Las bolivianas y los bolivianos venimos recorriendo un camino escarpado con grandes avances, retrocesos e incluso contradicciones, pero con la vitalidad intacta por construir un nuevo Estado. Conmemorar los quince años de este sueño colectivo por prosperidad, inclusión, igualdad y justicia social requiere una mirada crítica. Este breve artículo abordará la dimensión económica.

El problema histórico de la economía boliviana, y de muchos países de la región, ha sido la dependencia a la metrópoli (en el periodo colonial) y al capital extranjero (en el periodo republicano). El resultado de la dependencia es la incorporación desventajosa de países productores de materias primas al comercio mundial procurando la exportación de excedentes económicos y el escaso eslabonamiento productivo o la ausencia de industrialización. Este no es sólo un problema cuantitativo de balanza de pagos, sino, por sobre todo, cualitativo porque limita el despliegue y desarrollo de las relaciones productivas, económicas y sociales para el desarrollo.

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Durante el periodo republicano, las élites apostaron por el liberalismo. El capital extranjero jugó un rol importante en la generación de enclaves económicos profundizando la vocación de productor de materias primas de Bolivia. Pero, mientras las élites participaban de las reglas del juego modernas del mercado mundial en alianza con el capital transnacional. Al mismo tiempo, estas mismas élites resguardaban en el país un mercado interno ajeno a las reglas del mercado capitalista, y asentado en las relaciones coloniales. Este problema fue identificado por Fausto Reinaga en su famosa tesis de las dos bolivias en las que unos sujetos tienen más derechos políticos, económicos y sociales que otros por el racismo imperante.

No obstante, hubieron algunos intentos de ruptura del liberalismo en el Estado republicano. Pero, ninguno con el éxito suficiente. El Estado del 52 es el referente más importante de estos esfuerzos. A mediados del siglo pasado, las mayorías indígenas y campesinas, junto con las mujeres, lograron su incorporación política masiva tras el triunfo de la revolución nacional. Sin embargo, a nivel económico, posterior a la nacionalización de la minería del estaño, la industrialización fue nuevamente postergada. René Zavaleta identificó que tras esta capitulación se encontraba la alianza de los dirigentes políticos del MNR con el imperialismo norteamericano. En efecto, la historia demostró esta inversión del MNR cuando implementó el neoliberalismo a ultranza en Bolivia.  

Estos factores desembocaron en la creación del nuevo Estado que se propuso la industrialización en base a los recursos naturales para romper la penosa dependencia histórica del país y procurar el desarrollo económico y social. La virtud del nuevo Estado fue que, distante a las recetas del neoliberalismo y las añejas relaciones coloniales, logró en estos quince años reinvertir el excedente económico con grandes avances en términos de crecimiento económico, reducción de la pobreza y la desigualdad, y la apertura de derechos económicos para las economías campesinas e indígenas. Pero, el camino de la industrialización no es sencillo, más aún si se pretende preservar la soberanía política y económica. Por esto, el mensaje del presidente Luis Arce que ha insistido en la industrialización como la respuesta estructural a los retos a los que se enfrenta Bolivia, tiene mucho sentido y coherencia histórica. Ya lo decía el gran economista Kaldor: “El único camino para que un país se desarrolle es la industrialización… ¡cualquiera que diga otra cosa esta siendo deshonesto!”. 

Finalmente, lo que nos enamoró del nuevo Estado a toda una generación que vio el desastre del neoliberalismo en Bolivia, no fue sólo la coherencia para superar las patologías históricas, sino el sueño y la esperanza de avanzar más allá del capitalismo. Esto es lo que ahora debe seducir a las nuevas generaciones, la posibilidad de construir un nueva sociedad asentada en los ecosistemas y la vida desplazando del epicentro al patético sistema actual cuyo único afán es el dinero.

(*) Ariel Bernardo Ibáñez Choque es economista