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Pensamiento político ‘pitita’

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Carlos Moldiz Castillo

Sostuve hace un tiempo que la principal idea que defienden personas como Ayo o Rivera no es la de que el gobierno del MAS sea uno corrupto, autoritario e incompetente, sino la de que en Bolivia deberían mandar los que “saben”. Tal cual es la propuesta del “gobierno de los universitarios” de Ayo. No le reprochan a Evo o Arce ninguno de sus errores en la administración del Estado, sino la procedencia plebeya de sus autoridades. En un país donde la educación de calidad es solo un privilegio de pocos, estos críticos de la realidad boliviana proponen que gobiernen solo aquellos que pueden pagarla. Toda su filosofía puede resumirse como una crítica a la razón popular, que claman que no existe. El prejuicio de que los indios no pueden gobernar.

Pero retrocedamos solo un par de años atrás, cuando estos distinguidos caballeros tuvieron la oportunidad de justificar su derecho al poder. No solo reprodujeron con mayor intensidad todo aquello que criticaban, sino que lo hicieron con los índices de eficacia más bajos imaginables: más de una veintena de escándalos de corrupción de grueso calibre, y una virtual paralización del Estado son su legado, por mucho que sus ministros salieran de las más prestigiosas familias. El gobierno de los universitarios pregonado por Ayo terminó siendo mucho peor que el gobierno de las masas impolutas que no se bañan. Un gobierno dirigido por un gánster tan extravagante como peligroso: el Bolas Murillo es el arquetipo del caudillo jailón. Su límite.

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Aún con un excedente mucho menos abundante que el de los tiempos de Evo, nuevamente un gobierno plebeyo demostró que no solo puede restituir el orden y la democracia en tiempos de vacas flacas, sino que mejor aún que en tiempos de bonanza. A esa paradoja, estos ilustrados amantes de las tertulias arguedianas solo pueden responder atribuyendo esos logros a la suerte, como todo mal perdedor. Nuevamente en ello se reitera su prejuicio por la supuesta blancura del saber, fervorosamente reclamada por un exministro de ojos verdes que no podía por ello ser masista. Nótese la disonancia entre sus ideas y sus acciones. Les sería más rentable reclamarse como conservadores que como liberales. Mancilla al menos tiene más honestidad intelectual cuando apuesta abiertamente por la aristocracia. Le resta disculparse ante la evidencia de los hechos.

Esta incoherencia se repite en todas las dimensiones del pensamiento político “pitita”.

Dicen defender la meritocracia, pero asignan puestos de autoridad a personas solo por su abolengo; se declaraban como los campeones de la libertad cuando denunciaban toda crítica a su gobierno de facto como un acto de sedición, y se aferran a la idea de que defienden la democracia mientras aplauden carnicerías o, peor, las ignoran. Y todo ello, con la mayúscula hipocresía de hablar en nombre de una ciudadanía que insisten que es individual, pero que niegan a todos aquellos que no hayan salido de sus maltrechos colegios. Toda esa impostura moldeada por el terco prejuicio de que los indios son indios nomás y que para ser mejores deben dejar el sindicato y asumirse como individuos, en una individualidad que igual condenan cuando cuestiona su señorial potestad.

Se los debe desenmascarar. Estos supuestos doctores horondos que legitiman su saber solo porque creen ser los únicos que pueden escribir. Son apologistas del fracaso, que se reafirman señalando que todos los demás no son más que escribidores. Una superficial mirada a su prosa, en novela o en pasquín, revela que no son más que aves de rapiña que creen haber triunfado solo por pararse sobre un enemigo que tal vez los vio como demasiado insignificantes para sacudírselos de encima. Tal vez por ello ni el Mallku ni otros se molestaban en responder. No es tan así, sin embargo, porque sus mentiras van un largo trecho, aunque tengan patas cortas. Es necesario acusar la falsedad de sus premisas.

No se les pide que sean correctos, pero sí que sean honestos. Dejen de hablar en nombre de la democracia y admitan que prefieren a los aristogatos; que no creen que todos somos iguales y que no les importa sobornar a una pistola de vez en cuando para probar que tienen la razón, así sea disparando sobre un pueblo desarmado. Vaya demócratas.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo