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Sanjinés, mecanismo de autodefensa

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Ricardo Bajo

Los viejos soldados arranca con dos planos marca de la casa Jorge Sanjinés Aramayo. Es la potencia visual que aún conserva el maestro. El primero es un plano fijo de una sagrada/gran montaña. El segundo son dos hombres caminando juntos/confundidos entre los arbustos del Chaco Boreal. Así va a terminar también la película. ¿Será la última imagen de su carrera?

En el primero suenan unos sikuris y un dron nos baja a la celebración de un matrimonio aymara. El aspecto técnico/formal del duodécimo largometraje de Sanjinés ha mejorado respecto de sus últimas obras. Y la (magna) producción nos llevará del altiplano al Chaco Boreal, de Sucre a La Paz.

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Unos soldados secuestran y violan mujeres aymaras. Estamos en la Guerra del Chaco y los indígenas son reclutados a la fuerza. Serán carne de cañón, como siempre. La secuencia me hace recuerdo a Yawar Malku y los Cuerpos de Paz estadounidenses esterilizando mujeres quechuas y aymaras. De la comunidad idílica/idealizada a las trincheras del “infierno verde” apenas hay tres pasos al frente.

“Sálvese usted”, dice el soldado raso aymara Sebastián Choquehuanca (¿era necesario colocar el apellido del actual Vicepresidente al protagonista?) al soldado raso “blanco” de Sucre Guillermo Fernández de Córdoba. Entonces, el soldado “blanco” salva y rescata al soldado aymara. Otra vez. La misma historia que hemos visto mil veces. El mismo relato que nos ha enojado en cientos de veces en películas gringas de todos los colores. La condescendencia. El paternalismo. Otra vez.

El guion ha sido uno de los grandes hándicaps de las últimas películas del maestro. Y esta vez no es la excepción con diálogos de vergüenza ajena. Hace rato que extrañamos a otro maestro, Oscar Cacho Soria Gamarra, el hombre más hábil a la hora de trasladar el habla popular a la gran pantalla.

El soldado “blanco” es interpretado por un Cristian Mercado que hace lo imposible por hacer creíble un personaje a ratos inverosímil en un reparto desigual, en especial en su duelo actoral con su colega Roberto Choquehuanca. La dirección de actores (individuales) nunca fue el fuerte de Sanjinés, firme creyente del personaje colectivo. De los roles femeninos, mejor ni hablar.

Los viejos soldados es un cuento/relato (de amistad/amor) escrito por Sanjinés. En un principio era literatura, ahora es cine. Tiene un (evidente) trasfondo autobiográfico. En realidad es la proyección (lo que hubiera soñado hacer y no hizo) del propio director. Hombre “blanco” con «conciencia» quiere colocarse del lado correcto de la historia. Hombre “blanco” con sentimiento de culpa se casa con mujer aymara para vivir felices en la comunidad romantizada donde todos son iguales. Sanjinés es el soldado raso y Beatriz Palacios es la profesora Benedicta. La proyección en psicología es un mecanismo de defensa ante situaciones incómodas o emociones abrumadoras.

“Somos pueblos hermanos, entre bolivianos y paraguayos. La guerra es solo odio, muerte y dolor. No a la guerra, sí a la vida”, grita la profesora a sus alumnos en una escuelita de Sorata. La secuencia no es creíble, así de simple. Como ésta, vendrán media docena más, entre ellas la agresión/insulto (“usted es un racista mierda”) del soldado “blanco” a su jefe militar; la charla socialista en el bar… El didactismo reduccionista, la (mala) apología, la lámina escolar. Otra vez. El esquematismo, sin matices. Otra vez.

El séptimo arte parte de un pacto: creer en el truco, identificarte con los personajes, meterte en la historia y olvidarte del mundo por un rato. Lo peor que te puede pasar en una sala oscura de cine es que se rompa ese pacto.

Los planos fijos del maestro (su habilidad a la hora de colocar la cámara en el sitio correcto), la mejora en los aspectos cinematográficos (es triste resaltar esto a estas alturas) y los saludables esfuerzos en la producción se pierden por los agujeros de la escritura. Nada nuevo bajo el sol en el planeta Sanjinés que ofrece de nuevo un filme desequilibrado/desigual.

“Hay cosas peores que enfrentarse a las balas”, dice el protagonista. Y tiene razón. También hay cosas peores que decepcionarse (otra vez) con una película del maestro (intocable) Sanjinés que se equivoca en la parte más importante, en el final. ¿No era mejor terminar la película cuando Choquehuanca se aleja por la calle Indaburo sin reconocer a su viejo amigo —ahora “indio”— en una metáfora/símbolo del desencuentro y la pesadilla/promesa de la reconciliación? Doctores tiene la santa madre iglesia.

Los viejos soldados es el testamento de un soldado abatido por el paternalismo. Cuando llega el fundido en negro, suena una cueca: “El que ha querido”. Y no ha podido. Sanjinés no puede dejar de ser Sanjinés.

(*) Ricardo Bajo es un pinche periodista