Voces

Monday 2 Oct 2023 | Actualizado a 18:02 PM

Por qué volvemos a tropezar con la misma piedra

Para mejorar la atención a la gente es importante resolver el problema de adentro para afuera

Pablo Rossell Arce

/ 18 de septiembre de 2023 / 08:33

Los humanos y las humanas somos, dicen, la única especie en la Tierra que tropieza dos veces con la misma piedra. Seguramente Ud. se ha observado comiendo ese último bocado que sabe que le va a caer pesado, esa última copa que sabe que le va a caer mal, le ha dado una “última oportunidad” a esa pareja tóxica que sabe que le va a decepcionar… de nuevo. En resumen, una y otra vez comprobamos que mujeres y hombres no hacemos lo que sabemos. ¿Por qué?

Básicamente, porque tenemos paradigmas mentales. La “fuerza de la costumbre”; recuerdos asociados a emociones que en algún momento tuvieron algún sentido para nosotros y que vanamente tratamos de reproducir en un tiempo y en un espacio que ya no es el mismo. De hecho es probable que el recuerdo que tengamos no nos conduzca a un pasado funcional a lo que aspiramos ser, incluso es probable que el recuerdo que tengamos nos conduzca a una personalidad que queríamos tener para que alguien nos aprecie y nos acepte. ¿Les suena conocido «no me desprecies este traguito”?

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En resumen, los humanos y las humanas no hacemos lo que “sabemos”, sino hacemos lo que “tiene sentido” para nosotros.

Eso, en cuanto a los paradigmas individuales —o, para el caso, en cuanto a la consciencia individual—. ¿Qué pasa con los paradigmas colectivos? ¿O la consciencia colectiva? Es la cultura. La cultura colectiva tiene que ver con una forma de ser que queremos asumir. Por ejemplo, los hinchas de cierto equipo de fútbol sienten que están en el mejor equipo del país y que es el más grande y no les afecta para nada lo que los demás digan. Los hinchas de cierto otro equipo de fútbol están acostumbrados a ganar sufriendo y cuando pierden, sufren también; para ellos, el empuje y la bravura es más importante que la pericia.

Y los hinchas de cierta selección están acostumbrados a protestar cada eliminatoria por la ausencia de renovación en el fútbol, la ausencia de divisiones inferiores, por lo sobrepagados que están los jugadores en relación a su rendimiento, por la falta de actitud de los jugadores de “su” selección, etc. De alguna manera, su cultura refleja su preferencia por apoyar eternamente a —y decepcionarse eternamente de— un seleccionado nacional perdedor. Y cuando un grupo de compatriotas decide hacer barra por una selección contraria —una selección ganadora, digamos, de la última copa mundial—, el primer grupo de hinchas —los del equipo perdedor—, lógicamente se indignan. Este tipo de consciencia colectiva, la cultura, es el motivo por el cual un preadolescente que es de lo más tranquilo en el entorno familiar, se convierta en un energúmeno de florido vocabulario ni bien se sienta en una butaca del Siles.

Representamos un rol, pues. Estamos acostumbrados a comportarnos de una manera en un entorno y con cierto grupo social y de otra manera distinta en otro entorno y con otro grupo social. Hacemos que nuestra indumentaria, nuestra postura corporal, nuestro tono de voz y lo que pensamos y decimos se acomode al grupo social en el cual contingentemente participamos en un momento u otro. Es por eso que una señora que probablemente no les niegue nada a sus hijos y no repare en esfuerzos en su casa, en cuanto cruza la puerta de su oficina (pública) decida que el trámite de la otra mujer —la que está al otro lado de la ventanilla— bien puede esperar un día más. El tema es la cultura de esa oficina.

Por otro lado, estamos acostumbrados también a pensar colectivamente —o a tener la consciencia colectiva— de que en el sector público la atención es mejor —o mucho mejor. Y en ciertos lugares eso es verdad, pero en varios otros no lo es. Está el caso de la señora de pollera que se acerca a la ventanilla de una entidad financiera X con la intención de depositar Bs 2.000 y recibe una ametralladora de preguntas del cajero que le cuestiona de dónde viene ese dinero, que haga su declaración y cuál es el destino de esa plata y por qué la tiene, y otra serie de preguntas que ese mismo cajero no le haría a un cliente de tez blanca, por ejemplo.

