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Celebración del adoquín

A FUEGO LENTO

Es muy frecuente escuchar, en lugares públicos, calificar a la mayoría de nuestros legisladores como adoquines; porque no escuchan, no entienden, son inertes e incapaces de encontrar soluciones y dialogar; anteponen sus odios e intereses privados antes de servir a la sociedad, razón de su elección y por la que ganan un jugoso sueldo.

Seguramente este adjetivo nació al comprobar la dureza compacta del adoquín, donde intentar introducir algo requiere de un instrumento con punta diamantada, en símil con el entendimiento de los legisladores. Estos, más bien, lograron convertir la Asamblea Plurinacional en un campo de batalla donde se usan patadas, puñetes y uñas para debatir entre adoquines machos y hembras.

En las culturas originarias, la naturaleza también piensa, es por eso que también tienen sexo, por eso existen ríos machos y ríos hembras, montañas machos y montañas hembras. Muchos poetas y filósofos han sido tocados por el misterio que esconden las piedras y su sacralidad al contener siglos de evolución. Así, no solo este elemento fue usado para edificar los grandes monumentos y vías imperiales de cartagineses y romanos, la grandiosidad de Tiwanaku y Machu Picchu, entre otros monumentos arquitectónicos en nuestro continente, hablan por sí solos. No debemos olvidar que fue el material primigenio en la representación de la fecundidad de mujeres embarazadas que los primeros escultores labraron para rendir culto a la Madre Tierra.

Los seres humanos empezamos peregrinando descalzos sobre tierra, después, en las primeras urbanizaciones, por el empedrado sin labrar y luego sobre el adoquín, nombre que proviene del árabe addukin o piedra escuadrada. Durante muchas etapas de la historia, nuestros abuelos caminaron, bailaron, marcharon sobre ellos para ir a la Guerra del Chaco. Su característica de dureza y aguante es tal, que un lado puede durar un siglo y el otro también. La llegada de los automotores convirtió este arte del labrado a mano del granito en poco rentable y fue sustituido por el pavimento.

A pesar de ello, todos los ríos que circulan bajo la piel de nuestra ciudad están embovedados con sillares labrados a mano, muchas aceras del casco viejo son de losa granítica, sustituida ahora por cemento armado. Ya no se usa la piedra de Comanche, localidad situada a casi 4.ooo msnm, en la provincia Pacajes y que alberga una de las canteras de granito más grandes de Bolivia, área desde donde se fabricaron los millones de adoquines que vistieron la epidermis de la ciudad que empezaba a emerger vigorosamente en el siglo XIX.

Asimismo, durante las constantes sublevaciones de la cholada paceña, los adoquines fueron utilizados para erigir barricadas de dos metros y protegerse de las balas del ejército republicano. Relatos que nunca aparecieron en libros ni en la prensa todavía circulan, entre ellas sobre una manifestación nocturna durante la dictadura de Banzer, provocada por el resultado de un partido de clasificación de la selección boliviana contra Brasil y que —como de costumbre— recibió una paliza, enardeciendo los ánimos de los aficionados que salieron de cantinas y boliches pidiendo democracia, dando mueras a la dictadura militar y luego proceder a desmontar los adoquines en la Pérez Velasco. La batalla duró varias horas, hasta que el carro Neptuno antimotines salió de su guarida del cuartel de Bomberos a rociar con agua urticante a los cientos de ebrios que se iban concentrando en la plazuela. Hubo incendios de automotores, gases y bala. Las barricadas fueron tumbadas por carros de asalto. Nunca se supo cuántos murieron y si hubo presos. Al amanecer, el mismo carro Neptuno se encargó de lavar la sangre que cubría la avenida, en tanto los soldados y funcionarios de la Alcaldía reponían los adoquines para el tránsito, como si nada hubiera pasado. Los canillitas solo anunciaban el catastrófico resultado, 8 a 0. Al poco tiempo, la avenida fue asfaltada y la historia enterrada.

Muchas arterias de nuestra ciudad han perdido esa poderosa piel y fueron suplantadas por el pavimento y miles de adoquines duermen, amontonados, sin destino, en la avenida Zavaleta. Parques y calles peatonales esperan que este sea su nuevo hogar para que los que vivimos en la ciudad sigamos caminando sobre su hermosa piel, como lo hicieron nuestros abuelos.

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.