Pacto, esa mala palabra
José Luis Exeni Rodríguez
La palabra pacto, en Bolivia, es hija de la palabra gobernabilidad. Y se consagró con presuntuoso nombre: “democracia pactada”. La palabra gobernabilidad, ya se sabe, además de larga, es sospechosa y fea. La palabra pacto, en tanto, que gozaba de gran prestigio, ahora es una mala palabra. Con sus coaliciones promiscuas y contra natura, la democracia (im)pactada degradó tanto el pacto, que lo convirtió en sinónimo de corrupción política. Hoy quienes pactan son vendidos y “traidores”.
Más allá de las etiquetas y sus temporalidades, el pacto es bueno cuando se necesita; pareciera una perversión, en cambio, si resulta prescindible. Entre 1985 y 2003, con partidos minoritarios, el pacto fue condición de estabilidad política. Había que garantizar mayoría aritmética oficialista en el Congreso para ahuyentar el “trauma de ingobernabilidad”. De 2005 a 2019, con gobierno monocolor, no había obligación ni incentivos para pactar. Hoy el pacto ha vuelto a ser necesario.
¿Cómo recuperar la cualidad democrática del pacto? Habría que trenzar pactos de nuevo tipo. Para ello, la premisa es quebrar la persistente asociación del pacto con la lógica/memoria de las coaliciones multipartidistas del “Bolivia se nos muere”, el “entronque histórico” cruzando ríos de sangre, el pacto por la cerveza, las megacoaliciones con exdictador, en fin, el “qué difícil es amar a Bolivia”. Hay que descontaminar las razones y las prácticas del pacto político.
Dado el estigma del pacto, quizás sea más sano cambiar el alcance y la palabra. Algo más sencillo y expedito, menos intoxicado: el acuerdo. ¿Es posible que los actores políticos relevantes, esos que cuentan por su potencial de gobierno, de coalición o de chantaje, logren acuerdos mínimos? No hablo de acuerdos sustantivos ni programáticos, sino solo procedimentales. Acuerdos puntuales de estabilidad. Tampoco se trata de tejer una endeble “democracia acordada”.
Y no pienso solo en el actual escenario de gobierno dividido, con un oficialismo minoritario en la Asamblea y el riesgo comprobado de parálisis decisoria y bloqueo institucional (por mano de arcistas, evistas y opositores). Diviso en especial el horizonte poselectoral 2025: lejos tanto del MAS-IPSP predominante, en un extremo, como de la atomización, en el otro. Quizás más bien con un sistema de partidos de pluralismo polarizado, esto es, con necesidad de acuerdos.
Acuerdos de nuevo tipo, entonces. ¿Son acaso posibles? Acuerdos asentados en principios y valores antes que en cuoteo, prebenda, intereses particulares, amenazas, cerco, imposición, veto. Parece demasiado. La palabra acuerdo será hija del ejercicio del acuerdo o no será.
FadoCracia fraudulenta
1. Tres días antes del balotaje en Argentina, los apoderados de Milei denunciaron que, en la primera vuelta, hubo “fraude colosal”. 2. Tardaron 24 horas en desdecirse: “no presentamos pruebas, no fue una denuncia, solo un pedido para que se extremen recaudos” (sic). 3. Se trataba, en realidad, de una colosal acusación preventiva: si gana Massa, gritamos fraude. ¿Suena conocido? 4. Ganó Milei, Massa no denunció fraude libertario y que viva la democracia. 5. El problema es cuando los derrotados en las urnas no aceptan el resultado y, sin pruebas, cantan fraude. Hay antecedentes: “fraude monumental” (Carlos Diego, elecciones 2019 en Bolivia), “fraude generalizado” (Donald, elecciones 2020 en Estados Unidos), “fraude sistemático” (Keiko, elecciones 2021 en Perú), “fraude escandaloso” (Jair, elecciones 2022 en Brasil). 6. Colosal, monumental, generalizado, sistemático, escandaloso… Hay un patrón fraudulento en quienes proclaman fraude por anticipado y, luego, lo agitan como bandera. 7. Están también los que, en nombre del “fraude”, tocan las puertas de los cuarteles. La democracia merece mejores perdedores.
José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.