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Guerra y menstruación

La A amante

Este 12 de diciembre se publicó una nota proveniente de la agencia de noticias AFP. La información se genera en la ciudad de Rafah, Palestina. Una noticia que no tiene que ver propiamente con Hamás ni con el ejército israelí. Mientras la portada de LA RAZÓN destacaba que Israel declaró que su guerra en Gaza contra Hamás continuará “con o sin apoyo internacional”, pese a las presiones de sus propios aliados, como Estados Unidos, el periódico Extra, de la misma casa periodística, hablaba sobre las mujeres de Gaza y la menstruación. No les extrañará, entonces, que la nota sea firmada por Mai Yaghi y Wafaa Essalhi, dos periodistas mujeres.

Una parte del mundo mira indiferente en sus pantallas el lejano espectáculo de la guerra; otra parte mira con dolor y absoluta impotencia el horror de la guerra. Solo la mitad del planeta que somos las mujeres entendemos en su justa dimensión lo que es el estrés de la menstruación. A este estrés solo hay que sumarle la guerra.

De este infierno nos hablan Mai y Wafaa. Además del miedo ante la muerte, además de la enorme bronca cuando se ha perdido lo que se tenía, además del dolor de ver a los niños y niñas sufrir la pesadilla de una guerra en pleno siglo XXI, las mujeres en Gaza deben lidiar con el “estrés adicional de la menstruación”. Pocos pensaron en algo tan básico, tan humano, tan sensible. Estas mujeres, mientras se escriben estas líneas, no tienen otra que utilizar pañales o trozos de tela (como en siglos pasados) y vivir en sus propios cuerpos condiciones humillantes y estar totalmente expuestas a infecciones.

En este lugar tan lejano para nosotros se ha desplazado, calculan, el 80 por ciento de los habitantes. Hoy en Palestina hay muy poco alimento, reina la escasez de agua. ¿Qué podemos esperar de los productos sanitarios?

«Corto la ropa de mis hijos o cualquier trozo de tela que encuentro y lo uso de toalla sanitaria», explica Hala Ataya, de 25 años, en la ciudad sureña de Rafah, a donde muchos han huido, cuenta la noticia. Esa misma mujer que admite que solo puede bañarse cada dos semanas. Estamos hablando de una entrevistada que estuvo forzada a dejar su casa en el campo de refugiados de Jabaliya, en el norte de Gaza, la misma que después se instaló en una escuela administrada por la ONU donde el inodoro y la ducha deben ser usados por cientos de personas. Sí, por cientos de personas.

«Hemos vuelto a la Edad de Piedra». Éste es el mejor titular para describir las calles de Rafah, una ciudad contigua a la frontera con Egipto. El hedor es nauseabundo en el inodoro, las moscas llenan cada hueco de desesperanza.

La ciudad, un día detrás de otro, se va cubriendo de basura. Es la vergonzosa postal para “la comunidad internacional”: un inmenso campo de refugiados que llegan escapando de la muerte, sacudiéndose la sangre, despidiéndose de sus muertos y muertas. Éste es el paisaje de fondo que rodea a las mujeres que, cuando menstrúan, sienten vergüenza. Samar Shaloub tiene 18 años y le cuenta a la periodista sobre su humillación: “No hay seguridad ni alimento ni agua, no hay higiene. Me da vergüenza, me siento humillada”. No es para menos, en refugios con una ducha para cada 700 personas y un inodoro para cada 150.

La guerra se desencadenó, en este último episodio, tras el ataque sin precedentes del 7 de octubre de combatientes de Hamás, quienes mataron a unas 1.200 personas en Israel, en su mayoría civiles, según autoridades israelíes. Y la respuesta del ejército israelí ha dejado unos 18.200 palestinos muertos, en su mayoría civiles, según las últimas cifras del Ministerio de Salud de Hamás en Gaza. El mundo se ha vuelto loco y esta demencia y pérdida de corazón no deja ver la inmundicia en la que mujeres como Samar no acceden a productos sanitarios. No queremos pensar en los trapos que deben improvisar cuando les viene el período. Las noticias hablan de escenarios estériles en la ONU y no hablan de las infecciones de piel, de la falta de jabón, la ausencia de privacidad, del sacrificio de madres que comen y beben menos para dar a sus hijos. Los 15 kilos que perdió son solo un pequeño dato en estos tiempos de guerra, pocos hablan del precio duplicado de los pañales desechables que las mujeres cortan en dos, la higiene personal es una batalla diaria que las noticias casi no recuerdan.

Y justo ahora vuelve a la mente un pequeño video en el que representantes diplomáticos de Estados Unidos, Unión Europea y Canadá en Bolivia levantan, en un jardín paceño, carteles con las palabras: justicia independiente, libertad de pensamiento, libertad de prensa, presunción de inocencia, libertad de expresión, educación, cultura, libertad, derechos humanos. Hoy, con esta noticia, encuentro el sentido profundo de cada palabra. Y si tengo que quedarme con un solo cartel, que sea el de derechos humanos, sin ninguna duda.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.