Desenmascarar el machismo
Lucía Sauma, periodista
El 6 de agosto en Warnes, un hombre ingresó a la vivienda de su expareja, tras una fuerte discusión, rocío con gasolina la vivienda, prendió fuego, cerró con llave la puerta y huyó. La mujer y la niña murieron, y el niño, con pocas probabilidades de salvarse, aún se debate entre la vida y la muerte. El 30 de abril de este año, un hombre ingresó en la vivienda de su expareja, discutió violentamente con ella, luego regó con alcohol la habitación donde se encontraba la mujer y los hijos menores de edad, cerró con llave y huyó del lugar. Este último relato no es una repetición del hecho sucedido en Santa Cruz, el caso registrado hace cuatro meses sucedió en Valencia, España. Para la violencia intrafamiliar no hay diferencias entre el país europeo y Bolivia, la forma en que se ensañan los agresores es la misma, será porque la causa es uno solo: el machismo.
En estos hechos de violencia hay un nuevo componente de horror y es que ya no matan solo a las mujeres, sino que pretenden desaparecer también a los niños. Todo parece planeado con mucha premeditación, ingresar por la noche o la madrugada al hogar donde tienen prohibido hacerlo por las previas denuncias de violencia, ocasionan fuertes discusiones, rocían con algún combustible, prenden fuego, echan llave a la vivienda y salen huyendo. Si las víctimas sobreviven, el autor será juzgado por intento de feminicidio e infanticidio, en caso de que mueran deberá ser sentenciado por doble o triple crimen, pero esto no parece interesar a quien comete estas atrocidades.
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Los castigos contra los feminicidas e infanticidas evidentemente no son un freno, ni siquiera un elemento que disminuya la violencia. No es la cárcel, no es la ley, ni siquiera la condena social, o peor aún no es el cargo de conciencia lo que detenga estos delitos. ¿Entonces, qué hacer? Si todas las medidas son un fracaso, ¿solo queda la resignación? Por supuesto que no. Todo lo contrario, hay que poner más empeño en dejar claro que la violencia no es una conducta normal, sino un delito, que castigar a los niños con golpes o insultos como una forma de educación no está bien, nadie puede ejercer violencia contra los menores de edad o los adolescentes, no son propiedad de los padres, son personas, seres humanos a respetar. Tiene que quedar claro que las relaciones de pareja entre mujeres y hombres no tienen por qué ser llevadas adelante con agresiones físicas o psicológicas.
A pesar de todos los hechos tan dolorosos, tan crueles contra mujeres y niños que se dan a conocer diariamente, hay un gran avance en cuanto a reconocer que la violencia no es normal, sobre todo en las generaciones de jóvenes y adolescentes, a diferencia de sus padres quienes pensaban que esa forma de vida era natural. Desenmascarar el machismo, despojarse de sus reglas, lleva mucho tiempo, pero es el empeño cotidiano, desde cada familia, dentro de cada casa que hará posible acabar con este flagelo.
(*) Lucía Sauma es periodista