¿Cómo aprendemos algo nuevo, algo que aún no sabemos? Una forma, por supuesto, es a través de la experiencia. Por eso los jóvenes parten y viajan. Otra es gracias a otra persona, que podría haber viajado por nosotros. Lo que han aprendido nos llega como una historia, una lección en la escuela, una entrada de Wikipedia, un libro. Aristóteles y Teofrasto fueron a la isla de Lesbos, observaron los diminutos movimientos de peces, moluscos, aves, mamíferos y plantas; y lo escribieron todo, abriéndonos el mundo de la biología.

Los instrumentos nos permiten ver aún más lejos. Galileo apuntó un telescopio al cielo y vio cosas que la gente no habría creído, abriéndonos los ojos a la inmensidad infinita de la astronomía. Los físicos utilizan espectrómetros para analizar la luz emitida por los elementos y recopilar datos sobre los átomos, abriendo la puerta al mundo cuántico.

Pero ¿qué pasa con las cosas que no podemos ver en absoluto? ¿Cómo aprendemos sobre las partes de nuestro universo que no podemos observar, ni siquiera con la tecnología más poderosa?

Estudio los agujeros negros. Los vemos hoy en el cielo, gracias a espectaculares telescopios, pero solo vemos el exterior. Vemos materia que gira furiosamente en espirales antes de sumergirse en ellos. ¿Qué hay en el fondo? ¿Qué veríamos si entramos en un agujero negro y, resistiendo las fuerzas aplastantes, caemos hasta el fondo?

La ciencia actual no tiene respuesta a esta pregunta. La teoría de Einstein predice el fin del tiempo allí abajo, pero las regiones internas del agujero están dominadas por aspectos cuánticos del espacio y el tiempo, y la teoría de Einstein no los tiene en cuenta.

¿Cómo podemos conocer un lugar al que no podemos viajar ni ver? Para viajar a lugares a los que no podemos llegar físicamente, necesitamos más que tecnología, lógica o matemáticas. Necesitamos imaginación. La historia tiene muchos ejemplos de descubrimientos científicos que se produjeron gracias al difícil y sutil arte de cambiar de perspectiva.

También puede leer: Por qué EEUU es un lugar tan mortal

¿Cómo podemos ver desde algún lugar al que en realidad no podemos llegar? Solo hay prueba y error. Intentando y volviendo a intentar. Esto es lo que hacemos, el largo estudio y el gran amor que es la investigación científica. Combinamos y recombinamos de diferentes maneras lo que sabemos, buscando un arreglo que aclare algo. Dejamos de lado piezas que antes parecían esenciales, si estorban. Asumimos riesgos, aunque sean calculados. Nos quedamos en la frontera de nuestro conocimiento. Nos familiarizamos con él y pasamos mucho tiempo allí, caminando de un lado a otro a lo largo de él, buscando el hueco. Probamos nuevas combinaciones. Nuevos conceptos.

Entonces, ¿cómo podemos reconceptualizar la realidad para comprender qué hay en el fondo de un agujero negro? He dedicado mi carrera y mi vida a la búsqueda. Einstein dijo una vez: “Lo más hermoso que podemos experimentar es lo misterioso. Es la fuente de todo verdadero arte y ciencia”. Y los agujeros negros se encuentran entre los mayores misterios científicos de nuestro universo.

Dentro de ellos se encuentra la comprensión no solo de las leyes de la física, sino también del tiempo, el espacio, el universo y la naturaleza de la realidad. Comprenderlos requiere superar los límites de la imaginación. Requiere un acto de fe creativa. Es posible que ya poseamos todo lo que necesitamos para desbloquear este mayor de los misterios.

Carlo Rovelli es físico y columnista de The New York Times.