Voces

Wednesday 4 Dec 2024 | Actualizado a 11:36 AM

Sí, existe

Lucía Sauma, periodista

/ 7 de septiembre de 2023 / 08:05

¿Quién dijo que no hay una máquina del tiempo? Fue la pregunta que escuché decir, hace 60 años, a una mujer que entonces no pasaría de los 50. Todos mis sentidos se pusieron en alerta, era una niña gratamente dispuesta a viajar por donde la imaginación quisiera. Esa fantástica mujer sacó un paquete mediano, del tamaño de un ladrillo envuelto en papel madera y dijo que ahí estaba el gran invento, mis ansias y curiosidad estaban en su límite, alguien preguntó si haríamos la prueba de emprender la aventura, la dueña del misterioso paquete dijo que justamente para eso trajo el instrumento. Nos pidió cerrar los ojos y comenzó: “Canto ¡oh Musa! de Aquiles, hijo de Peleo, la cólera funesta que causó infinitos males a los griegos; que precipitó a los infiernos las almas valerosas de muchos héroes…” Abrimos los ojos, el paquete contenía un libro, La Ilíada, la voz que leía también nos dijo que estábamos en el siglo VIII antes de Cristo, seguimos la lectura y quedamos atrapadas en la guerra de Troya.

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Seis décadas después estoy convencida que los libros son una máquina del tiempo que pueden trasladarnos en un viaje sin fin entre el pasado, el presente y el futuro, sin importar la distancia, ni las dificultades que puedan presentarse, siempre está la posibilidad de sumergirse, enredarse y confundirse entre sus personajes, ser uno más de ellos, nacer o morir, ser bueno o elegir ser de los malos para finalmente salir quizás marcada para siempre con las miles de ideas, aventuras y desventuras que harán elipses en la cabeza.

Hay libros ampliamente documentados, escritos línea a línea después de una rigurosa investigación que indudablemente se convertirán en fuente de consulta, aunque su origen sea la novela. Esos libros necesitan que el lector recurra a otras fuentes para constatar lo que se lee en sus páginas, porque son hechos reales que incitan a comprobrar el relato en los periódicos de la época, encontrando artículos, fotografías, evidencias que la nueva tecnología lo permite. Esos caminos por ejemplo tuve que tomar al leer El sueño del celta de Mario Vargas Llosa, al descubrir la verdadera existencia de su protagonista, Roger Casemant, sus informes y fotografías sobre la horrorosa explotación de indígenas del Congo y Perú en la recolección de la goma.

Queda al descubierto la crueldad del régimen de Stalin, la despiadada guerra civil española, el intrincado laberinto del espionaje, en el libro El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura, capaz de transportarnos desde las estepas rusas hasta México, presenciar el asesinato de Trotski y para terminar en una playa de Cuba. Cuando alguien se embarca en la extraordinaria aventura de leer, no podrá parar, se descubren tantos personajes, se despiertan tantas agudezas, se conoce tanta gama de sentimientos humanos que el viaje tiene boleto para siempre.

(*) Lucía Sauma es periodista

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Libre pensamiento

/ 28 de noviembre de 2024 / 06:00

En los tiempos que corren tener pensamiento propio debe ser una de las capacidades más difíciles de desarrollar porque requiere reunir y procesar muchísimo conocimiento, información y análisis, habilidades que las urgencias de la sociedad ultra tecnologizada en la que vivimos, las ha reemplazado por los contenidos que las redes sociales hacen circular y nos los hacen llegar masticados y digeridos.

También nos aseguran que la curiosidad ya es un arte antiguo, aparentemente reemplazada por la inteligencia artificial que supuestamente tiene respuesta para todo. Nos han hecho creer que indagar o peor aún investigar es una pérdida de tiempo, porque, según nos dicen, ahora existe   algo infinitamente superior que lo hará por nosotros, por tanto, lo único que tenemos que hacer es digitar correctamente la pregunta, hacer click y obtener la respuesta.

