Las falsas ‘juramenteras’
Anidan en restaurantes alejados del centro de la ciudad, ocasionalmente aparecen en un café céntrico por algunos minutos, casi nunca se sientan a compartir, solo a recibir instrucciones y desaparecen. Son parte estructural del andamiaje de los juzgados y su envilecimiento desde inicios de la República. Si indagamos en la historia del colonialismo, seguramente encontraremos sus antecedentes y otras prácticas malévolas que arrastramos hasta hoy.
En cercanías del Cementerio General de La Paz, entre los recovecos de las callejuelas sin urbanizar, se encontraba un célebre restaurante criollo: La torre de oro. Tenía tres pisos y estaba situado en una calle sin salida, allí estacionaban lujosas vagonetas pertenecientes a jueces y a la multiforme clientela con diversos intereses, aparte de la manduca estratosférica que era su atractivo, condimentada con música interpretada por unos lata’pusiris jubilados que se hacían llamar “Los pichones”, resaltaba la estampa de las falsas “juramenteras”, merodeando de mesa en mesa. Todo era perfecto, música, chicha de Punata, chuflay de San Pedro y la aparición, en las primeras horas de la tarde, de doña Zenobia, la dueña, que preguntaba a los comensales, desde el primer patio: ¿Esta rico? Y el coro de gente satisfecha respondía al unísono: ¡Siiii! Entonces ella, con una sonrisa y mirada picaresca volvía a ingresar a su cocina desde donde alzaban vuelo chicharrones, picantes surtidos, conejos estirados, chairos en plato de barro y otras delicias, acompañadas de cerveza y Salvietti.
La tarde se convertía en una fiesta para unos: habían ganado el juicio; en mesas de negociación para otros y taller de actuación teatral para las nuevas reclutadas. Las “falsas” debían aprenderse la narrativa jurídica de memoria, lugares, nombres, direcciones, jurar ante la Biblia sobre cualquier delito para sacar del pozo al cliente. Estelionato, herencia, injurias y menoscabo a la dignidad, entre una larga serie de especialidades para abogados penalistas, de familia, tributarios, civiles, constitucionalistas, internacionalistas, laboralistas, agraristas, de seguridad social, mineros y de hidrocarburos, y ahora con el nuevo currículo: derecho informático, autonómico, ecológico, derecho de naciones originarias y entre ellos el derecho ecológico y de medio ambiente que no se aplica, ante la pasividad de un Estado que mira cómo se explota el oro en los ríos amazónicos y se lo saca de contrabando por Brasil y el Perú ante la adormilada y cómplice Armada boliviana.
Entre los delitos más comunes, aparte de los robos, violaciones, asesinatos, los de corrupción son los más sancionados a partir de la Ley 004, que son: prevaricato, cohecho, malversación, exacción, concusión y encubrimiento, nepotismo, retardación de justicia, omisión de deberes públicos, tráfico de influencias. Casi todos cometidos contra el Estado y por funcionarios públicos, autoridades designadas y elegidas, en complicidad con empresarios corruptores, delincuentes de frac, policías, políticos y delincuentes hábiles que conocen los vericuetos burocráticos dominados por tinterillos y que rarísima vez cumplen una condena.
Que sepamos, no existen normas que impidan que estas señoras y señoritas que “trabajan” y son parte del tejido delincuencial, sean consideradas infractoras de la ley y sometidas a juicio. Nos llama la atención que un porcentaje mayor sean mujeres y no varones; un amigo abogado me aclaró el asunto, no sin antes advertirme que no tiene prejuicios patriarcales sobre el tema, pero nos aseguró que ellas tienen más talento para mentir y mejor memoria que los varones.
La población boliviana sabe que, aunque haya una remoción de autoridades judiciales, nada cambiará, la estructura quedará incólume porque no se tocará el viejo y depravado andamiaje que sobrevivió a todos los gobiernos que nunca pusieron interés en transformar la Justicia. Es una misión que afectará muchos intereses en un Estado que está desacreditado por el narcotráfico y no existe un resquicio de la vida social y política en la que el manoseo de las leyes esté libre de intereses mezquinos, llegando a contaminar el fútbol profesional y amateur, los concursos artísticos y la Iglesia.
Las disputas internas en el Legislativo develan la poca relevancia que tiene el tema para los legisladores del oficialismo y las oposiciones, para ellos es más relevante reacomodar sus militantes y generar condiciones óptimas para las anticipadas elecciones. Mientras tanto, los juzgados continuarán prohijando estos eslabones retorcidos que nos hunden más en la anomia.
Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.