Una historia rosada que podría ser azul
Rosa E. Vargas
“Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”, esta célebre frase atribuida a distintos personajes como Cicerón, Napoleón, Marx o Churchill, recuerda que aquellas sociedades ignorantes de su historia, fácilmente caen en sus propios yerros. Esto hace mucho a la coyuntura política actual y la de antaño, evocando el caso del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) con el del Movimiento Al Socialismo (MAS).
A partir de la Revolución Nacional de 1952, el MNR se constituyó, durante el siglo XX, en uno de los partidos políticos más poderosos; pero, durante los levantamientos populares de 2003 en las ciudades de La Paz y El Alto, con la quema de su sede partidaria, comenzaría su desaparición, sin importar que, hasta ese momento, era el que más elecciones había ganado en la historia de nuestro país. Este ocaso tuvo raíz en la comisión de un error histórico, el condenar al partido al mismo destino que su líder cuando se soslaya la necesidad de un nuevo liderazgo que sea capaz de salvarlo, muchas veces por la falta de visión para reconocer liderazgos que ya se habían formado por inercia política.
En el caso del partido rosado, centrándose obcecadamente en el liderazgo de Gonzalo Sánchez de Lozada que, en determinado momento, llegó a identificarse de tal manera con el MNR que no se percibía dónde terminaba uno y empezaba el otro, asumiendo su liderazgo político como algo monárquico, entendiéndose a sí mismo como el único posible candidato; lo único que le faltaba era afirmar que su candidatura respondía también a una decisión celestial. Esto, aunado a la carencia de autocrítica y extremo narcicismo impidió ver la crisis a la que llevó a su propio gobierno e hizo que se negara a dimitir en reiteradas oportunidades, a pesar de todo lo que enfrentaba el país.
Por otro lado, este liderazgo nocivo sirvió de catalizador para el nacimiento de un nuevo Estado con características propias y que se levantó de las cenizas de un neoliberalismo obsoleto.
Ahora, el MAS afronta un reto muy similar, con personajes que, en su momento lideraron procesos de inclusión social y cambios estructurales en el Estado; hoy ellos mismos pretenden perpetuar su liderazgo, dejando de lado el hecho de que ni siquiera nuestra propia vida es eterna y que un legado político sería la marca indeleble en el paso de la historia.
Las innegables victorias del partido azul lo han convertido en el más importante de lo que va del presente siglo; por eso, la convicción en la formación de liderazgos debería ser uno de sus objetivos fundamentales para la existencia de una construcción política materializada y estable en el tiempo. Pero hoy, la negación que se hace de sus propios integrantes lo amenazan y pueden provocar que sucumba como su más inmediato antecesor. Negándole así la posibilidad de ganar nuevamente una elección más allá del líder fundador o del caudillo, pero con las mismas bases sólidas de la ideología de su partido; ese es el verdadero triunfo de un partido político, no solo la perpetuidad de su líder, sino perdurarse en la historia con la formación de nuevos liderazgos con luces y sombras, como cualquier ser humano, pero con convicciones y trabajo que le permitan adaptarse a nuevas realidades y seguir vigente en el escenario político.
Finalmente, la historia de nuestro país enseña que para evitar que un partido político se desgaste y desaparezca, debe necesariamente poseer un liderazgo profundamente autocrítico, objetivo y humilde, capaz de admitir que el partido no es solo él, ni el Estado es él y que la generación de nuevos liderazgos no lo avasalla o envilece, sino que en el futuro constituirá el testimonio de su paso en la historia.
Rosa Elena Vargas es abogada.