De esta manera, nuestra capacidad de pensar y difundir lo que razonamos está sometida a lo que se muestra como fuente de conocimiento e información ilimitada, libre e infinita. Por esta afirmación, la vida que es mucho más grande, llena de sorprendentes maravillas queda desperdiciada frente a nuestra pobre ambición de entendimiento, supeditada al designio de un algoritmo que determina quiénes somos, qué queremos y hacia dónde vamos.

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Estas reflexiones siempre me traen a la memoria las palabras de José Luis Sampedro: “sin libertad de pensamiento de nada sirve la libertad de expresión”. En sociedades tan polarizadas como la nuestra esto tiene un mayor valor porque los de un bando todo lo ven desde su punto de vista e invalidan el resto.  El otro bando procede de la misma manera, no hay posibilidad de reflexión, solo aceptan la suscripción a tontas y a ciegas, es una especie de oscurantismo, que pensábamos estaba superado.

Pensar libremente es un reto que precisa de un gran trabajo, de un esfuerzo mayúsculo para informarse correctamente, leer en libros de verdad, hablar con gente de carne y hueso, caminar por las calles de piedra, tierra y cemento reales, con un GPS que sólo es una herramienta y no la brújula a la que se supediten todos nuestros movimientos y pensamientos. Finalmente, como diría mi compañero de vida: “la inteligencia artificial no te puede dar un abrazo”.

Lucía Sauma es periodista

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Desbloqueo

/ 14 de noviembre de 2024 / 06:00

Las noticias a nivel nacional, desde hace mucho tiempo, no son alentadoras: no hay gasolina y cuando hay, falta el diésel. En diferentes centros médicos del país se realizan paros. Varios sectores bloquean, tantos y tan diversos son, que uno termina en gran confusión pensando que es el deporte más practicado y el que tiene como rival a toda la gente que no lo practica. Y si todo esto no es suficiente, hace poco un grupo de asambleístas protagonizaron una vergonzosa sesión de la que nadie puede sentirse orgulloso, tampoco justificar ese indigno comportamiento. Para completar la vorágine, a nivel individual se dan casos de parricidio, infanticidio, feminicidio y otras epidemias sociales que tanto deterioran la colectividad boliviana.

Frente a este panorama uno busca salvar el alma, el espíritu vivo que pueda tener todavía y aunque sea muy lejos de aquí encuentra la venturosa noticia de un griego, Plutarchos Pourliakas, que a los 88 años completó su maratón número 12, el domingo 11 de noviembre. Eso ya es sorprendente, pero el impacto se corona cuando se le escucha decir que la vida se trata de moverse. Es muy estimulante e incentivador escuchar esa invitación al movimiento cuando desde que cumpliste los 60 constantemente te dicen, cada vez más seguido, que ya es tiempo de descansar, que ya no hagas esfuerzos, que tu salud se deteriora con tanto trabajo, que tu mente no es la misma, que tu tiempo ya pasó, etc, etc.

Justo en estos días tan paralizantes en la vida nacional, un atleta octogenario nos recuerda que la vida es movimiento, que no vale la pena quedarse quieto y por el contrario hay que avanzar aunque sea en lo más pequeño, en lo más mínimo, para no sentir que es un día perdido. Indudablemente para saber si hay avance tiene que haber una meta, un objetivo y el intento de alcanzarlo, conocer los pasos que se deben dar y los obstáculos que existen. No hay que pecar de ingenuos y creer que todo el camino es llano, lo importante es salvar las trancas, los huecos que impiden el acercarse a la meta.

Noviembre, el penúltimo mes del año, es también un tiempo para evaluar lo conseguido este 2024, sin importar lo poco o mucho que se pudo lograr hasta aquí, apuremos el paso para lo que teníamos pensado alcanzar a fin de diciembre. Aún hay más de 40 días y esas son muchas horas, muchos minutos y segundos, es decir que todavía hay tiempo para tener aunque sean logros mínimos. Y para terminar reproduzco con total fe la frase completa del griego maratonista que inspira esta columna: “La vida se trata de moverse, y mientras queramos, el viaje no termina”.