O el caso de esa entidad privada que tiene los mismos ejecutivos y directivos que hace 20 años y que son completamente insensibles a que la experiencia de usuario de la última app de su empresa es completamente disfuncional, porque obliga a sus clientes a hacer una llamada extra al call center para un trámite que se resolvería con una interfaz más sofisticada.

Para mejorar la atención a la gente, es importante resolver el problema de adentro para afuera, modificando la cultura, el “sentido” común, las cosas que tienen sentido para la gente y todo lo que tiene que ver con la identidad colectiva. Las políticas, normas, procedimientos e instructivos son una guía para decidir qué hacer en una u otra situación. Pero no es posible normar la atención con calidad y calidez y con un espíritu de servicio de acuerdo con la normativa, porque el espíritu no entra en la norma. El espíritu es lo que hacemos y demostramos con nuestro ejemplo en el día a día.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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Ideas que pueden transformar el mundo

Activistas y pensadoras en todo el mundo están imaginando ciudades hechas para humanos y no para automóviles

Pablo Rossell Arce

/ 2 de octubre de 2023 / 08:41

Si nos ponemos a pensar seriamente, todo lo que la humanidad necesitó para cruzar los mares y para que “descubriesen” América en 1492 estaba ya en nuestro planeta desde antes de que el hecho ocurriese.

Por ejemplo, a inicios del siglo XV, casi 90 años antes de que Colón llegase al Caribe, el almirante chino Zheng He estaba visitando África en una nave que era 11 veces más larga que la Santa María de Colón. Los chinos no visitaron América, simplemente porque no tenían la idea en la cabeza, estaban priorizando la exploración de los recursos de África.

Todo lo que era necesario para el internet de alta o de no muy buena velocidad que disfrutamos hoy en día, estaba ya presente desde muchos siglos antes. Los materiales con los que hicieron los más avanzados satélites salieron de la misma tierra que hoy pisamos; las máquinas que fabricaron esos materiales fueron, a su vez, fabricadas con máquinas y con materiales que estaban ya presentes desde hace miles de años.

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El mecanismo de Anticitera se conoce, en este momento, como la primera computadora del mundo. Fue encontrado en un naufragio que databa de la época romana en la isla de Anticitera en 1901. Fue manufacturado entre el 70 y el 200 a. C. Solo fue posible rescatar un tercio del aparato, debido a su avanzado estado de deterioro. Un reportaje de National Geographic nos cuenta que el propósito del aparato era el de predecir eclipses y otros eventos astronómicos. Su mecanismo recreaba una especie de planetario.

Este artefacto lleva, cronológicamente, siglos más adelante a la antigua Grecia, en términos de desarrollo tecnológico. Dicho de otro modo, Galileo Galilei fue condenado por la inquisición por descubrir, básicamente, lo mismo que ya sabían los griegos antiguos.

En cualquier tiempo y lugar existe el potencial de contar prácticamente con cualquier cosa. Dicho de otro modo, en la antigua Grecia hubo el potencial de contar con una computadora de astronomía y ese potencial se materializó.

Alguien tuvo en su mente esa idea, la de un artefacto que calcule el movimiento de los astros y llegó a materializarla. Si la pudo sostener en su mente, la pudo tener en su mano.

En conclusión, no es la falta de aquél o éste material lo que marca la materialización de los avances en el ingenio humano, sino la acumulación de conocimiento —o, en términos más amplios—, el nivel de consciencia.

Los avances en materia científica y tecnológica son hoy tan impresionantes que podríamos decir que existe el potencial de resolver prácticamente cualquier problema material de la humanidad.

La biotecnología y los avances en sistemas de riego permiten producir alimentos casi en cualquier condición; el mundo —de acuerdo con Eric Holt-Giménez, Annie Shattuck, Miguel A. Altieri y Hans Herren— produce alimentos suficientes para 10.000 millones de personas, y contamos con una población de 8.000 millones.

Los países avanzados están replanteando su mirada sobre la energía nuclear porque perciben que las renovables no van a resolver el problema de la demanda creciente de energía que se prevé para los próximos años.

Activistas y pensadoras en todo el mundo están imaginando ciudades hechas para humanos y no para automóviles, priorizando vías peatonales, transporte urbano masivo y uso más intensivo de la bicicleta.

Ya existe tecnología para extraer agua del aire, de manera que la provisión de este vital elemento está —podríamos decir— garantizada indefinidamente.

