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La superación de la forma caudillo

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Carlos Moldiz Castillo

La respuesta del cabildo de El Alto al congreso de Lauca Ñ es un desafío que puede resumirse en la célebre frase por la cual titula un libro coordinado por Fernando García Yapur: No somos del MAS, el MAS es nuestro. Algunos creían que la disputa por el poder al interior del oficialismo se resolvería con la creación de una nueva sigla para respaldar la candidatura de Luis Arce, sin considerar aquella relación de pertenencia que las organizaciones sociales tienen con, justamente, su instrumento político, y del cual pretende apropiarse Evo Morales, en un acto que podría calificarse como la privatización de un esfuerzo colectivo.

El manifiesto que se presentó en la ciudad aymara tiene un punto central que definirá las condiciones de la nueva coyuntura que se avecina, en la que se podría dar una transformación cualitativa de lo nacional popular en Bolivia, sobre lo cual reflexionábamos en un pasado artículo a partir de un ensayo de Luis Tapia. Me refiero al punto 3 del documento proclamado la anterior semana, que ordena la conformación de una comisión política transitoria para la elaboración de una tesis política que defina el horizonte de nuestro país. De cumplirse, significaría la inauguración de una etapa enteramente novedosa de lo nacional popular en Bolivia.

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Me explico. Tapia señala que lo nacional popular en Bolivia operó históricamente bajo determinadas formas: la comunidad, el sindicato, el partido y la multitud. Partiendo de ello, podríamos decir que desde 2005, el pueblo se organizó bajo la forma caudillo, donde todo el poder estaba concentrado en un solo individuo, cuyos márgenes de discrecionalidad eran tan amplios que le permitían actuar incluso de maneras bastante arbitrarias. Con dolo o sin él, se fortaleció tal tendencia explotando dos elementos enraizados en la cultura política boliviana: el carisma y la prebenda. El resultado no fue otro que la sustitución del pueblo por un simple individuo fetichizado hasta el mesianismo.

Empero, si la intención expuesta en el mencionado manifiesto alteño es genuina y no simplemente una argucia electoralista (lo cual no debe descartarse), se podría pasar de aquella forma caudillo a la forma partido, pero no en el sentido tradicional, sino, y odio sonar como mi padre, revolucionaria. La elaboración de la tesis política propuesta podría dar paso a una nueva forma de organización del Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos con programa, cuadros dirigentes y una militancia disciplinada y doctrinalmente preparada.

En otras palabras, una reforma moral e intelectual de la sociedad boliviana. Una superación en la forma de operar de lo nacional popular, ya no en rebelión contra el Estado sino en su apropiación efectiva. Esta trasformación tendría consecuencias de largo alcance, que incluso podría dar paso al reemplazo de las clases medias profesionales por miembros de las clases populares en la conducción del Estado. Algo a lo que Jorge Viaña suele referirse como la desmonopolización del poder político por parte del Estado en beneficio de la sociedad civil o, en términos zavaletianos, la reconfiguración de la relación Estado-sociedad civil hasta alcanzar un óptimo social.

Tal perspectiva podría llevarnos a formas más auténticas de democracia, donde el poder, la discusión de los asuntos públicos, los problemas de nuestra sociedad, se darían en el seno de las organizaciones populares con cada vez menos dependencia de sus representantes políticos. Algo que nos vendría bien a todos, considerando el vergonzoso comportamiento de nuestros legisladores actuales, enfrascados en las más indecibles mezquindades.

Por ello, interpretar la respuesta que se dio en El Alto, que es un sujeto histórico por derecho propio, como una simple manifestación de antievismo es improcedente. Ya no se trata de Evo, ni siquiera marginalmente, sino del futuro de un proceso político que hasta el momento ha costado cientos de vidas para las clases populares. La historia la hacen los pueblos, no los individuos.

Esta tesis política debe ser algo más que un documento de gabinete, sino el resultado de un verdadero debate al interior de nuestras organizaciones sociales, aun considerando la cultura carismática y prebendal de sus dirigentes. La política se hace con seres humanos, y los seres humanos son luz y sombra al mismo tiempo. Nuestro error, y me incluyo por el cómodo silencio que guardé hasta 2019, consistió en no confiar en la capacidad de nuestro pueblo y depositar todas nuestras esperanzas en liderazgos visionarios que hasta ahora demostraron no dar la talla para enfrentar los desafíos de nuestro país

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo