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Evaluación escolar, mucho más que medición

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Noel Aguirre Ledezma

En estos días, evidenciando que la evaluación escolar tiende a ser un “mal crónico”, los distintos medios de comunicación de Bolivia, de manera profusa hacen referencia a que, a escasos días de la clausura de la gestión escolar, muchos maestros, mediante procesos administrativos y penales, sufren el amedrentamiento de los padres de familia con el argumento de que la reprobación de sus hijos se debe a “discriminación, maltrato psicológico y descuido de los docentes”. Mientras tanto, dirigentes y maestros se quejan porque se pretende “premiar el menor esfuerzo”, y declaran con vehemencia “hay malos padres de familia y abogados que buscan encarcelar a los maestros”, y que para evitar demandas de una vez se determine “la promoción automática”. Arguyen que los que plantean demandas son los “padres de familia que durante todo el periodo escolar no se acercan a preguntar el rendimiento de sus hijos, pese a que los maestros mandan citaciones”. Este panorama no es un asunto estrictamente curricular, expresa también aspectos de la manera de percibir de la comunidad educativa sobre evaluación.

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Los modelos tradicionales de educación, los del área escolarizada, por repetición han hecho entender, de manera reducida, el concepto de evaluación. Evaluación es sinónimo de examen, mejor si es escrito para hacernos creer que es “medición objetiva”, una adscripción impensada al positivismo; evaluación es igual a medición, la “nota es la que vale” se afirma muchas veces; los maestros tradicionales ponen énfasis en el momento del examen mientras que los estudiantes estudian solo para ese instante (“si después de aprobar la evaluación olvido lo aprendido, poco importa”); los padres solo esperan la libreta de calificaciones (la “nota” que parece evaluar la personalidad del estudiante, cuando solo es la expresión de un proceso escolar, en un determinado tiempo); algunos organismos internacionales, funcionarios gubernamentales e instituciones educativas se congratulan o preocupan según el lugar que ocupan en el ranking; por su lado, los medios masivos de comunicación tratan de mostrar como primicia quién salió primero y quién último en la clasificación de notas. La vida del estudiante/ser humano se reduce al examen circunstancial, libreta, informe final del maestro y al ranking.  

La evaluación es mucho más que todo eso, aunque es un concepto polisémico existen varios aspectos que configuran su comprensión. En principio es necesario definir su función (el qué) y finalidad (para qué). Es parte substancial del proceso educativo, tiene mutua influencia con los objetivos, contenidos y metodologías que se desarrollan en el currículo escolar, tiene directa relación con las prácticas de los estudiantes, docentes y familias, con los procesos de aprendizaje y enseñanza, con la sincronía de acciones entre los miembros de la comunidad educativa, así como con la lectura de la realidad, por eso a tiempo de valorar estas prácticas todos estos elementos tienen que ser evaluados. Como dice Silvia Aquino (2013): “La tendencia conceptual vigente de la evaluación para la mejora es vista como un proceso, cuyas características son propiciar la reflexión, la autoevaluación y la coevaluación, con la finalidad de que los resultados tengan un uso positivo y no punitivo; los actores a evaluar deben tener claridad de los aspectos y utilidad de la evaluación; de esta forma, se facilita el proceso evaluativo y se evita la resistencia y su rechazo.” La evaluación permite informar los resultados del proceso escolar principalmente de los aprendizajes, pero requiere que todos los actores, en toda la gestión escolar, analicen el estado de situación de estos aprendizajes y tomen las decisiones necesarias y oportunas.  Todo ello supone reponer el diálogo, de todos los miembros de la comunidad educativa compuesta básicamente por estudiantes, maestros, familias e instituciones del sector educativo.

Si la educación es vida, la evaluación debe contribuir a formar en los estudiantes la autocrítica y a ser conscientes de los elementos que influyen en sus aprendizajes, además comprender que debe revertirse, transformarse o ajustarse. Al final de cuentas, la reprobación es de una gestión escolar, según se trate puede influir de sobremanera al futuro de la vida de los estudiantes.  “Realmente creo que la evaluación (no necesariamente la nota de aprobación o reprobación) le tiene que servir a uno, sí o sí.” (Moreno, 2021)

(*) Noel Aguirre Ledezma es educador popular, maestro y pedagogo. Director de la oficina de la Organización de Estados Iberoamericanos en Bolivia