La inteligencia artificial y los avances en la robotización tienen el potencial de hacer redundante el trabajo humano. Y este es uno de los puntos más importantes de reflexión.

En síntesis, este es un momento en el que podemos replantearnos todas las prioridades humanas y podemos tener soluciones globales al alcance de la mano. Es pertinente, entonces, cuestionar si los paradigmas sobre los que construimos nuestras sociedades necesitarán una actualización trascendental.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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Cambiando el mundo un(a) boliviano(a) a la vez

Al ser deportistas amateurs es doblemente destacable la dedicación que estas campeonas y campeones le ponen a la actividad que les apasiona

Pablo Rossell Arce

/ 4 de septiembre de 2023 / 08:16

Mientras el fútbol boliviano pasa de las malas noticias a las peores, bolivianas y bolivianos destacados han llenado el calendario deportivo de agosto con un triunfo tras otro. Giselle Mollinedo logró el oro en categoría seniors en tiro con arco en la ciudad de Buenos Aires; Sol Sandóval logró la medalla de plata en la categoría 16-17 años en el Panamericano de Karate en Santiago de Chile; en el mismo evento, Leonardo Vargas subió al podio en la categoría 12-13 años y ganó el bronce. Luis Monroy trajo el oro en tiro con arco desde Río de Janeiro. Y hay más: el club Fénix de Quillacollo ganó plata en la disciplina de patinaje en el Open de Santiago de Chile y Wara Huanacuni ganó cinco medallas en el Panamericano de Wushu.

Para sellar agosto con broche de oro, Héctor Garibay nos trajo la medalla de oro en maratón, desde la ciudad de México. La historia de Garibay es relativamente conocida; un destacado deportista que ya tiene marcas internacionales y que trabaja de taxista porque su principal pasión no es rentable en nuestro país. A favor de la Gobernación de Oruro, hay que reconocer que apoyó al atleta antes de que sea famoso.

Junto con Garibay es de destacar la historia de superación de su entrenadora Nemia Coca, una extraordinaria mujer que compitió representando a Bolivia en Estados Unidos, Puerto Rico, en la carrera de San Silvestre en Brasil y que aún ostenta la mejor marca de la media maratón del oriente, imbatible desde la década de 1980.

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Volviendo a Garibay; como es natural, al ser un compatriota boliviano el que hizo noticia a nivel internacional, todos los bolivianos y bolivianas quisimos sentirnos parte de esa victoria y —por qué no— muchos aprovecharon para posar en la foto con el campeón, dejando un tufillo a oportunismo que no se les sintió con otros deportistas menos mediáticos.

Encuentro algunos elementos comunes en las historias de superación de nuestras y nuestros compatriotas que triunfaron en torneos internacionales: por ejemplo, el hecho de que se trata de deportes individuales y que son todos deportistas amateurs.

Al tratarse de deportes individuales uno piensa, por ejemplo, que el costo del auspicio se hace más bancable —pagar un pasaje a México sale más económico que pagar 10—. Pero el hecho también indica que se trata de gente con un desarrollo de la entereza de carácter, una determinación a prueba de cualquier adversidad y la fijación mental con una meta. La competición individual también implica que cada atleta reciba una dosis personalizada de atención por parte de su entrenador/a.

Pero si hay tantas bolivianas y bolivianos que destacan como deportistas en disciplinas de competencia individual, siempre queda la duda de por qué eso no se proyecta a los deportes de equipo.

Por otro lado, al ser deportistas amateurs es doblemente destacable la dedicación que estas campeonas y campeones le ponen a la actividad que les apasiona, pues nuestro país no se caracteriza por contar ni con estructura ni con infraestructura de nivel internacional.

El hecho de que no tengamos decenas y decenas de deportistas profesionales —a pesar de que la materia prima abunda— nos señala que hay temas de gestión pública —pero también privada— que hay que encarar para aprovechar la ventaja que podríamos tener.

