Sí, existe
Lucía Sauma, periodista
¿Quién dijo que no hay una máquina del tiempo? Fue la pregunta que escuché decir, hace 60 años, a una mujer que entonces no pasaría de los 50. Todos mis sentidos se pusieron en alerta, era una niña gratamente dispuesta a viajar por donde la imaginación quisiera. Esa fantástica mujer sacó un paquete mediano, del tamaño de un ladrillo envuelto en papel madera y dijo que ahí estaba el gran invento, mis ansias y curiosidad estaban en su límite, alguien preguntó si haríamos la prueba de emprender la aventura, la dueña del misterioso paquete dijo que justamente para eso trajo el instrumento. Nos pidió cerrar los ojos y comenzó: “Canto ¡oh Musa! de Aquiles, hijo de Peleo, la cólera funesta que causó infinitos males a los griegos; que precipitó a los infiernos las almas valerosas de muchos héroes…” Abrimos los ojos, el paquete contenía un libro, La Ilíada, la voz que leía también nos dijo que estábamos en el siglo VIII antes de Cristo, seguimos la lectura y quedamos atrapadas en la guerra de Troya.
Lea también: Mi mascota, mi responsabilidad
Seis décadas después estoy convencida que los libros son una máquina del tiempo que pueden trasladarnos en un viaje sin fin entre el pasado, el presente y el futuro, sin importar la distancia, ni las dificultades que puedan presentarse, siempre está la posibilidad de sumergirse, enredarse y confundirse entre sus personajes, ser uno más de ellos, nacer o morir, ser bueno o elegir ser de los malos para finalmente salir quizás marcada para siempre con las miles de ideas, aventuras y desventuras que harán elipses en la cabeza.
Hay libros ampliamente documentados, escritos línea a línea después de una rigurosa investigación que indudablemente se convertirán en fuente de consulta, aunque su origen sea la novela. Esos libros necesitan que el lector recurra a otras fuentes para constatar lo que se lee en sus páginas, porque son hechos reales que incitan a comprobrar el relato en los periódicos de la época, encontrando artículos, fotografías, evidencias que la nueva tecnología lo permite. Esos caminos por ejemplo tuve que tomar al leer El sueño del celta de Mario Vargas Llosa, al descubrir la verdadera existencia de su protagonista, Roger Casemant, sus informes y fotografías sobre la horrorosa explotación de indígenas del Congo y Perú en la recolección de la goma.
Queda al descubierto la crueldad del régimen de Stalin, la despiadada guerra civil española, el intrincado laberinto del espionaje, en el libro El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura, capaz de transportarnos desde las estepas rusas hasta México, presenciar el asesinato de Trotski y para terminar en una playa de Cuba. Cuando alguien se embarca en la extraordinaria aventura de leer, no podrá parar, se descubren tantos personajes, se despiertan tantas agudezas, se conoce tanta gama de sentimientos humanos que el viaje tiene boleto para siempre.
(*) Lucía Sauma es periodista