Lucía Sauma es periodista.

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A pesar de todo

/ 31 de octubre de 2024 / 06:00

Mientras todas las noticias se concentran en el desquiciamiento político que atormenta al país, otros acontecimientos alarmantes dan cuenta de la dejadez y el abandono en el que se encuentran niños y adolescentes, abandono no sólo de sus familiares sino del Estado que no tiene tiempo ni ganas de establecer políticas de educación y dedicación a la población más joven, ni a la de mediana edad y peor aún a la más vieja, es decir la gente no está en la agenda de quienes detentan el poder, ningún poder, los de a pie no existen para los poderosos.

Poniendo en consideración sólo este mes de octubre los hechos dan cuenta de un hombre de 58 años que violaba y filmaba a la nieta de su pareja para luego comercializar las imágenes en una red de pornografía. La niña fue víctima del violador desde sus tres años, ahora tiene siete. ¡Qué infierno! Mientras los politiqueros sacan las garras para defender sus propios intereses, unos adolescentes de 15 y 17 años filmaban las violaciones que cometían contra sus compañeros de colegio, menores que ellos y luego los amenazaban con mostrar las grabaciones para que no los acusaran. Estos hechos son una muestra de la depravación en la que están creciendo estos adolescentes, seguramente faltos de acompañamiento familiar, de seguimiento en sus consumos de entretenimiento, de lo fácil que es acceder a un celular y desde allí ingresar a imágenes, lecturas, audios impropios para ellos y para cualquiera que tenga la mente sana. Siempre en este convulsionado octubre, mientras el país se mantiene bloqueado, el director de un internado abusó de varias adolescentes de entre 12 y 15 años, la mayoría se calló por temor, por las amenazas o las promesas que a esa edad amedrentan y paralizan.

Podría seguir citando los desastres que ocurren en las escuelas, las calles, los hogares, pero no es necesario porque se vuelve repulsivo, son más que suficientes los 3 ejemplos citados para reflexionar, para llamar la atención de quien lea estas líneas. Ojalá consigamos sobreponernos al pandemónium politiquero y sacar a luz la cordura que pueda quedarnos, dar la importancia que se merece la formación de la gente de a pie de este país, sin importar su edad, ni su condición social porque la gran mayoría estamos padeciendo una enorme crisis de valores, de miopía frente a la realidad, de desamor por la vida. Quizás estas palabras suenan muy pesimistas, alarmistas, no sé, pero sobre todo son un llamado desesperado a la esperanza para que no se vaya, para que permanezca y se manifieste a pesar de todo.

Lucía Sauma es periodista.

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¿Estamos hechos para la paz?