Amateur —cuya etimología proviene del francés y significa “amador”— dice mucho acerca de la motivación que inspira a tantos talentos que representan a nuestro país tan dignamente. Para ellas y ellos va mi homenaje desde estas páginas.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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Las puertas abiertas del mundo digital

Hay mucho por hacer en materia de la obligatoria educación financiera que los reguladores exigen a los bancos

/ 7 de agosto de 2023 / 01:21

La tendencia al traslado de nuestra vida cotidiana al espacio digital era ya una tendencia antes de la pandemia; actualmente podemos hacer pedidos de comida, pagar compras desde el exterior por internet, gestionar cuentas bancarias y cuentas de inversión en línea, ver cámaras de seguridad de empresas y domicilios remotamente, pasar clases en plataformas de aprendizaje de las más prestigiosas universidades del mundo, y decenas de otras actividades más, gracias al Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés).

Reconozcamos, entonces, que la digitalización de los servicios que usamos en nuestra vida cotidiana nos ha facilitado enormemente la vida, podemos asistir a reuniones virtuales de trabajo gracias a las plataformas creadas para tal fin, contamos ya con firmas digitales para ciertos trámites públicos y firmas electrónicas para muchos procesos organizacionales; los correos electrónicos son, en muchos ámbitos, tan válidos como una nota firmada. Podemos prescindir de llamar un radiotaxi porque contamos con apps de transporte urbano, que nos permiten hacer seguimiento casi al minuto de los tiempos de llegada; pagar el trámite de nuestro carnet de identidad por QR, decidir comer en uno u otro restaurante de acuerdo con la calificación y a las reseñas que hacen otras comensales en las apps especializadas e, incluso, esas mismas apps nos indican con bastante precisión el lugar exacto donde ir e incluso cómo llegar.

Transferimos dineros desde nuestro celular, usando la conexión a nuestro banco y usando esa misma cuenta pagamos nuestras facturas de servicios básicos sin hacer las colas de antaño; nuestro certificado de antecedentes de la Policía es digital ahora y hasta las entradas para los shows y conciertos se venden por internet.

Dicho lo cual, desde el momento que nos conectamos al internet, abrir las puertas de nuestra casa; activistas en favor del derecho a la privacidad nos han advertido en decenas de oportunidades distintas de los riesgos de entregar nuestra información a las redes sociales, que esa información deja de pertenecernos e incluso que lo que borramos en las redes sociales se queda en los servidores de las empresas propietarias de las RRSS por tiempo indeterminado y que usan absolutamente toda la información que captan de nosotros —incluso el rastreo de los lugares donde vamos— para hacer publicidad personalizada.

En el ámbito político, cada opinión que emitimos, cada noticia que leemos y cada comentario que hacemos es un punto de información que va construyendo una matriz de conocimiento, una especie de holograma de nuestra ideología, que permite a las empresas de RRSS y a cualquier cliente que tenga el dinero suficiente para pagar, tener una buena idea acerca de nuestros gustos y disgustos políticos y el grado al cual somos susceptibles de cambiar de opinión en función de qué disparadores de “indignación política” tenemos en nuestra emocionalidad. En nuestro país, todavía no tenemos legislación que decida qué hacen las empresas comerciales con nuestros datos que son captados cuando compramos servicios en línea. ¿A quién pertenecen esos datos?

Un tema aparte es el uso de las aplicaciones por internet para toda la gama de transacciones bancarias que realizamos. Convengamos en que mucha gente considera hacer cola en el banco como la cosa más aburrida e improductiva que les puede pasar. Aún con pasos tímidos pero decididos, la banca en nuestro país está haciendo esfuerzos por mejorar la experiencia de las usuarias y usuarios y expandiendo sus plataformas de internet para facilitarles la vida. Pero de nuevo, la manera en la que nos abrimos a las redes sociales, al comercio por internet, al simple correo electrónico o a las apps de delivery o transporte urbano implican una serie de riesgos, que debemos mitigar con la misma diligencia con la que cerramos la puerta de nuestras casas con llave cuando salimos a trabajar, o con el mismo cuidado con que escogemos la persona que se queda temporalmente a cargo de nuestras hijas menores y, definitivamente, cuando se trata de nuestras cuentas digitales de dinero, con mucha más atención a la que le ponemos a la pequeña discusión de regateo con la casera del mercado.

