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Desnudez

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Farit Rojas

Fingir que no se está desnudo es uno de los temas de uno de los cuentos infantiles de Hans Christian Andersen. El traje nuevo del emperador narra la historia de un gobernante y su desnudez. Cuenta Andersen que un día llegaron al reino dos tejedores capaces de manufacturar hermosos vestidos. Se decía que poseían unas telas mágicas que solo podían ser vistas por personas inteligentes y merecedoras de su cargo, en contrapartida, no podían ser vistas por tontos e impostores. El gobernante pidió a estos tejedores que elaboren un traje para él con estas telas mágicas para que al vestirlo pueda saber quiénes merecen su cargo y diferenciar a los listos de los tontos. Los tejedores pidieron, además de una enorme paga, seda e hilos de oro, los cuales guardaron para ellos. Montaron un telar en el cual dijeron que estaban haciendo el traje nuevo del emperador. El inquieto gobernante quería saber cuánto habían adelantado, entonces, mandó a uno de sus ministros a ver. Al llegar ante el telar y no ver las telas ni el traje, el ministro se puso nervioso. Los impostores le preguntaron su opinión sobre el hermoso color del traje nuevo del emperador, el ministro pensó: ¿seré tonto? ¿O tal vez no merezco mi cargo? Mejor no debo decir que no veo la tela, entonces exclamó: ¡qué colores! Le diré al emperador lo mucho que me gustan. Los tejedores entonces pidieron más dinero, más seda e hilos de oro. El emperador mandó a otro de sus colaboradores y a éste le ocurrió lo mismo. Fue entonces que el gobernante, acompañado de ministros y consejeros, llegó al telar de los astutos tejedores y el horror lo asaltó, pues no veía el traje. ¿Seré tonto? ¿O no mereceré ser emperador? Entonces exclamó: ¡Oh, la tela es bellísima! Los impostores entonces cortaron la tela invisible y con agujas con hilo invisible movían en el aire sus manos, como si cosieran. ¡He aquí los pantalones, el vestido y la capa! El emperador se despojó de todas sus ropas y los impostores simularon vestirlo con el traje nuevo. El emperador entonces empezó a contonearse delante del espejo como si viera el traje. Todos sus acompañantes lo adularon: ¡que traje más esplendido! Y el emperador marchó en procesión ante el pueblo. Un niño gritó: ¡pero si no lleva nada! Pero inmediatamente su padre lo reprimió. Disculpen la inocencia del niño, les dijo a los guardias. Sin embargo, la gente empezó a murmurar que el emperador estaba desnudo.

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Este hermoso cuento de Andersen brinda una curiosa enseñanza política anotada por Jacques Derrida, quien sugiere que solo se es emperador a partir de un traje invisible que todos disimulan que lo ven, empezando por el mismo emperador, cuyo temor no es la desnudez sino el pudor de verse despojado de la simulación compartida que permite tanto ser gobernante como ser gobernado.

(*) Farit Rojas es abogado y filósofo