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Violencia en educación, ¿violencia social?

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Noel Aguirre

En los últimos meses, la sociedad boliviana se ha estremecido con lamentables hechos marcados por distintas expresiones de violencia ocurridos en ámbitos educativos. Violaciones, homicidios, ataques violentos, entre otros sucesos, generaron distintas muestras de preocupación. Grandes titulares en los medios de comunicación, reuniones de instancias gubernamentales con organizaciones educativas, sociales y culturales, talleres de prevención, presentaciones de propuestas y documentos de orientación, muestran el grado y la complejidad de una problemática que requiere el concurso de toda la población.

La violencia tiene directa relación con las maneras de percibir y el significado que se le da a la vida, con la relación con la comunidad y también con la Madre Tierra. Está directamente vinculada con la apreciación de uno mismo, los valores y principios con los que se cuenta y pone en práctica, los lenguajes y formas de comunicación, los códigos de convivencia e inclusive con la percepción de futuro. Por eso es complejo, esta vinculada con la cotidianeidad de los seres humanos y comprende todos los ámbitos en los que nos desenvolvemos, por ejemplo, familia, comunidad, barrio, centro de formación, país que habitamos, sociedad y humanidad de la que somos parte. La violencia expresa problemas estructurales vinculados al colonialismo, patriarcado y formas de producción y economía donde prevalece el criterio de “progreso”, para decir de manera concreta responde a supuestas jerarquías, prejuicios y falsas estructuras de poder de quienes se creen “dueños de”, generalmente asentados en discriminaciones y exclusiones por criterios culturales, de género, pobreza “material”, discapacidad y género.  

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Por esas razones, no es suficiente proceder con el ineficiente esquema de “acción-reacción”, hay que generar procesos de carácter estratégico. Tampoco podemos tratar de resolver la problemática de manera parcial y hasta intuitiva, hay que generar estrategias debidamente fundamentadas y de carácter holístico en su enfoque, en lo metodológico y en términos de qué organizaciones y grupos sociales participan en sus análisis y planteamientos de soluciones. Menos negar el problema porque no lo elimina; por el contrario, crece en la medida que se lo ignora. 

Es necesario tener en cuenta que el ámbito educativo, mucho más el escolar, es uno de los de mayor influencia de lo que ocurre en su contexto. Por lo tanto, a mayor violencia en la sociedad mayor violencia en los centros educativos. Tenemos que generar estrategias de atención integral de la violencia que comprendan, al menos, dos ámbitos: las unidades, centros e instituciones educativas, y el conjunto de la sociedad. Exigir que se trabaje en el tema solo en la educación podrá resultar atrayente al principio, pero a la larga quedará en medidas insuficientes. No es posible encarar la violencia en la escuela con éxito mientras los medios de comunicación, los juegos electrónicos, las familias, las organizaciones transmitan e inclusive, en algunos casos, sean ejemplo de violencia.

Corresponde también preguntarse por qué la violencia se presenta más en el área urbana que en la rural. Al parecer, entre otros factores, tiene relación con la concepción de vida y cultura de estos ámbitos. En una sociedad competitiva, individualista y cuyo bien mayor es la posesión de bienes materiales, mayores son las posibilidades de violencia; mientras en una sociedad cuyos principios son la comunidad, reciprocidad, convivencia con la comunidad y Madre Tierra, menores son las posibilidades de violencia. Sin embargo, no debemos engañarnos, en el área rural también está creciendo la violencia.

Debemos dejar de “normalizar la violencia”. No es posible que, a fuerza de repetirse, ciertas actitudes que se están volviendo cotidianas, como la ausencia del saludo, no atender al otro, el presentar imágenes plagadas de violencia que obviamente son violentas, se conviertan en algo normal.

En medio de eso también hay que actuar en el mundo de la educación, tenemos que trabajar en la prevención, en el momento que se presenta y en la fase de restauración del hecho violento. Eso supone acciones de grandes transformaciones en el currículo, la formación y la valoración de los maestros, gestión y organización institucional, y reconstitución y potenciamiento de los consejos educativos socio-comunitarios. Temas de un siguiente artículo.

(*) Noel Aguirre Ledezma es educador popular, maestro y pedagogo. Director de la oficina de la Organización de Estados Iberoamericanos en Bolivia