/ 17 de octubre de 2024 / 06:06

Hace un tiempo, la escritora mexicana Elena Poniatowska hacía referencia a que, según el cómputo que realizaron algunos especialistas, a lo largo de la historia, el mundo solo habría pasado 13 días sin guerra. ¡Qué espíritu belicista el que tenemos los moradores de la Tierra! La guerra en Ucrania tras la invasión rusa el 2022 parece no tener fin y ya hay cientos de miles de muertos. Los números son fríos y no dan cuenta del verdadero significado de tantas pérdidas humanas, ni del drama que se da alrededor de cada muerto o herido, ni de las familias desintegradas o la vida truncada de los niños, ni de la infelicidad sembrada en cada casa, en cada pueblo. La otra guerra que invalida la existencia de la razón humana y su supuesto avance es la guerra en Gaza, con los más de 40.000 muertos.  En los últimos 10 meses han sido asesinadas unas 130 personas diariamente en el asediado territorio palestino. Los bombardeos israelíes se ensañaron con la población civil y destrozaron hospitales y escuelas. Las imágenes de dolor desgarran el alma. Luego, la inteligencia israelí, enceguecida y sedienta de sangre, hizo estallar buscapersonas en los bolsillos de militantes de Hezbolá en mercados, calles y otros espacios públicos del Líbano, lo cual provocó muertes y cientos de heridos entre los civiles. En el continente africano, hay guerras internas en Sudán, Etiopía, Nigeria y República Democrática del Congo que mantienen a esa parte del mundo permanentemente convulsionada, con cientos de millones de desplazados, familias desintegradas, niños y jóvenes sin escuela, campos abandonados, hambrunas, en fin, miseria. Este año se han contabilizado 56 conflictos armados que están ocurriendo en este momento en el mundo, nunca había habido tanto espíritu bélico desde la Segunda Guerra Mundial. Parece que no estamos hechos para la paz. Si no, veamos lo que ya es una constante en nuestro país: nos ocupamos de crear conflicto. Sabemos que deberíamos estar concentrados en hacer que mejore la vida de todos; que los niños tengan una educación de calidad; que el sistema de salud funcione y, sin embargo, los parlamentarios dan clases de lucha libre en las calles. Construir lleva tiempo, trabajo, esfuerzo, compromiso, mientras que destruir es más fácil, aunque en su andar deje dolor y miseria.

Lucía Sauma es periodista.

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¿Estamos hechos para la paz?

Lucía Sauma, periodista

/ 17 de octubre de 2024 / 06:00

Hace un tiempo, la escritora mexicana Elena Poniatowska hacía referencia a que, según el cómputo que realizaron algunos especialistas, a lo largo de la historia, el mundo solo habría pasado 13 días sin guerra. ¡Qué espíritu belicista el que tenemos los moradores de la Tierra! La guerra en Ucrania tras la invasión rusa el 2022 parece no tener fin y ya hay cientos de miles de muertos. Los números son fríos y no dan cuenta del verdadero significado de tantas pérdidas humanas, ni del drama que se da alrededor de cada muerto o herido, ni de las familias desintegradas o la vida truncada de los niños, ni de la infelicidad sembrada en cada casa, en cada pueblo.

Lea: ¿Presidente o presidenta?

La otra guerra que invalida la existencia de la razón humana y su supuesto avance es la guerra en Gaza, con los más de 40.000 muertos.  En los últimos 10 meses han sido asesinadas unas 130 personas diariamente en el asediado territorio palestino. Los bombardeos israelíes se ensañaron con la población civil y destrozaron hospitales y escuelas. Las imágenes de dolor desgarran el alma. Luego, la inteligencia israelí, enceguecida y sedienta de sangre, hizo estallar buscapersonas en los bolsillos de militantes de Hezbolá en mercados, calles y otros espacios públicos del Líbano, lo cual provocó muertes y cientos de heridos entre los civiles.

En el continente africano, hay guerras internas en Sudán, Etiopía, Nigeria y República Democrática del Congo que mantienen a esa parte del mundo permanentemente convulsionada, con cientos de millones de desplazados, familias desintegradas, niños y jóvenes sin escuela, campos abandonados, hambrunas, en fin, miseria. Este año se han contabilizado 56 conflictos armados que están ocurriendo en este momento  en el mundo, nunca había habido tanto espíritu bélico desde la Segunda Guerra Mundial.

Parece que no estamos hechos para la paz. Si no, veamos lo que ya es una constante en nuestro país: nos ocupamos de crear conflicto. Sabemos que deberíamos estar concentrados en hacer que mejore la vida de todos; que los niños tengan una educación de calidad; que el sistema de salud funcione y, sin embargo, los parlamentarios dan clases de lucha libre en las calles. Construir lleva tiempo, trabajo, esfuerzo, compromiso, mientras que destruir es más fácil, aunque en su andar deje dolor y miseria.

(*) Lucía Sauma es periodista

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