El hecho de que las interacciones digitales están intermediadas por una pantalla, no implica que algún internauta malintencionado no conozca nada de usted. De hecho, mientras más información, fotos, opiniones y tags publiquemos en las redes sociales, más transparente será nuestra información. En esta época en la que los dólares se han vuelto más preciados, mucha gente ha caído en estafas de personajes malintencionados que han suplantado la identidad de amigos cercanos de las redes sociales, simulando conocer a alguien que vendería la divisa a “un buen precio”. La novedad es la capacidad y paciencia de los estafadores para hacer ingeniería social en las redes y crear todo un circuito de simulación de gente de confianza para quedarse con el dinero ajeno. No es suficiente con decirle a la gente que “se cuide”. Hay mucho por hacer en materia de la obligatoria educación financiera que los reguladores exigen a los bancos. Las mismas herramientas que hoy hacen tan fácil y entretenido aprender a hacer un flan casero en tres minutos o menos, son las que se deben utilizar para informar y asesorar a la gente para que proteja su dinero de las nuevas modalidades de estafa digital. No es una opción, es una obligación.

Pablo Rossell Arce Pablo Rossell Arce es economista.

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La prolongación del lugar de trabajo

El paso del tiempo nos da la opción de ir evaluando paulatinamente cómo funciona cada esquema

Pablo Rossell Arce

/ 24 de julio de 2023 / 08:00

La pandemia trastocó el lugar de trabajo para quienes trabajan en escritorios, así como para estudiantes de todos los niveles. Los hogares hicieron esfuerzos para contar con más y mejor internet con el fin de contar con las herramientas necesarias para cumplir los compromisos laborales y estudiantiles.

En un principio, fue todo un reto para profesores y profesoras adaptarse a la modalidad de dar clases mirando a una cámara. Lo bueno de eso es que surgieron varias estrellas, profesores y profesoras con una vocación enorme que hicieron esfuerzos destacables por apoyar al alumnado y alimentaron canales de redes sociales con contenidos didácticos y útiles.

Como el ingenio humano no tiene límites, muchas entidades educativas reforzaron las metodologías de educación virtual que ya estaban presentes antes de la pandemia y desarrollaron técnicas y modelos más sofisticados. No es lo mismo dar una clase frente a un pizarrón presencialmente que vía video. El lenguaje, el ritmo y los materiales de apoyo funcionan de una manera totalmente distinta en la virtualidad.

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Para empleados y empleadas que trabajaron desde sus casas, los retos se multiplicaron debido a que los límites físicos entre la vida profesional y la vida familiar se esfumaron y con ellos, la línea entre la atención a lo doméstico y a lo profesional se hizo más difusa.

Esta difusión de roles dio pie a que la vida familiar transcurra durante la vida profesional y viceversa. Como resultado, reuniones que en modo presencial terminaban a las 7 u 8 de la noche en la oficina, ahora pueden prolongarse hasta las 9 ó 10 de la noche, pues en el mundo virtual todos estamos a una videollamada de distancia, gracias al avance de las plataformas de reuniones virtuales.

Para empleadores y empleadoras, cuya centenaria seguridad de que la gente está trabajando mientras está sentada en su escritorio, la ausencia física de los subordinados plantea una serie de temas de control. En efecto, muy pocas organizaciones se han planteado entregables de empleados y empleadas por plazo, incluso si tienen gestión por objetivos. La costumbre dicta que mientras la gente está en la oficina está trabajando a plena capacidad, incluso si los plazos de entrega se incumplen.

Con el tiempo, la mayoría de las organizaciones han regresado al trabajo presencial pleno y las que no, se han quedado en un esquema híbrido. Es acá donde todavía no se han masificado las nuevas modalidades de gestión para las nuevas modalidades de trabajo.

No hay receta, pues las noticias de países más avanzados indican que actualmente sigue la disputa entre empleadoras y trabajadores para definir los términos del balance entre virtualidad y presencialidad.

Pero se están explorando alternativas; Holger Reisinger, Paul Sephton, y Dane Fetterer (https://shorturl.at/jvHLX) señalan algunos aspectos relevantes para incluir en un esquema de gestión del trabajo híbrido:

— La flexibilidad es prioritaria para trabajadoras y trabajadores, y puede incluso ser más importante que el nivel salarial.

— Mayores niveles de flexibilidad implican la toma de decisiones acerca de las inversiones realizadas en infraestructura (Bolivia: control del trabajo).

— Los y las trabajadoras buscan hábitos, estructura y predictibilidad; incluso en esquemas híbridos, se las ingenian para tener un escritorio casero cómodo y funcional. El ambiente frío de una oficina —en el que además se debe compartir espacios— puede no ofrecer la misma comodidad.

