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Mirar para otro lado

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Ricardo Bajo

Una compañera cuenta en las redes sociales que un chico se acercó a hablarle en Carnavales y se autodenominó como “facho”. También le dijo que dios la amaba y que él la respetaba. La compañera recuerda, retuiteando otro mensaje, que hubo una época en la que ser un “facho hijo de re mil putas” era una vergüenza. (Nota mental uno: y lo sigue siendo).

En esa anécdota estaba pensando después de ver Zona de interés, la película del director inglés Jonathan Glazer, adaptación libre de la novela del recientemente fallecido Martin Amis, también inglés. The zone of interest narra la apacible vida de la familia del comandante de Auschwitz, Rudolf Hoss, en su linda casa con jardín y piscina pegada al campo de concentración nazi.

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¿Cómo te conviertes en un fascista? ¿En un nazi? ¿Por qué miramos para otro lado? ¿Por salud mental? ¿Por mantener nuestros privilegios? ¿Por creernos mejores? ¿Los verdugos/asesinos nazis son monstruos (como han sido dibujados en cientos de películas) o son personas “normales”, como tú y como yo?

Zona de interés es una película alta/profundamente política; también es un inquietante relato de terror/horror psicológico con fundidos en blanco, rojo y negro. Cuando sales de la oscuridad de la sala (está actualmente en cartelera), continúa en tu cabeza, como el buen cine. La peli es una obra (conceptual/experimental) de tesis, es una inmersión a través del sonido, la música y el permanente fuera de campo (no vemos casi los hornos crematorios ni el tristemente «Konzentrationslager» en territorio polaco).

Vamos a escuchar tan solo —en medio de la vida idílica de esa familia feliz— constantes disparos por acá, el ruido de los hornos por allá, una luz roja perturbadora por acullá. Ese omnipresente fuera de campo (todo lo que intuimos que pasa dentro de Auschwitz) exige un espectador activo/pensante, como el buen cine. Sonido e imagen transcurren por conductos separados. Como en El gran movimiento de Mauricio Miguel Quiroga Russo, el sonido es un personaje más.

La puesta en escena marcada por la frialdad y el distanciamiento de la cámara acrecentarán el desasosiego. No pasará nada a lo largo de casi dos horas de metraje. Aunque todos somos conscientes de que al otro lado del muro están siendo asesinados miles y miles de personas. Como hoy en Gaza.

Zona de interés es una película profunda/altamente molesta, juega a eso. El director quiere trasladar a la platea de la sala oscura esa sensación de ansiedad y desazón. Y lo logra. ¿No hacemos nosotros —tú y yo— lo mismo que esos verdugos nazis? ¿No consumimos a diario el horror de los bombardeos sionistas sobre hospitales y escuelas palestinas? ¿No estamos vacunados con dosis de insensibilidad? ¿Nos hemos endurecido y hemos perdido la capacidad de empatía?

La película, con cinco candidaturas al Óscar entre ellas mejor película y mejor dirección, nos habla de la banalidad del mal. Nos habla de este sistema capitalista que nos traga y devora, de esta deshumanización que nos consume a diario. Por cierto, ¿es banal retratar así la banalidad del mal?

Zona de interés (término que usaban los nazis para los campos de concentración y sus alrededores) aparenta tocar un tema del pasado pero nos habla del presente. Nos confronta y nos pone contra la pared. Intenta sacarnos de nuestras zonas de confort. Y lo logra. Nos habla de memoria y de complicidad.

¿Olvidamos los genocidios de ayer para soportar los genocidios de hoy? ¿Estamos anestesiados por las grandes cifras? ¿Cómo somos capaces de ver en nuestras redes sociales cadáveres de niños palestinos colgados sobre la pared después de un bombardeo israelí y luego pasar a videos de gatos y perros? ¿Las víctimas de los campos de concentración no eran personas como nosotros? ¿Los palestinos no son seres humanos?

Todos somos esa mujer que carga la wawa y se concentra en su huerto con verduras, romero y hermosas flores (rosas, amapolas, azaleas, ojos de poeta) mientras asoma un humo asesino por el horizonte. (Nota mental dos: la actriz alemana que interpreta a la anestesiada esposa del jefe nazi de Auschwitz es Sandra Huller, la misma protagonista de esa otra obra maestra —aún en cartelera— llamada Anatomía de una caída).

Todos somos ese hombre (interpretado por el actor alemán Christian Friedel) obsesionado por las cámaras de gas y su eficacia/productividad, catecismo del capitalismo; ese hombre que lee cuentos a sus hijos por la noche; ese hombre que adora a su caballo y ama a los perros (como Hitler). El verdugo eres tú, el verdugo soy yo. Y los fachos perdonavidas que nos hablan en Carnavales y vienen a decirnos con autosuficiencia que dios nos ama. Aunque él (también) mire para otro lado.

(*) Ricardo Bajo es un pinche periodista