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Ideas que pueden transformar el mundo

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Pablo Rossell Arce

Si nos ponemos a pensar seriamente, todo lo que la humanidad necesitó para cruzar los mares y para que “descubriesen” América en 1492 estaba ya en nuestro planeta desde antes de que el hecho ocurriese.

Por ejemplo, a inicios del siglo XV, casi 90 años antes de que Colón llegase al Caribe, el almirante chino Zheng He estaba visitando África en una nave que era 11 veces más larga que la Santa María de Colón. Los chinos no visitaron América, simplemente porque no tenían la idea en la cabeza, estaban priorizando la exploración de los recursos de África.

Todo lo que era necesario para el internet de alta o de no muy buena velocidad que disfrutamos hoy en día, estaba ya presente desde muchos siglos antes. Los materiales con los que hicieron los más avanzados satélites salieron de la misma tierra que hoy pisamos; las máquinas que fabricaron esos materiales fueron, a su vez, fabricadas con máquinas y con materiales que estaban ya presentes desde hace miles de años.

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El mecanismo de Anticitera se conoce, en este momento, como la primera computadora del mundo. Fue encontrado en un naufragio que databa de la época romana en la isla de Anticitera en 1901. Fue manufacturado entre el 70 y el 200 a. C. Solo fue posible rescatar un tercio del aparato, debido a su avanzado estado de deterioro. Un reportaje de National Geographic nos cuenta que el propósito del aparato era el de predecir eclipses y otros eventos astronómicos. Su mecanismo recreaba una especie de planetario.

Este artefacto lleva, cronológicamente, siglos más adelante a la antigua Grecia, en términos de desarrollo tecnológico. Dicho de otro modo, Galileo Galilei fue condenado por la inquisición por descubrir, básicamente, lo mismo que ya sabían los griegos antiguos.

En cualquier tiempo y lugar existe el potencial de contar prácticamente con cualquier cosa. Dicho de otro modo, en la antigua Grecia hubo el potencial de contar con una computadora de astronomía y ese potencial se materializó.

Alguien tuvo en su mente esa idea, la de un artefacto que calcule el movimiento de los astros y llegó a materializarla. Si la pudo sostener en su mente, la pudo tener en su mano.

En conclusión, no es la falta de aquél o éste material lo que marca la materialización de los avances en el ingenio humano, sino la acumulación de conocimiento —o, en términos más amplios—, el nivel de consciencia.

Los avances en materia científica y tecnológica son hoy tan impresionantes que podríamos decir que existe el potencial de resolver prácticamente cualquier problema material de la humanidad.

La biotecnología y los avances en sistemas de riego permiten producir alimentos casi en cualquier condición; el mundo —de acuerdo con Eric Holt-Giménez, Annie Shattuck, Miguel A. Altieri y Hans Herren— produce alimentos suficientes para 10.000 millones de personas, y contamos con una población de 8.000 millones.

Los países avanzados están replanteando su mirada sobre la energía nuclear porque perciben que las renovables no van a resolver el problema de la demanda creciente de energía que se prevé para los próximos años.

Activistas y pensadoras en todo el mundo están imaginando ciudades hechas para humanos y no para automóviles, priorizando vías peatonales, transporte urbano masivo y uso más intensivo de la bicicleta.

Ya existe tecnología para extraer agua del aire, de manera que la provisión de este vital elemento está —podríamos decir— garantizada indefinidamente.

La inteligencia artificial y los avances en la robotización tienen el potencial de hacer redundante el trabajo humano. Y este es uno de los puntos más importantes de reflexión.

En síntesis, este es un momento en el que podemos replantearnos todas las prioridades humanas y podemos tener soluciones globales al alcance de la mano. Es pertinente, entonces, cuestionar si los paradigmas sobre los que construimos nuestras sociedades necesitarán una actualización trascendental.

(*) Pablo Rossell Arce es economista