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Guatemala y la marcha indígena en Bolivia

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Alejandro Colanzi

Lupe Cajías, muy querida amiga, escribió en la prensa Brisas frescas para Guatemala, mostrando similitudes con nuestra Bolivia. Me hizo pensar no solo en ello, sino también en inspiraciones e incidencias. Por casualidad conocí (1985) a unos jóvenes guatemaltecos en un curso del Ilanud (Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente), en San José de Costa Rica. Ellos, disciplinadamente me enviaban un boletín con las noticias del movimiento campesino y sus luchas rompiendo esquemas, que, a diferencia de cierta clase política boliviana que invisibilizaba la realidad para imponer tan solo una lectura de contradicción entre obreros e industriales, ellos lecturaban y visualizaban su realidad rompiendo los esquemas y prejuicios tradicionales del marxismo, al reconocer al campesino —e indígena— y darle su lugar en la historia. En tanto, en Bolivia ya surgía el cuestionamiento a esa visión tradicional y avanzábamos hacia una autocrítica y se pergeñaba la “bolivianización del marxismo”.

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En 1989, mientras encabezaba la materialización de una estrategia (elaborada en Venezuela mientras realizaba mi maestría) para denunciar un genocidio en la policial Granja de Espejos, conocí a monseñor Tito Solari, quien me planteó la necesidad de una propuesta para abordar los 500 años de presencia europea en nuestra América. Inspirándome en el movimiento campesino guatemalteco, elaboré un plan que consistía básicamente en una gran marcha hacia La Paz, desde distintos lugares, por los derechos indígenas. Había aprendido siendo presidente de la Asamblea de Derechos Humanos de Santa Cruz, que los mejores defensores de sus derechos son aquellos que sienten conculcados los mismos.

Complacido monseñor Solari con nuestra estrategia, la presentó a la Conferencia Episcopal, la que fue rechazada argumentando que “fragmentaría al país” (lo mismo sostendría Goni para borrar de la CPE el término “gobiernos departamentales”, a vista y paciencia de moros y cristianos). Y, pese al rechazo, monseñor Solari me pidió autorización para entregarla al entonces máximo dirigente de la Cidob, Marcial Fabricano, quien la aceptó y simplificó, por términos económicos y de logística, a una sola columna marchista, dándose así, en 1990, la histórica Gran Marcha.

Esta información sirvió de argumento para oponernos a la generalización de que los abogados somos como los guineos (no hay uno recto), que esgrimía el entonces presidente en presencia de los veedores internacionales, los jerarcas de las iglesias (incluido monseñor Solari), los prefectos, la directiva de los gobiernos municipales y la representación parlamentaria. También la compartimos en Trinidad, en el decimoctavo aniversario de la Gran Marcha, en presencia del expresidente Jaime Paz Zamora, a quien se le arrancó las primeras disposiciones legales en favor del movimiento indígena; y fue el inicio de muchas marchas reivindicativas cuyas conquistas ahora se han constitucionalizado (2009).

(*) Alejandro Colanzi es criminólogo y nonno de Valentina