
Estas comunidades imaginadas también se generan localmente, obviando la desigualdad y explotación que puede prevalecer en cada una, la noción de camaradería profunda y horizontal siempre prevalecerá. (Anderson) Esta construcción social que la erigen las clases hegemónicas a través de los medios de comunicación y sus instituciones son los instrumentos para apoderarse de las comunidades y su territorio.
Los sucesivos hechos, escabrosos y sangrientos de la reciente semana, nos dejaron atónitos y tristes al preguntarnos sobre el destino moral de nuestra sociedad: estafas y quiebra de un banco protagonizado por delincuentes de cuello blanco que se pagaban sumas exorbitantes con el dinero de sus ingenuos ahorristas, peleas campales entre mujeres legisladoras, curas pervertidos protegidos por la Iglesia, entre otros múltiples casos de feminicidio y delitos vinculados al narcotráfico. Pensativo y malhumorado, mientras atravesábamos la Plaza Murillo, pudimos observar la ceremonia de la escolta presidencial Colorados de Bolivia de arriar las banderas del Estado. El teniente, junto a los soldados rasos, bajan las banderas, las doblan cuidadosamente y luego, acompañados de un pequeño trompetista que ejecuta una marcha, proceden a retornar al Palacio. El trompetista de marras era un chu’su (músico de quinta categoría) que provocó, con sus acordes insólitos, que los soldados perdieran el paso marcial para jolgorio de los curiosos que disfrutaban del show patriótico. Estos pequeños contrastes son parte de la cotidianidad de nuestro país de ficción, lo hacen soportable y evitan que los dramas nos devoren.
Los rituales simbólicos institucionales nos informan que, a través de ellos existimos como sociedad dentro un Estado; sin embargo, la debilidad institucional ha creado republiquetas que consolidaron un imaginario supranacional. Así, la oposición conservadora cruceña articula un discurso proclamando lo general por lo particular, una sinécdoque que quiere instalar un discurso falso al proclamar que están atacando al pueblo cruceño, cuando éste es víctima de una élite que estafó a miles de ahorristas y los dejó en la calle. Construyeron el mito del modelo cruceño que ya lo develó hace dos décadas un estudio de la Fundación Tierra sobre la venta de importantes extensiones de tierras productivas a consorcios extranjeros, que desalojaron a los indígenas de sus mejores tierras con la complicidad del Estado y las dictaduras militares. A través de créditos y coimas se apoderaron de tierras fiscales, las consolidaron a su nombre, construyeron la Cortina de Palmeras y se aislaron del resto del país, secuestrando a una población que asumía su discurso implantado por los medios y sus instituciones que ahora callan porque son parte de esa estructura. El espíritu de los patricios cruceños que lucharon por el 11% y la creación de cooperativas fue coaptado por estos grupos en desmedro de empresarios honestos. Recuerden el discurso de Carlos Valverde de los años 80 del siglo pasado, vinculado a estos grupos de poder, claramente separatista.
Estos cruciales temas deberán debatirse en la Asamblea, pero ahora se ha convertido en el Coliseo Polifuncional de lucha libre, no de ideas, sino de patadas y rasguños. Nuestro espíritu circense nos impelió a preguntar a un policía sobre la posibilidad de ingresar al cuadrilátero:
— ¿Señor policía, esta noche habrá lucha libre? — No sabría decirle, no estoy informado—, respondió, muy serio.
No fue sorpresa, en Bolivia las autoridades nunca saben nada, pareciera que solo somos un reflejo de un Estado que existe en los rituales. Bolivian Magic Circus, quién sabe hasta cuándo.
Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.