— Los autores recomiendan los siguientes pasos para el momento que vivimos:

a) Crear espacios híbridos que consideren prioritariamente el trabajo virtual.

b) Equilibrar el sentido de pertenencia en el espacio virtual.

c) Dar más márgenes de decisión a empleadas y empleados para decidir el balance de tiempo de la nueva modalidad de trabajo.

Los retos del trabajo híbrido tienen mucho que ver con los niveles de control por parte de empleadores y empleadoras y con un eventual incremento de la productividad que resultaría del trabajo virtual, especialmente en tareas que requieren más concentración y son más de tipo individual.

El paso del tiempo nos da la opción de ir evaluando paulatinamente cómo funciona cada esquema. Es evidente que el momento es propicio para re-discutir el verdadero valor de las “horas asiento”, pero también es verdad que el trabajo se hace desde la casa, pero la carrera se hace en la oficina.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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Economía de creadores

En Bolivia, tenemos creadoras y creadores de contenido con alcances significativos en redes sociales

Pablo Rossell Arce

/ 10 de julio de 2023 / 07:21

Prácticamente toda la economía que depende del esfuerzo intelectual es una economía de contenidos, desde los primeros registros de mercantilización de, por ejemplo, el arte —con mecenas pagando a pintores, escultores y músicos por su trabajo—, pasando por el momento que el libro se convirtió en mercancía y la creación del periódico, luego con la llegada de la radio, posteriormente el cine y la televisión, hasta el actual momento en que las diferentes plataformas digitales basadas en internet, que es un foro universal para entretenimiento, información, educación, análisis hiper-especializado y decenas de actividades más.

De hecho, escribí esta columna inspirado en un creador de contenidos que analizaba su propio sector y busqué más información en las redes de otros creadores de contenidos para complementar la información y el análisis.

Una serie de cambios culturales y demográficos han dado paso a todo un esquema económico de creación de contenidos; de acuerdo al canal de YouTube How Money Works, actualmente la población joven que está ingresando al mercado de trabajo no se engancha en la formación de una familia muy pronto, ven mucha menos televisión y gastan más en consumo cotidiano que las generaciones anteriores. La manera en que las marcas están llegando a este y otros segmentos poblacionales de más edad es mediante las redes sociales. Las grandes ventajas de esta aproximación incluyen el bajo costo —en relación a los medios tradicionales— y la segmentación, prácticamente individualizada de los anuncios.

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El marketeo de productos a través de influencers es incluso más eficaz, pues la gente se aproxima a sus canales por afinidades personales e individuales que, con el tiempo, se traducen en relaciones más personales. Por ejemplo, una usuaria puede incluso interactuar con su influencer haciéndole preguntas directamente sobre cualquier problema de su especialidad en cualquier red en la que el influencer tenga una transmisión en vivo abierta a consultas y comentarios. De esa manera, un producto promocionado por tal influencer tiene a priori un nivel mucho más alto de credibilidad.

Otro creador de contenidos (@taramona, de TikTok), nos dice que las dos primeras fases de este tipo de economía son: 1) la creación de una base de seguidores y la consecuente monetización por las visualizaciones masivas de los videos en cualquier plataforma dada; luego viene la fase 2) de campañas publicitarias, que son otra veta de ingresos. La fase 3) consiste en comercializar productos o servicios con la marca de la influencer; esto puede ir desde cursos y coaching hasta ropa y cosméticos. De acuerdo con @taramona, la fase 4) —a la cual ningún creador ha llegado— es la creación de una criptomoneda propia para quienes tienen un abanico de productos suficientemente grande bajo su propia marca.

La economía de creadores digitales es otra rama de la muy difusa economía digital, que ha generado toda una gama de nuevos oficios que paulatinamente se han vuelto cada vez más rentables.

Hace pocos años, los creadores de contenidos generaban videos muy cortos, realizados con recursos domésticos y en el tiempo libre de las influencers. Hoy en día, los videos exhiben una producción más sofisticada, con más recursos y son el oficio de tiempo completo de los influencers.

En Bolivia, tenemos un conjunto de creadoras y creadores de contenido con alcances significativos en redes sociales, cada uno con una base de más de un millón de seguidores. En primer lugar está la tiktoker Albertina, le siguen varios otros famosos y famosas, entre quienes se encuentran modelos, gamers/jugadores de juegos en línea y comediantes e influencers que promocionan lugares turísticos del país, entre otros.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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