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Enemigos íntimos

SAUDADE

Los tres insultos más frecuentes en la arena política local son “traidor”, “vendido” y, por supuesto, “enemigo”. Aplican para los adversarios y, en especial, con rabia, para los antiguos compañeros de ruta. Traidores son los que optaron por la facción o la disidencia. Vendidos, quienes lo hicieron por beneficio personal o prebenda. Y enemigos, aquellos examigos que, dando la espalda, siguen su propio camino. El factor común, autoritario, es la intolerancia visceral a la crítica.

Estos insultos con cara de acusación (no falta la etiqueta de “transfuguismo”) son moneda común en (casi) todas las organizaciones políticas, extintas y vigentes. Ocurre hoy en las tres fuerzas representadas en la ALP: tanto el MAS-IPSP, en sus dos esquinas, como las alianzas CC y Creemos, tienen sus asambleístas “descarriados” que renegaron de la línea oficial del caudillo/entorno. O asumieron agenda particular. Todos recibieron expulsión sumarísima.

El caso más reciente de declaratoria pública de enemistad surgió por boca del expresidente Evo. No hay novedad. Esta vez, tras deslizar recriminación y sospechas, disparó contra su exvicepresidente: “qué pena, tengo un enemigo más”. ¿Cuál fue la terrible conjura de Álvaro? Haber planteado la necesidad de nuevos líderes y propuestas para una segunda fase del Estado Plurinacional. “Tiempo de desanclar”, dijo. Y mencionó como alternativa el nombre del joven Andrónico.

¿Qué convierte a un amigo íntimo — “éramos una yunta”— en un nuevo enemigo? ¿Cuándo se produce, si acaso, el quiebre? Hace más de nueve décadas, Carl Schmitt sostuvo que la cualidad constitutiva de lo político es la distinción amigo-enemigo. El enemigo político es el otro, el extraño: aquel que se presenta como enemigo absoluto e intensamente hostil. Es un enemigo público al que se debe eliminar o, al menos, someter. ¿El señor GL se ha convertido en enemigo absoluto del señor M?

El problema de quien declara enemistades a granel en política es que termina aislándose en la trinchera. ¿No haces coro conmigo? Enemigo. ¿Estás contra mí? Enemigo. ¿No obedeces de modo incondicional? Enemigo. ¿Coincides con “el imperio, la derecha y la nueva derecha”? Sí, enemigo. Al final del camino, de tanto proscribir “traidores” y “enemigos”, solo queda el abominable espejo. El culto a la personalidad, como el pensamiento único, tienen límites.

No está mal plantear la lucha por el poder en clave amigo-enemigo. Claro que en democracia la enemistad absoluta se convierte en enemistad justa e incluso circunstancial: con adversarios, desacuerdos y conflictos que implican crítica, debate, acuerdos mínimos. Hay que ir más allá del ombligo.

 FadoCracia blanquita

1. En una de sus piruetas verbales, el expresidente Paz Zamora acuñó la expresión “culitos blancos” para referirse a la oligarquía. Aludía a su rival político, luego aliado, Sánchez de Lozada Sánchez Bustamante (ufa). 2. Desde entonces se usa el dicho con fines descalificatorios: “Bolivia no puede ser gobernada por culitos blancos”, como dijo un olvidable Tata. Es la contracara (contranalga, más bien) de los indios. 3. En el gobierno interruptus de Mesa Gisbert, los culitos blancos fueron convocados para agitar “pañuelos blancos”. Debían manifestar su rechazo al bloqueo de los cafecitos. 4. Los blancos culitos también estuvieron activos en la coyuntura crítica de 2019: en una mano, la tricolor; en la otra, tiesa, su pitita. Tocaba quemar wiphalas colorinches. 5. La semana pasada, un diputado de la medianía exhibió su culito blanco en dura batalla por la testera. Lo exhibieron, más bien. Parecía una estatua suplente recién despintada. 6. Luego el propio chico se regodeó: “literalmente soy un culito blanco” (sic). Convirtió así una nadería en su esencia. 7. Papelones/culos aparte, la blanquitud continúa pautando jerarquías y privilegios.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo