Siempre sustentables
Karina Sauma
La palabra sustentabilidad proviene del latín sustiniere que significa sostener o sujetar desde abajo. Entendiendo este concepto y su significado, las acciones de los seres humanos y su entorno deberían buscar una conexión con nuestros sentidos: mirar, tocar, oler, degustar, oír; esas señales primarias potenciales de acción son las que deberían activar conductas y promover prácticas amigables con el entorno.
Por medio de estas prácticas amigables definimos la sustentabilidad de una ciudad buscando crear “ciudades prósperas”, lugares donde las personas tienen una calidad de vida amigable con su entorno. La iniciativa ONU-Habitat de las NNUU define una ciudad próspera como aquella donde las personas encuentran satisfacción a sus necesidades básicas, se las provee de los servicios públicos esenciales y encuentran oportunidades para alcanzar sus anhelos y condiciones de bienestar.
Lea también: Dos caminos que traza el cine
La carencia de una política nacional urbana integral y coordinada entre los diferentes niveles de gobierno ha generado una serie de problemas en nuestras ciudades. Entre ellos se destacan las deficiencias en infraestructura, la cobertura desigual de servicios básicos y equipamientos urbanos, la escasez de viviendas adecuadas, la falta de integración en el transporte público, el uso ineficiente de energía y recursos, y la persistente segregación socioespacial. Estos desafíos representan obstáculos significativos para la calidad de vida y la prosperidad de los ciudadanos urbanos. Un aspecto relevante y completamente olvidado es la cantidad de espacios verdes y para recreación necesarios en nuestras “selvas de cemento”.
Según la OMS, el espacio “verde” que una persona necesita en una ciudad para vivir de manera “sustentable” y “próspera” es de al menos 9m2 por habitante, mientras que para la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el valor ideal de área verde es de 16m2 por habitante, cuando en América Latina la proporción es de 3,5m2/habitante. Estos espacios verdes desempeñan un papel esencial en la regulación de la temperatura y la humedad, al mismo tiempo que generan oxígeno y actúan como filtros contra la radiación y los contaminantes. La importancia de la convivencia en lugares con áreas verdes genera una mayor conciencia ambiental, puesto que no solo son destinos ideales para el esparcimiento, sino que su importancia va más allá de su valor intrínseco, que incluye su organización, calidad y nivel de protección. En muchas ocasiones, es su significado simbólico lo que los convierte en lugares verdaderamente apreciados por la comunidad.
En consecuencia, debemos repensar en ciudades siempre sustentables que prioricen el cuidado de sus recursos naturales, con oportunidades inclusivas para quienes habitan en ella, donde entender que la prosperidad no es la jugosa cuenta bancaria sino la calidad de vida amigable con el entorno. Para priorizar estos problemas y promover un desarrollo urbano más sostenible y equitativo, es esencial la implementación de políticas y estrategias integrales y coordinadas entre los diferentes niveles de gobierno para lograr un cambio significativo en nuestras áreas urbanas y mejorar la calidad de vida de sus habitantes, para ser siempre sustentables.
(*) Karina Sauma es directora de Comunicación de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN)